"Bastó la autorización de mi jefe para trabajar voluntariamente desde la casa para que empezara este encierro al que he llamado oasis. En mi departamento, absolutamente sola, ya llevo casi tres semanas. Y la verdad es que no he sentido ni la más mínima necesidad por volver a ver gente. No soy una anti social, sin embargo, tampoco siento esa desesperación y angustia por estar físicamente con el resto o salir de este espacio.

Siempre he sido muy introvertida. Soy de guardarme las cosas y refugiarme en mí misma. Con la espontaneidad, de hecho, me llevo pésimo. Y me costó mucho aprender a aceptarme y quererme de esa manera. Vengo de una familia que es totalmente lo contrario, por lo que los cuestionamientos hacia mi personalidad fueron una constante durante mi infancia y adolescencia.

Reboté en varias terapias porque pensaba que algo en mí estaba mal. Que, quizás, había algún trauma reprimido y que por eso tendía a opacarme frente al resto. Hasta que un día, durante una sesión con quien era probablemente mi tercera psicóloga, me cuestioné si realmente me importaba ser así. Si se trataba de algo que yo quería cambiar porque me impedía ser yo misma o que lo que me generaba daño era el esfuerzo por parecerme a los demás. La segunda opción fue mi respuesta. A partir de ese momento, me prometí trabajar en eso. En aceptar que ser introvertida no tenía nada de malo.

Ahora, en aislamiento, me he acordado mucho de esa época. Veo en las redes sociales a la gente quejándose de aburrimiento, mientras yo desde el otro lado figuro con mi máscara hidratante en el pelo, mi taza de café y la compañía de alguna serie o libro. Estoy empeñada en regalonearme. En hacer todas esas cosas que siempre he tenido que dejar de lado por culpa de la rutina y la vida social. Porque aunque me sienta totalmente a gusto sola, en la cotidianidad estoy llena de cosas. Tengo un trabajo súper demandante y trato de que no pasen muchas semanas sin ver a mis amigas. Porque las tengo. No sé si es importante aclararlo, pero hay personas que creen que los introvertidos no tenemos un círculo de contención importante. Yo a las mías las adoro y ellas han sabido respetar mi espacio.

Otra cosa que me ha llamado mucho la atención es la cantidad de pantallazos a las conversaciones grupales de amigos que se comparten en Instagram. ¿Por qué tendrán que mostrarlo? ¿Pensarán que el resto los juzgarán si no están sociabilizando? Yo la verdad es que he participado de bien pocas. Y reconozco que lo he hecho un poco obligada. Lo divertido es que mis amigas lo tienen tan claro, que hasta se ríen cuando me conecto. "La Camila nos tiene silenciadas. Está haciendo como que nos escucha", comentan.

He convertido este aislamiento en mi mundo ideal. Me preocupo de aprovechar el tiempo y hacer todo más lento. Tomo desayuno en mi cama y me ducho sin ningún apuro. Después me instalo a trabajar en el living, pero siempre pongo al lado de mi computador algún puzzle para ir haciéndolo mientras tengo un espacio libre. Y cuando termina mi horario laboral –algo que he respetado a cabalidad– me preparo algo rico y veo alguna serie. A veces, me acompaña una copa de vino. Y cuando me acuerdo de que tengo que ahorrar, una taza de té.

No sé cuánto tiempo vaya a durar esta cuarentena, pero reconozco que una parte de mí aún no está lista para renunciar a esta soledad. Si antes me gustaba, ahora le he ido agarrando más cariño. Y me da un poco de miedo pensar en cómo va a ser volver a la normalidad.

A veces pienso que cuando termine el aislamiento, todos vamos a terminar abrazándonos cada vez que nos veamos y entro en un leve pánico. Sé que va a haber una revalorización de los lazos, pero también creo que va a haber un replanteamiento sobre el tipo de vida que cada uno quiere llevar. En cuarentena aprendí eso. Que aunque sea innegable volver a la realidad, voy a preocuparme de darme el tiempo para regalonearme mucho más. Porque me encanta como soy y lo paso increíblemente bien conmigo".

Camila Pintor tiene 29 años y es publicista.