Al otro lado del cassette

El ícono de la tv de los 90 y eterno rockero, hoy tiene 43 años, y dice haber regresado a su propia matriz: se cortó el pelo, volvió a ser padre y se reencontró con la literatura, la carrera que originalmente cursó en la universidad. Además de entrevistar a escritores en ARTV, está leyendo tanto que los libros han comenzado a desplazar a los discos y están por todas partes en su casa. "Ahí encuentro las respuestas a mis preguntas", dice.




Paula 1139. Sábado 18 de enero de 2014.

A principios de diciembre Alfredo Lewin iba a bordo de un buque cruzando el Mar de Drake camino a la Antártica para cubrir el inédito recital de Metallica en el continente blanco. Era un viaje particular, pero él no lo estaba disfrutando. Hacía tres semanas que Samuel, su hijo menor de 3 años, permanecía internado en la unidad de cuidados intensivos de una clínica en Santiago tras diagnosticársele el síndrome hemolítico urémico (SHU), que afecta principalmente el riñón. Como nunca antes, sintió que dos de sus grandes amores, su trabajo y el rock, se interponían en su camino.

En 1993, un joven Lewin de 23 años, melena larga y crespa, recién licenciado en Letras de la Universidad Católica y vocalista de la extinta banda Diva, dio un salto directo hacia la fama. Tras dos pruebas de cámara, una en Chile y la otra en Nueva York, fue rápidamente reclutado por la naciente cadena MTV Latinoamérica como VJ y entrevistador de estrellas. Sin embargo, su decisión de irse a vivir a Miami y hacerse conocido en casi todo el continente, le impidió seguir y desarrollar una carrera en la música, una de sus grandes pasiones. En lugar de eso, optó por la televisión, donde llegó a convertirse en un referente y todo un ícono de la segunda mitad de los 90.

Volvió a Chile seis años después, casado y con dos hijos nacidos en Estados Unidos, Josefina y Diego, hoy de 18 y 17 años respectivamente. Poco después de desembarcar en Chile se separó.

En 1999 se hizo cargo de la dirección de radio Concierto, todo un sueño y desafío profesional. Pero, al poco tiempo, Ibero Americana Radio Chile –que había comprado varias estaciones, incluida la que él dirigía– puso fin a su plan maestro de esparcir el rock en el dial; Alfredo quedó devastado. Separado, sin trabajo, y un montón de tiempo libre, decidió ese mismo año y tras postergarlo algunas veces, internarse en una clínica de rehabilitación de drogas por abuso de cocaína.

"Tengo 43 y no tengo rollos con cumplir años. Siempre he pensado que me gustaría envejecer como Pirincho Cárcamo. Por edad podría jubilarse, pero sigue en la radio, los rockeros lo quieren y nadie de quienes lo escuchan cuestiona que esté viejo".

Con el tiempo también recuperó la relación con sus hijos, la estabilidad laboral –en radio Rock&Pop, donde estuvo hasta 2009–, y, años más tarde, la ilusión de rehacer su vida en pareja, cuando conoció a Nancy, su actual mujer, que lo hizo padre por tercera vez a los 40 años.

Por eso, mientras iba rumbo a la Antártica, pensó que estaba en el lugar equivocado. Todos a bordo lo notaron. "Alfredo anda triste –decían– casi no sale de su camarote". Entre los demás asistentes, un camarógrafo también al tanto de todo, le lanzó un anzuelo que le permitió al fin tomar aire profundo y continuar. Tras varios intentos, logró comunicarse a través de un teléfono satelital con el nefrólogo que trataba a su hijo, que seguía estable, aunque aún en la UCI, y con sesiones de diálisis y varios tubos conectados en su cuerpo, incluso para comer.

A su regreso, y después de casi un mes supervisado por el equipo médico, su hijo salió de la UCI y fue derivado a una habitación donde podía visitarlo a diario. Hoy, al verlo más recuperado, siente fuerzas para retomar su vida y continuar con su trabajo en radio Sonar y el programa Ojo con el libro de ARTV. También para seguir entrevistando a estrellas de la música y las letras pero, por sobre todo, para volver a ser él: ese que pedalea por Santiago con la música a todo volumen y que lee sagradamente todas las noches varias horas antes de dormir. Después de todo, y como dirá él mismo, fue gracias a la literatura que ha encontrado varias respuestas a sus preguntas a lo largo de su vida. Y aún le quedan varias.

Más maduro, usando lentes y con el pelo corto, aún delira con el rock de Queens of the Stone Age, devora todos las novelas que llegan a sus manos –tiene más de 2 mil y 8 mil discos en su casa– y en su piel permanecen intactos los 13 tatuajes que alguna vez decidió hacerse, aunque con los años los muestra menos. Solo se arrepiente de uno: en la imagen aparece un niño de rodillas junto a una olla vacía y ante la presencia de la muerte.

¿Te convertiste en padre por tercera vez a los 40, ¿cómo ha sido esta experiencia?

Con Sam me ha ocurrido algo bien curioso y que no me ocurrió con ninguno de mis dos hijos mayores, y es que me he puesto receloso del mundo y de los futuros amigos que pueda tener. A Sam le toco guitarra, a Diego y a la Jose, mis hijos mayores, les leía. Creo que independiente de los años, uno es el mismo, aunque me siento mucho más aprehensivo que antes. Hoy, que Samuel está mucho mejor de su salud puedo hablarte de esto con soltura. Me doy cuenta de que tener hijos recae mucho en eso finalmente, en desprenderse de uno, de los egos, de las mañas y todo, para preocuparte por tus criaturas. Y es rico, lo disfruto, aunque con lo de Samuel supe que también uno se va poniendo más miedoso con los años.

Y, en lo personal, ¿a qué le temes?

Le tengo pánico a la ruina, sobre todo a la que puede terminar en hambre. Hay como un miedo irracional a la pobreza, y es raro porque me he ido cuestionando qué es la pobreza. Y quizás tiene que ver con tener éxito, porque tampoco se sabe si se sostendrá en el tiempo. Eso te debería hacer más sabio, más fuerte. Y yo le tengo miedo al fracaso, a la pobreza, a la ruina. Sin creer mucho en el tarot, algo sé de eso, y hay una carta que refleja bien todo esto, que es la torre. Al leerla, te dicen que por lo general es la antesala de algo nuevo a partir de la ruina. He ido a siquiatras y sicólogos desde siempre, mucho tiempo, y una vez me dijeron que lo mío se llamaba "sensación de ruina", tal cual. Me hizo mucho sentido.

Alguna vez reconociste que tu mayor característica como buen Leo, era el orgullo. ¿Cómo ves hoy tu infancia y la discusión que te distanció por años de tu madre?

No tuve una infancia muy grata. Crecer sin padre y bajo el yugo de mi madre fue un poco incómodo. No vale la pena contar hoy el detalle, pero nuestros temperamentos chocaban. Me sentía mal en mi casa, no era feliz, y probablemente era la ausencia de padre, en parte, pero con mi mamá simplemente no nos llevábamos. Ahora lo pienso y me doy cuenta de que debió ser algo terrible para ella que yo me fuera de la casa a los 15 años y no volviera, en una suerte de exilio de su hijo. Ahora que soy padre, pienso que no podría pasar un día sin saber dónde están mis hijos, y ella lo estuvo por mucho tiempo.

"Me corté el pelo porque estaba viviendo un momento radical en mi vida y quería generar un cambio. También le dije a mi hija que quería comprarme camisas o chaquetas para combinarlas con jeans; así, nadie va a decirle que tiene un papá ridículo que se viste como si tuviera 20 años".

¿Y adónde te fuiste cuando abandonaste la casa de tu madre?

Viví en varias casas, de varios amigos. Creo que cuando finalmente me fui, fue porque hubo varios ensayos antes, pasaba fines de semana completos o me iba directo de la casa de ellos los lunes al colegio, y mi mamá no me ponía límites. Durante varios años, dijo consistentemente en la interna de su familia que solo tenía dos hijos, Claudia, mi hermana mayor, y Carlos, mi hermanastro que nació después. Yo no estaba considerado, y es raro hablarlo ahora porque con ella hoy tengo una muy buena relación. Para su cumpleaños de este año, cuando cumplió 70, redactamos una carta entre los tres que decía que si en algún momento fuimos dos, ahora somos 3. Con los años entendí que ese acto de mi mamá de no haberme ido a buscar de las mechas como a Papelucho perdido, fue algo generoso al final, porque me dejó ser.

Tu madre te acompañó ahora, cuando pasaste este susto con tu hijo menor. ¿A qué te aferras en los momentos difíciles? ¿Crees en Dios?

No, no creo en Dios. Siempre tuve la idea de que no existía, de que era más bien un constructo, mucho antes de planteármelo incluso. Hoy tengo la certeza de que no existe. Sí pensé en Dios en momentos de miedo y debilidad, como muchos. Se me viene a la cabeza el recuerdo el terremoto del 85, de haber dicho "Dios mío", pero cuando pasó ese y otros escenarios, volvía a cuestionar con más fuerza si existía o no. Estuve casado con una mujer muy cristiana y, aunque no fue parte de los problemas que tuvimos como pareja, sí creo que detonó algo en mí, aunque de la misa aprendí muchas cosas que me parecen interesantes. Más allá del ritual, me interesaba la prédica del cura, porque con los años empezaron a aparecer los que hablaban más de la cuenta o de otros temas considerados tabú, el signo de los nuevos tiempos, como debe y debiera ser siempre.

¿Cómo te llevas hoy con tu ex mujer?

Nos llevamos bien, cada vez mejor con los años, y no porque compartamos tanto ideas de vida, evidentemente, sino porque disfrutamos las alegrías en conjunto por nuestros hijos. También porque creo que con el tiempo logramos olvidarnos y rehacer nuestras vidas con otras parejas. Ese es un gran punto.

¿Y cómo es la relación con tus hijos mayores? Hace algunos años viviste el episodio de tu rehabilitación, e imagino que a medida que han ido creciendo has conversado el tema con ellos.

Nos vemos siempre, y ambos tienen su rincón en mi actual casa. Con respecto a lo otro, la primera vez que lo hablamos fue porque en 2005 di una entrevista que lamento hasta hoy, porque el tema –que ya no era tema– volvió a serlo al interior del colegio de ambos. Un día la Jose se me acercó y me dijo algo así como, "papá, ¿consumes drogas?". En el minuto no se los aclaré como tal, pero ahora que son grandes sí lo hemos hablado, aunque no solo a partir de lo que me pasó. Soy la clase de padre que habla con sus hijos acerca de drogas, sexo –especialmente con ella–, porque son puntos que se tocan en el colegio y que deberían hablarse en la casa sin tapujos. También porque cuando tienes la edad de ellos, tienes una visión sobre la marihuana por sobre todo. Piensan que no es tan mala, que debe legalizarse, y tienen su opinión y da igual cómo la hayan formado. Yo no soy quién para decirles que no la consuman ni que es el primer paso antes de consumir drogas duras, aunque ese discurso esté instalado y yo piense que haya un poco de verdad en eso. El problema es quedarse enganchado. Algunos fines de semana atrás lo hablamos, y solo los aconsejo, aunque nunca satanizo nada. Al final, ellos van a ser tan seres individuales como uno.

"Le tengo un miedo irracional a la pobreza. La ruina me da pánico. He ido a siquiatras y sicólogos desde siempre, mucho tiempo, y una vez me dijeron que lo mío se llamaba Sensación de ruina, tal cual".

LOS DESCUENTOS

¿En qué etapa de tu vida te encuentras hoy?

Me siento justo en la mitad, porque uno piensa que cuando está por cumplir 45 está en la mitad de 90, que es mi expectativa de vida. Y pienso que la primera etapa estuvo bastante bien, aunque con sus bemoles, pero así es la vida, así es el rock. Estoy en una edad en la que presiento que empezaré a pensar más en la vejez, a sentirla más de cerca, y a veces la espero con mucha ansiedad a que llegue, para al fin descansar. Y no tengo rollos con cumplir años. Siempre he pensado que me gustaría envejecer como Pirincho Cárcamo, siendo como Pirincho. Es de los pocos referentes que está en el momento en que puede pensar en jubilarse y sigue en la radio y es querido por los rockeros y todos los que lo escuchan sin que nadie cuestione que esté viejo. Quiero seguir 20 años más de trabajo y experiencias como las que he tenido, como la canción When I'm sixty-four, de Los Beatles.

Hace tres años animas y produces Ojo con el libro, en ARTV, entrevistando a escritores. También lo haces para la Biblioteca Nacional y otros lugares. ¿A quién cuesta abordar más, a un rockstar o un best seller?

No hay mucha diferencia. Creo que al final del día, ambos son los más fáciles de entrevistar, porque son los que vienen más prefabricados, con un cuestionario respondido de antemano. Y me parece curioso que a veces muchos escritores y músicos no tan talentosos sean los que más vendan, porque son quienes se quedaron en lo mismo, repitiendo recetas y pasándolo la raja. Comen en todo el mundo, comparten mesa con personalidades y beben vino. He entrevistado a todos los escritores chilenos a estas alturas, yo creo, y sigo pensando que se me hace mucho más difícil abordar a los más recientes porque vienen con una nueva chispa. Además, quien entrevista o critica debe saber aventurarse y ser jugado, no ir tan a la segura. Eso es medio difícil, aunque todo un desafío.

Imagino que dejaste de escuchar mucha música para retomar la lectura.

Sí, en mi vuelta a Chile empecé a recuperarla, y algo que han tenido que entender mis parejas, es que si hay personas que se duermen con la tele encendida, yo lo hago después de leer. Es la lectura más importante y larga del día, de hora y media, y hasta dos horas. En total, leo mínimo 4 libros al mes. Probablemente, desde que empezó Ojo con el libro, lo único que ha cambiado conmigo es la dirección y afinación de mi lectura para poder sentarme frente a un escritor, con el privilegio que significa para mí entrevistarlos, tal y como me ocurre con los músicos. Tengo una admiración hacia la figura del creador.

¿Cómo has vivido este revés de la música hacia los libros?

Mucha gente creyó que este era mi lado B o una nueva faceta, y en realidad es como volver a mi matriz, como me dijeron, darle vuelta al cassette. Y hoy creo que me estoy convirtiendo en un coleccionista de libros. Tengo tres habitaciones repletas de ellos en mi casa, pero se están metiendo en el living, en la cocina, en la pieza de mis hijos, en todas partes. Y quiero que estén donde pueda verlos siempre. Se están comiendo el espacio de los discos, incluso. Donde había música, hoy hay literatura, y me parece mucho más valioso como objeto de colección y herencia. Antes la gente se sorprendía por la cantidad de discos que tenía, y ahora lo hacen por la de libros, aunque sigue habiendo más música porque lleva una gran ventaja, pensando en que he estado expuesto a la industria musical por 15 años. De todos modos, siento que entrevistar a escritores le ha dado otro sentido a mi vida y trabajo. Los músicos tienden a decir muchas veces lo mismo, y los escritores cuidan más todo porque es su visión de mundo. Su verdadera voz.

¿En qué se parece el chascón Lewin de los 90 al hombre de radio y entrevistador de escritores que es hoy?

Creo que soy el mismo de antes, aunque más viejo, más sabio y con esas cuestiones babosas como de que se sorprendan porque te cortaste el pelo. Y me lo corté en 2002 porque estaba viviendo un momento radical en mi vida y lo encontré tan rockanrolero y que, sí o sí, iba a generar un cambio y ya, lo hice. En algún momento, le dije también a mi hija que quiero empezar a comprarme camisas o chaquetas para combinarlas con jeans, y que nunca alguien le dijera que su papá es un ridículo que se viste como si tuviera 20. Me queda siempre la cadena en el pantalón, porque el punk sigue siendo para mí lo más importante, mis tatuajes en los brazos y mis ganas infinitas de seguir escuchando mucha música y devorando libros. Porque este soy, y difícilmente vaya a ser distinto algún día.

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