Por María de los Ángeles Fernández¿Qué hacer con las primeras damas?

No se necesitaba ser un lince para intuir que la precipitada resolución que eliminaba formalmente la figura de primera dama resultaría un “cierre en falso”. Irina Karamanos, para ese entonces pareja presidencial, imbuida de pretensiones refundacionales, no solo tuvo que asistir a que su decisión fuera declarada en tiempo récord como “error administrativo”. Vino luego una andanada de críticas que precedió a las muestras de cariño hacia Cecilia Morel durante el funeral del expresidente Piñera. Una señal, quizás, de lo anclada que está la figura en el universo político de los chilenos. Lo concreto es que el rol quedó desanclado del gabinete, sin operar como cargo público.
Bastaba esperar a que se generase la estructura de oportunidades políticas para su restitución. Y ello sucede en un momento en que las tendencias mundiales de auge de la extrema derecha también han recalado en Chile. De esta forma, María Pía Adriasola, esposa de José Antonio Kast, presidente electo el pasado 14 de diciembre, ha manifestado su decisión de retomar las labores sociales tradicionalmente asociadas al rol de primera dama.
Los derroteros que ha seguido el cargo en tiempos recientes, así como los debates y tensiones que suscita, convierten a Chile en un caso digno de estudio. Tal situación viene a coincidir con el inusitado protagonismo de primeras damas en distintas partes. Desde Begoña Gómez, esposa del presidente español, investigada por supuestos delitos de corrupción hasta una Melania Trump más activa que durante el primer mandato de su esposo; pasando por la francesa Brigitte Macron, que desafía judicialmente a quienes la tildan de transexual y Verónica Alcocer, cuya separación del Presidente de Colombia ha generado un debate acerca de su estatus, por citar algunos ejemplos.
Se suele enfatizar la dimensión simbólica del cargo ya que, a través de él, se pueden reforzar o cambiar estereotipos de género. Sin embargo, la atención que suscita es reveladora de otra cosa: una primera dama “guste o no, forma parte del núcleo estratégico del gobierno”, como señaló alguna vez Genaro Arriagada. Como tal condición permite conocer de primera mano los entresijos del poder, no es raro que más de alguna descubra una vocación política dormida. De ahí a aprovechar su visibilidad para desplegarla solo hay un paso.
Según datos de ONU Mujeres, solo 14,8% de países en el mundo están encabezados por mujeres, estimando el organismo que la paridad de género en altas esferas podrá tardar 130 años en alcanzarse. Más allá de la opinión que nos merezca el cargo y de las soluciones que, para lidiar entre tradición y modernización, decidan adoptar los países de acuerdo con su cultura y su régimen político, tal parece que habrá todavía primeras damas para rato.
Por María de los Ángeles Fernández, doctora en Ciencia Política
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