Opinión

Las buenas prácticas también se contagian

ROCIO CUMINAO ROJAS

Por Karla Rubilar, ministra de Desarrollo Social y Familia, y Sebastián Villarreal, subsecretario de Servicios Sociales

En la vorágine informativa de la emergencia que vivimos en Chile y el mundo, los cambios han sido múltiples y muy profundos. Algunos de alto impacto y muy dolorosos, como la distancia física con los seres queridos. Otros, más positivos, se fraguan a fuego lento, como el que hemos podido observar desde el Ministerio de Desarrollo Social y Familia.

Desde muy temprano supimos que los desafíos ante la pandemia eran titánicos y que ningún gobierno podría abordarlos exitosamente en solitario. Este reconocimiento dio pie a una convocatoria amplia en favor de los más desprotegidos. Así, creamos en abril la Mesa de Grupos Vulnerables, donde todos quienes pudiéramos aportar -Estado, academia, mundo privado, sociedad civil y municipios- nos pusimos al servicio de detectar los desafíos y dar respuestas concretas.

Nuestra mesa se multiplicó en las 16 regiones del país para la búsqueda de soluciones desde el territorio, afianzando una buena práctica de cocreación. Cuesta entender hoy que no hubiese sido ese el camino desde siempre.

A cinco meses de implementada esta nueva dinámica de trabajo, con los 258 actores que le dan vida vimos caer una cierta mala fama de las instancias intersectoriales que, algunos estiman, entorpecen la implementación oportuna de medidas con sobre análisis y cavilaciones de casos de laboratorio. La experiencia y calidad de sus integrantes, sumado a una voluntad férrea de contribuir con sentido de urgencia, ha resultado en un tipo de articulación que merece ser destacada.

En más de 100 sesiones se detectaron 120 necesidades de diversa complejidad y nivel de apremio. De ellas 94% se encuentran resueltas y el resto están siendo abordadas.

Solo a modo de ejemplo, fue gracias a este trabajo mancomunado que hoy contamos con 9 protocolos nuevos relacionados con grupos vulnerables en pandemia, especialmente aquellos al cuidado del Estado; se crearon las residencias socio-sanitarias para las personas en situación de calle y residencias espejo para aislar y dar atención especial a personas mayores y con discapacidad; se completó la provisión de elementos de protección personal para trabajadores y residentes de albergues y hogares; y se creó un sistema de reemplazos para trabajadores de esos recintos que debieran realizar cuarentena, asegurando la continuidad de la atención.

El Ministerio de Salud se integró en todas las mesas para considerar a grupos más vulnerables en las medidas sanitarias. Las universidades activaron redes de voluntariado para contención y apoyo en salud mental; con el sector privado se gestionaron diversas donaciones; la iglesia dispuso espacios de aislamiento; las FF.AA. colaboraron para implementar residencias y Carabineros tomó como propias las rutas de atención a personas en situación de calle.

Como nunca antes, sentimos adquirido un aprendizaje en torno al real sentido de colaborar para enfrentar los desafíos futuros. Queda pendiente diseñar la forma de enfrentar esta nueva etapa de la emergencia. Pero esperamos que la respuesta a esa pregunta sea juntos, como hasta ahora.

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