¿Amor o costumbre?: “No sé si realmente seguía estando enamorada o si me había perdido en la costumbre y la rutina”




“Hace unos meses terminé un pololeo de ocho años y medio y si tuviera que describirlo solo ocuparía palabras lindas. Fue una relación sana, en la que ambos crecimos y nos desarrollamos y en la que primó, durante gran parte del tiempo, la honestidad y la armonía. No nos engañamos ni mentimos y ciertamente nos dimos el espacio y el tiempo para hacer lo que queríamos hacer, pero desde el quinto o sexto año en adelante –no podría identificar el momento exacto, pero sé que fue por ahí– no sabría si lo que sentí por él era amor.

Me gustaría decir que sí. Pero me confundo, porque no sé si realmente seguía estando enamorada o si me había perdido en la costumbre y la rutina. Lo que no es malo; no niego que parte de las relaciones de larga data también se basan, naturalmente, en una rutina compartida. Y eso puede ser hermoso, tener a alguien que te conozca como ninguna otra persona y que esté al tanto de todos tus procesos. Pero en mi caso, fue importante identificar que el amor que sí sentí durante mucho tiempo ya no seguía siendo el mismo. Y al menos para mí, esa fue suficiente razón para terminar. Aunque me haya costado mucho.

Las parejas de larga data dirán que el amor se transforma y que nunca es el mismo que se siente en los primeros meses o primeros años. Porque con el tiempo se vuelve un amor más de afecto, cuidado y respeto mutuo. Casi como algo fraternal. Y eso es verdad, pero no necesariamente tiene que ser lo que buscamos. Lo que quiero decir es que no porque eso siga siendo amor hay que seguir en esa relación a toda costa. No debiese ser un impedimento para explorar otras posibilidades, incluso si esa relación sigue ‘funcionando’.

Porque en definitiva no había nada concreto que justificara nuestro alejamiento. Sin embargo, se fue dando y de manera cada vez más inevitable. Pero como no podíamos recurrir al hecho puntual, nos costó mucho soltarnos. No fue como que de un día para el otro me enteré de algo, o como si yo le hubiese mentido. Todo estaba bien, pero igual algo faltaba. Y por eso fuimos alargando una relación que quizás debió haber terminado mucho antes.

Claro, de base no había nada malo. O nada que a primeras podría considerarse malo. Pero ciertamente no había entusiasmo, ni ilusión y mucho menos fervor. Pero como nos dicen que es normal que esas sensaciones se apacigüen con el tiempo, uno lo va naturalizando y asume que es parte del amor. Puede serlo, pero también puede que no.

Que no haya ilusión y entusiasmo, si uno lo identifica, también puede ser una razón suficiente para cerrar una etapa. Me costó tomar la decisión, sobre todo porque para el resto éramos la pareja ideal y siempre es difícil dejar de cumplir las expectativas de los demás. Pero la verdad es que yo ya no sabía si lo amaba y frente a esa duda, era mejor averiguarlo por mi cuenta. Eso era lo más justo para los dos.

Cuando finalmente tomé la decisión, lo conversé con mis amigas y me di cuenta de que muchas veces estiramos el chicle y nos conformamos con relaciones que son buenas pero no necesariamente alucinantes. O con relaciones que ya no nos generan cierto entusiasmo. No nos culpo, en todo caso; si alargamos relaciones que no debiesen durar tanto es porque vivimos en un mundo en el que sigue siendo mejor visto estar emparejados. Nos sentimos incluso más seguras y valiosas estándolo.

Nunca voy a olvidar cuando escuché a mi amigo decir –hace unos años– que las mejores siempre están pololeando. Luego escuché a otro en una junta decir que las que pololean siempre son las más deseadas. Y con ese ejemplo burdo queda claro. Por eso muchas veces estiramos relaciones y nos convencemos de que es mejor estar emparejadas, incluso si no estamos del todo seguras. Porque terminar una relación está asociado al fracaso. Cuando en realidad saber soltar cuando es tiempo de hacerlo es una gran virtud.

Creo que tenemos que normalizar eso. También tenemos que normalizar que no hace falta llegar a extremos o situaciones del tipo ‘me fue infiel, me mintió, le mentí’ para terminar. Se puede estar en una relación sana, armónica y no estar del todo satisfecha. Se puede querer algo más en cualquier momento. Se puede también cuestionar si lo que uno siente es amor, una variante o simplemente costumbre. Se puede incluso elegir que la costumbre no es mala y seguir en esa relación. Pero también se puede dejar ir. Y eso no es grave”.

Lucía Casas (36) es antropóloga.

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