Por Daniel MatamalaSalvado por la campana

En los 36 años de historia de los debates presidenciales en Chile ha pasado de casi todo. Pero nunca, hasta donde alcanza mi memoria, habíamos visto lo que ocurrió esta semana en el debate de las radios: un candidato cortándose a sí mismo la posibilidad de hablar.
Ocurrió cuando Constanza Santa María preguntaba a José Antonio Kast si indultaría al criminal Miguel Krassnoff. Kast dio largos rodeos mientras miraba constantemente sobre su hombro izquierdo donde, fuera de cámara, avanzaba la cuenta regresiva de los 60 segundos. Mientras la periodista le pedía con insistencia responder la pregunta, Kast siguió gastando tiempo sin decir nada, hasta que constató que el reloj había llegado a cero.
“Se acabó”, lanzó entonces con una sonrisa de satisfacción. Y cuando la periodista insistió en obtener una respuesta, Kast solo contestó: “las reglas son las reglas”, mientras se encogía de hombros.
El tiempo suele ser asunto fundamental en los debates, pero al revés. Los candidatos exprimen cada segundo, reclaman cuando sienten que se les ha dado menos tiempo y exigen rectificar si el cronómetro corre más de la cuenta.
Pero he aquí un candidato que se cobra el tiempo a sí mismo, para evitar hablar y lograr que sus segundos al aire sean los menos posibles.
Este momento inédito, del mundo al revés, lo dice todo sobre este cierre de campaña.
Haciendo un símil pugilístico, estamos en el último round de un largo combate.
La boxeadora de la esquina roja sabe que va muy atrás en las tarjetas de los jueces, y que su única esperanza es conectar un nocaut; sale, por lo tanto, al todo o nada. Su desordenada combinación de jabs, uppercuts y ganchos parece desesperada, pero qué más da: atinar un golpe de último minuto es lo único que les queda a estas alturas.
El peleador de la esquina azul, en cambio, sabe que solo debe dejar pasar el tiempo en este último asalto. Sale entonces a usar todas las artimañas posibles para que pasen los segundos sin más acción. Recibe instrucciones de su coach desde la esquina y mira el reloj con creciente ansiedad, hasta que termina la cuenta regresiva y llega el momento del alivio.
Ha sido salvado por la campana.
Hasta cierto punto, la estrategia es lógica. Pero cuando se llega al extremo que ha mostrado Kast, revela forados preocupantes en la capacidad y estrategia de quien, salvo un inesperado golpe de nocaut de última hora, será el nuevo Presidente de Chile.
Es razonable tener una estrategia defensiva; no lo es rehuir participar en todos los programas de entrevistas de los canales de televisión. Se entiende que se eviten peligros innecesarios; pero preocupa que crean que cualquier entrevistador, desde Mosciatti a Don Francisco, es una amenaza que el candidato es incapaz de manejar.
Una cosa es evadir temas incómodos; otra es hacerlo de una manera tan burda, exclamando “se acabó” para escapar de una pregunta tan obvia como relevante.
En ese sentido, la campaña de Kast recuerda a la de Michelle Bachelet en 2013.
Bachelet era la amplia favorita. Dio contadas entrevistas, redujo al mínimo los debates (recuerdo haber conducido uno en Coquimbo en que fue la única ausente), y evadió con poca elegancia las preguntas incómodas.
La campaña quedó resumida por su reacción en la presentación de su comando, cuando, ante las preguntas de la prensa, la candidata levantó las manos, exclamó “¡paso!” y abandonó el lugar. Desconcertados, los nuevos miembros de su equipo tuvieron que presentarse a sí mismos.
Claro, Bachelet ganó la elección igual, con amplia mayoría. Pero el “paso” se convirtió en un meme y un estigma que la acompañó en todo su gobierno.
Es que, como aprendió Bachelet y debería saber Kast, ser un candidato evasivo puede servir para esperar la campana, pero tiene costos que se pueden pagar muy caro a la hora de gobernar.
El primero es la merma del liderazgo. En las filas de la derecha cundió el desaliento tras el debate. Un candidato que se esconde y evade los temas levanta dudas acerca de su capacidad de liderar en tiempos difíciles. Esa sombra perjudicó a Bachelet y se está instalando sobre Kast.
El segundo es la pérdida de una oportunidad para convencer a la ciudadanía de sus políticas. No hay mejor vocero que un candidato que se supone ganador, y no hay mejor momento para hacerlo que una campaña, cuando todo el país está prestando atención.
Al restarse de todas las discusiones, José Antonio Kast está desperdiciando su mejor oportunidad para convencer a los chilenos de las políticas que aplicará. No de titulares marketeros (“escudo fronterizo”, “plan cancerbero”, “plan implacable”), o de muletillas de campaña (“Boric, Boric, Boric”), sino de las políticas que realmente llevará a la práctica.
Limitarse a repetir eslóganes (igualdad económica y en educación en 2013; mano dura y crecimiento en 2025) puede ganar votos, pero no construye compromisos. Bachelet ya lo sufrió; cuando llegó la hora de votar en el Congreso, el presidente de la Democracia Cristiana pudo decirle que “yo no firmé ni suscribí ningún programa”.
¿Cómo cumplirá Kast su compromiso de sacar a cientos de miles de migrantes en aviones a Venezuela? ¿Cómo va a cumplir su gigantesca baja de impuestos a los más ricos sin tocar la inversión social? ¿Cómo va a financiar la PGU eliminando al mismo tiempo el componente de préstamo y sin endeudar al Fisco? ¿Qué piensa de la colusión de las farmacias y los pollos? ¿Qué significará en la práctica su diatriba contra los “parásitos” que ocupan cargos políticos? ¿Habrá indultos para violadores de los derechos humanos y otros criminales? ¿Apoyará que Donald Trump intervenga militar y políticamente a su antojo en países de América Latina?
Como no ha explicitado sus propuestas ni explicado más allá de vagos titulares, no podrá argüir que tiene un mandato para llevarlas a cabo. El recorte de los 6 mil millones de dólares y la expulsión de todos los migrantes irregulares son el mejor ejemplo del ínfimo espesor práctico de esos eslóganes.
Los candidatos no deben olvidar que la noche de las elecciones, para el ganador no termina su tarea, sino que apenas comienza.
Una campaña puede salvarse por la campana. Un gobierno, no.
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