Por Carlos Ominami¿Qué hicimos mal?

Reflexionando sobre el auge de la extrema derecha en Europa, Daniel Innerarity se pregunta ¿qué hicimos mal? El ejercicio es pertinente para Chile en donde, sería absurdo negarlo, la extrema derecha ha concitado un importante respaldo popular y aparece favorita para ganar la elección presidencial. Su respuesta aplica también en nuestro caso: su ascenso “no es por su capacidad estratégica ni porque hayan formulado unas ideas especialmente atractivas, sino por desidia y torpeza de los demás”. En efecto, Kast y Kaiser no abren horizontes ni generan nuevas esperanzas. Son los abanderados de los miedos frente a las inseguridades incubadas durante las dos últimas décadas.
En esto, las responsabilidades son compartidas, entre derecha, centro e izquierda. Desde la perspectiva del Socialismo Democrático el balance autocrítico debe incluir: la tardanza en asumir la gravedad de la inseguridad, el descontrol migratorio, la caída del crecimiento económico, el abuso de poder de parte de algunos, las faltas a la probidad.
La lista se podría extender. La falta mayor radica, sin embargo, en la debilidad para defender el legado de la transición y de los cuatro sucesivos gobiernos de la Concertación que constituyen el mejor período de nuestra historia republicana con cualquier criterio que se lo mida: reducción de la pobreza, estabilidad política, crecimiento económico. Esos logros fueron posibles por la capacidad de constituir alianzas amplias y la generación de acuerdos transversales.
La extrema derecha se alimenta del desprecio de la política. No advertimos a tiempo el desprestigio creciente de la política. No reaccionamos frente a la desnaturalización de los acuerdos presentados como una práctica malsana, oscura, como una “cocina” que opera a escondidas de la sociedad.
La búsqueda de acuerdos no implica renunciar a las convicciones propias. La ciudadanía debe conocer las posiciones de cada cual. Otra cosa es la necesaria negociación para alcanzar acuerdos. El Presidente Mitterand decía, con razón, que podría aplicar el 100% de su programa cuando tuviera el 100% de los votos. El fin de la política es hacer posible la convivencia pacífica entre personas que tienen valores e intereses muy distintos. Sin acuerdos, como sostenía Hannah Arendt, se termina inevitablemente en la dominación de unos sobre otros. La negociación es justamente el instrumento a través del cual se construyen los acuerdos. Para ello, las partes deben necesariamente ceder lo que no implica claudicar ni menos rendirse. Un pacto legítimo es el que se suscribe a la luz del día entre fuerzas que mantienen sus principios, pero ceden para posibilitar el acuerdo.
El gobierno del Presidente Boric ha terminado valorando la importancia de los acuerdos. Sus principales logros como la reforma de las pensiones, la jornada de 40 horas o el aumento del salario mínimo se sustentaron en acuerdos transversales. Enseñanza importante de tener presente frente a los riesgos de agudización de la polarización que nos amenazan.
Por Carlos Ominami, presidente de la Fundación Chile21
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