Opinión

Polvorín en el Caribe

El martes pasado, el Presidente Donald Trump emitió una proclamation, la forma más solemne de las declaraciones oficiales, para confirmar la vigencia de la “doctrina Monroe” y agregarle un nuevo “corolario Trump”. La doctrina Monroe fue, en 1823, la afirmación de la soberanía de Estados Unidos sobre su propio territorio y el propósito de defender también al hemisferio. Fue emitida en un momento en que aún no se consolidaba en las Américas la independencia del imperio español y se temía a las pretensiones de Francia e Inglaterra. Con posterioridad, ha sido interpretada (un poco abusivamente) como la base del imperialismo norteamericano, que vendría a expresarse de modo crucial en 1898, con el apoyo a los independentistas cubanos en la guerra contra España. Derrotada, España debió ceder Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Sólo que esta guerra fue dirigida por el Presidente William McKinley, promotor del mercantilismo y del expansionismo, mucho más parecido a Trump que el remoto Monroe.

El “corolario Trump” consiste en una “política de paz a través de la fuerza” apoyada en “América primero”. Esta afirmación tiene una especial resonancia en la situación de Venezuela. Poco más de un mes atrás, en noviembre, el Departamento de Estado reclasificó al Cartel de los Soles como organización terrorista, un cambio en su calificación previa de narcotraficante. Los estudiosos del crimen organizado dicen que el Cartel de los Soles es un conjunto de células delictivas creadas por oficiales de las Fuerzas Armadas venezolanas, sin jerarquía ni coordinación. El gobierno de Trump sostiene que es dirigido por Nicolás Maduro y los cinco ministros que forman su círculo de hierro.

Este reordenamiento conceptual se produce junto con la mayor acumulación de fuerza militar en el Caribe desde… ¿la guerra de Cuba? En agosto zarpó desde Norfolk un poderoso grupo anfibio para desplegarse en el Caribe. En septiembre, el Departamento de Defensa anunció el inicio de la “Operación Lanza del Sur” en contra de narcotraficantes y ese mismo mes comenzaron los ataques a embarcaciones menores, que ya han dejado unos 80 muertos. En paralelo, fuerzas de ingenieros han estado habilitando muelles y pistas en Puerto Rico y otras islas. En noviembre, la Marina desplazó al mayor portaaviones del mundo desde el Mediterráneo hasta el Caribe. Ahora hay portaaviones, destructores, misiles, cazas, drones, un submarino nuclear y cerca de 10 mil tropas en las vecindades de Venezuela. Todo eso, ¿para cazar narcolanchas?

La información es poco verosímil y extraordinariamente opaca, tanto como lo es en vísperas de una guerra. Sin embargo, parece improbable que Washington planee una operación terrestre -una invasión- en Venezuela. No es lo que le gusta a Trump, proclive a golpes más quirúrgicos y acaso consciente de que esto suscitaría la solidaridad latinoamericana, en un momento en que las izquierdas de la región se encuentran debilitadas y en busca de nuevas motivaciones. No es difícil imaginar a “brigadas internacionalistas” haciendo el camino inverso de los inmigrantes venezolanos. Por mucho que digan detestar a Maduro, hay en esas filas muchos que detestan más a Trump y a Estados Unidos.

El 21 de noviembre, la Federal Aviation Administration emitió una alerta acerca del “potencial peligro” de volar sobre cielos venezolanos. En una respuesta apresurada, pero quizás preventiva, Maduro canceló las licencias de seis aerolíneas que habían suspendido sus vuelos. Esta semana, el propio Trump dijo que el espacio aéreo de Venezuela “debe considerarse cerrado en su totalidad”. Se trata de medidas de aislamiento militar inéditas, que no se aplicaron ni siquiera a Cuba en los muy calientes años 60. Nadie vivió antes este tipo de asedio, como nadie vivió tampoco la tiranía tramposa de Maduro y su corte. Es una confrontación de suma cero.

Pero algo va a ocurrir. Trump ha admitido que habló por teléfono con Maduro y Maduro ha dicho que fue “una llamada en tono de respeto, inclusive cordial”. Esto es quizás lo más inquietante. Ambos han sido elusivos respecto de ese diálogo, aunque el incremento de las medidas de Trump sugiere que, por ahora, no sirvió ni un carajo.

Si Maduro es como Hugo Chávez, no luchará. Sólo una presión sin salida, como la que se está produciendo, o una intervención fuerte de Cuba, que prácticamente controla las Fuerzas Armadas venezolanas, podría conducir a una conflagración mayor. Maduro dispone de armamento ruso, pero Rusia no está hoy en condiciones de apoyarlo. Su situación de inferioridad militar es absoluta.

Trump tiene sus propios problemas, en especial con un Congreso que podría exigir su participación en decisiones de guerra. Puede que a Trump no le importe mucho, pero por sobre eso está el hecho de que Maduro desprestigió a las políticas del Partido Demócrata burlándose de ellas una y otra vez, y llevando a sus playas a invitados non gratos, como Rusia, Irán y China. Este es el costo.

En realidad, Maduro sólo puede contar con América Latina o, mejor dicho, con los atavismos del imperialismo y con los pocos gobiernos que aún estarían dispuestos a buscar una solución pacífica, antes de que el polvorín crepitante del Caribe lance al demonio a toda la región.

Más sobre:OpiniónAscanio CavalloDonald TrumpNicolás Maduro

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

Plan digital + LT Beneficios por 3 meses

Infórmate para la segunda vuelta y usa tus beneficios 🗳️$3.990/mes SUSCRÍBETE