La universidad bajo asedio
Durante los últimos años, tanto en Chile como en el mundo, la idea de universidad ha estado bajo asedio. Numerosos columnistas, políticos e incluso un cierto malestar popular han puesto en cuestión el rol de la universidad y, de paso, de la ciencia. Este fenómeno tiene varias aristas que vale la pena examinar con detenimiento.
Lo primero que observamos es una preocupante baja en la consideración de la formación universitaria como un valor en sí mismo. Tanto desde la izquierda como desde la derecha, observamos una apreciación reduccionista de que la universidad estaría transformada en un espacio sobreideologizado y que refuerza, antes que corrije, las desigualdades sociales. Se desconoce así su papel transformador en el desarrollo del pensamiento crítico, de la ponderación juiciosa de evidencia, y de la confrontatación de ideas distintas a las propias.
Por otra parte, observamos también una amenaza sobre la idea misma de ciencia. Si bien los escándalos por bonos y pagos excesivos generan una irritación compresible en la ciudadanía, no es justo generalizar. Nunca en la historia del país las universidades habían producido más y mejor investigación que ahora. Argumentos populistas del tipo “son artículos que no lee nadie” carecen de sentido. ¿Acaso esperamos que artículos científicos de estadística o de ciencia nuclear sean objetos de lecturas masivas? Por supuesto que no. La ciencia opera bajo criterios de validacion de expertos y juicios anónimos que están lejos de ser perfectos, pero permiten un juicio imparcial de argumentos y evidencia. Al mismo tiempo, es imposible anticipar qué artículos terminarán influyendo en su campo y cuáles no. Esa es una de las bellezas de la investigación como campo de creación intelectual.
Por último, está el discurso según el cual las universidades se han transformado en una inversión que no vale la pena. Esta narrativa se ha intensificado tras el reciente reporte de la Fiscalía Nacional Económica (FNE) que señala que el 35% de las carreras de educación superior no tendrían un valor presente neto positivo. Sin embargo, lo que el informe no reporta explícitamente, pero que es evidente en su contenido, es que ese porcentaje es explicado principalmente por la educación técnica y profesional; es decir aquella misma que muchos comentaristas tienden a promover con vigor. El informe de la FNE demuestra que, para el caso de las universidades, el valor presente neto del título universitario estaría cerca de los 140 millones de pesos. Aunque variable según el tipo de institución y área de estudio. En el caso de los títulos universitarios se mantiene ampliamente positiva en casi todos los grupos analizados. La contracara está precisamente en los Institutos Profesionales y Centros de Formación Técnica, que muestra valores presentes netos muy bajos, estimando incluso valores negativos al desagregar por tipo de instituciones y áreas de estudio. Ese 35% que señala la Fiscalía y que ha sido destacado ampliamente por los medios de comunicacion proviene, entonces, fundamentalmente de la educación técnico-profesional antes que de la universitaria. Es preciso entonces desagregar el origen de 35% que se ha usado como titular, y con ello moderar los discursos catastrofistas que reclaman que invertir en las universidades ha sido una pérdida de tiempo y recursos.
La universidad está siendo cuestionada en sus distintos roles y por varios frentes. Lejos de cerrarse sobre sí misma o esconder la cabeza, la verdadera actitud académica es tomarse en serio las críticas, reflexionar sobre ellas y, cuando corresponda, tomar acciones para corregir sus errores. Como profesores universitarios, nuestra tarea es perseverar en esos valores básicos en que se funda la institución que nos alberga, promoviendo el pensamiento crítico, el diálogo desprejuiciado y el uso de la mejor evidencia disponible.
Por Bernardo Lara E. y Daniel Chernilo - Escuela de Gobierno UAI
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