Automedicación de benzodiacepinas: Cuando el remedio empeora la enfermedad

El pasado 25 de agosto se publicó el Termómetro de Salud Mental en Chile ACHS UC, que develó, entre otras cosas, que un 48,9% de las personas entre 21 y 68 años asegura que en las últimas semanas sus preocupaciones los han hecho perder mucho o más sueño del habitual, y que un 54,8% se ha sentido más agobiado y en tensión. También arrojó que las mujeres tienen más de 11,5 puntos adicionales de prevalencia de síntomas de problemas de salud mental que los hombres, principalmente en los tramos 21 a 34 años y 45 a 54.
La ansiedad, el estrés y los trastornos de sueño son problemas que muchas personas tratan con fármacos, pero que en muchos casos no cuentan con seguimiento médico ni se compran con receta. De hecho, la última encuesta nacional SENDA, publicada la primera semana de julio, dio cuenta de que un 45% reporta haber usado más medicamentos sin receta médica durante la pandemia, mientras que un 28,8% asegura haber consumido la misma cantidad y solo un 20,6% dice que se está automedicando menos que antes.
“Desde la perspectiva psiquiátrica la automedicación tiene riesgos”, asegura el Dr. Cristian Norambuena, psiquiatra experto en angustia y depresión y sub especialista en adicciones. Y explica: “La persona consume un medicamento que le hace sentir alivio, pero no es un tratamiento. Piensan que se están tratando, porque tienen un alivio inmediato, pero es como tratar amigdalitis con Paracetamol, porque puede que tomando un ansiolítico duerman más, pero no están tratando el problema de fondo, que podría ser, por ejemplo, una depresión”.
Las drogas más utilizadas para tratar estos problemas tan comunes en tiempos de pandemia son las benzodiacepinas, psicotrópicos con efectos sedantes, hipnóticos, ansiolíticos, anticonvulsivos y miorrelajantes, usuales en los tratamientos para el insomnio y la ansiedad, entre otros. Se pueden encontrar con muchos nombres, tales como lorazepam, clonazepam, triazolam, alprazolam y midazolam, por mencionar solo algunos de los más comunes.
Pero cuando no se consumen bajo el cuidado de un especialista y se auto recetan, se puede desarrollar una adicción e incluso llevar a la muerte si se combina con otros medicamentos. “El problema es que, por un lado, se pierde la posibilidad de ofrecer a la persona el tratamiento que necesita, mientras que por otro, la automedicación con tranquilizantes puede producir efectos adversos significativos”, advierte Norambuena.
El especialista se refiere a efectos sobre la memoria, sobre la capacidad psicomotora y efectos conductuales: “El tranquilizante puede calmar, pero hay personas en las que tiene efectos paradójicos, por lo que se desinhiben y hacen cosas que no recuerdan”. En este sentido, el extremo del síndrome paradojal es una desinhibición absoluta, donde la persona se vuelve impulsiva, irritable e inadecuada. En el caso del insomnio pasa algo similar, pues se produce un síndrome paradojal en el que quien toma el medicamento no logra dormir, sino que al contrario, se mantiene aún más despierto.
Combinaciones y accidentes fatales
La escritora Michelle McNamara tenía 46 años cuando la mañana del 21 de abril de 2016 su marido Patton Oswalt la encontró muerta en su cama. Él le había llevado un café temprano, cuando aún respiraba, y cuando al cabo de un rato subió para ver si ya había despertado, se dio cuenta de que había muerto.
McNamara no estaba enferma ni tenía inclinaciones suicidas, de hecho estaba próxima a terminar el libro que más tarde se convertiría en una novela póstuma y este año en un documental de HBO, I’ll Be Gone in the Dark: One Woman’s Obsessive Search for the Golden State Killer.
Su autopsia dio como causa de muerte una combinación de drogas entre las que se encontraban Adderall, alprazolam y fentanyl. Una sobredosis accidental, que no es poco común cuando una persona se automedica para cada uno de sus síntomas, sin tratar el problema de fondo.
Un remedio para la concentración, otro para reducir la ansiedad y uno para dormir. A esto le sumamos algo para ese dolor de cabeza y un antibiótico para la infección urinaria. Todo esto se puede convertir en una verdadera bomba para el organismo, y resultar en situaciones indeseadas.
“Las benzodiacepinas pueden inhibir el actuar de otros medicamentos, como es el caso de algunos antibióticos, pero también pueden incrementar el efecto de otros, como pasa con los relajantes musculares y los opiáceos”, dice Norambuena y explica que en este último caso la persona puede quedar muy afectada a nivel conductual e inadecuada en lo cognitivo y psicomotor.
Combinadas con alcohol, los resultados también son serios. “Las benzodiacepinas y el alcohol potencian su efecto, llevando a una peor memoria y mayor efecto del alcohol, como torpeza en los psicomotor”. Los mismo sucede con el consumo de otras drogas, como la marihuana.
“Hay un tema en la sobredosis accidental que está relacionado a la desinhibición, porque hay personas que se activan y necesitan más dosis para poder calmarse, intoxicándose, sobre todo si se mezcla con alcohol y otros opiáceos”, dice el psiquiatra. “Hay efectos tóxicos sobre el organismo, más en tiempos de pandemia respiratoria, porque la benzodiacepina puede afectar a los pulmones, agravando un cuadro de coronavirus poco grave”.
Una persona que se automedica difícilmente se recuperará, sino que al contrario, su enfermedad seguirá escalando. “Van a seguir sintiendo el malestar, porque no se están tratando”, explica Norambuena. “Se produce tolerancia, que es una necesidad por escalar la dosis, y un síndrome de abstinencia en el que el cuerpo pide la sustancia. La persona va a sentir que el cuerpo le pide Clonazepam y no va a poder dormir si no lo toma”.
Según la Asociación Americana de Centros de Control de Envenenamiento, en 2014 se reportaron más de 2,1 millones de llamadas de personas con intoxicación farmacológica. En tanto, en 2004, el Centro de Información Toxicológica de la Universidad Católica de Chile reveló un estudio donde se mostraba que el 49% de los llamados telefónicos por consultas toxicológicas fueron por ingesta de medicamentos, de los cuales el 40% eran medicamentos con efecto en el sistema nervioso central.
Cristián Norambuena cuenta que, como psiquiatra, le llegan personas que supuestamente intentaron suicidarse, pero cuando se les pregunta, lo niegan. Aseguran, en cambio, que sí estaban pasando por una situación difícil y que alguien, un amigo o un familiar, les recomendó tomarse algo. Inicialmente el remedio parece funcionar, porque se sienten calmados y contenidos, pero con el tiempo el malestar vuelve. Sin preguntar, aumentan la dosis a tal punto que terminan intoxicados. “Son personas que no atentar en contra de sus vidas, pero que no saben que tomando esos medicamentos podían morir”.
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