Sichel y los partidos


Por Francisco Javier Urbina. profesor de Derecho UC

El conflicto de Sebastián Sichel con Renovación Nacional revela a la perfección algunos problemas importantes de la centroderecha. Por un lado, es difícil entender lo que reivindicó RN cuando reclamó frente a la toma de posición de Sichel. ¿El derecho de cada parlamentario a votar como si no tuviera partido, coalición y gobierno? Los partidos trascienden los liderazgos locales al dar cierta unidad programática, articulando personas en torno a definiciones políticas e institucionales. Ese es precisamente su aporte a la democracia. De ahí que cuando Sichel dice que no apoyará a quienes estén por el cuarto retiro, los parlamentarios no deberían quejarse: si los partidos dan lo mismo, bien podrá el candidato evaluar sus apoyos uno a uno. Y si los partidos importan, ¿no se podrá exigir cierta disciplina a los parlamentarios en una votación tan trascendente? Es meritorio que Sichel haya marcado una línea en la arena. Comparado con la ambigüedad de Provoste (pregúntenme después) y la inconsistencia de Boric (ayer no, hoy sí), lo de Sichel es destacable.

Pero hay más: RN parece tener un problema con sus liderazgos presidenciales. Dejó solo al presidente (que viene de su partido) precisamente en la votación de los retiros; no se cuadró con Desbordes para la primaria; y ahora aparece enfrentado con Sichel, quien también fue apoyado por parte de ese partido. Quizá Renovación Nacional simplemente no está preparado para ser un partido de gobierno. Basta escuchar al diputado RN Jorge Durán cuando afirma que Sichel “ya perdió esta pelea”, como si hablara de alguien que no tiene nada que ver con él, ni con su partido, ni con su coalición. La política exige más principios y más disciplina.

Pero hay un problema también en los liderazgos presidenciales, los que deben integrar más decididamente a los partidos. Ese fue un error clave del actual gobierno, de poca incidencia de partidos y mucha incidencia del Presidente y sus cercanos (incluyendo a parientes y amigos). La fórmula genera poco sentido de pertenencia en los partidos. Sichel, con sus méritos, comparte este atributo de líder independiente impulsado por un círculo de cercanos. Así se puede ganar una elección, pero no se puede gobernar bien. Nuestro sistema presidencial encierra la paradoja de que permite gobernar sin partidos, pero al mismo tiempo lo castiga. Tal vez esta crisis sea una buena oportunidad para que Sichel y los partidos renegocien su acuerdo, fortaleciéndose mutuamente. Si lo hicieran, algo positivo habrá salido de todo esto.

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