El amor ¿ya no es como antes?




Hace algunas semanas en la sección Cartas a la Directora del periódico El País de España, una lectora escribió: “Dicen que el amor ya no es como antes, que los matrimonios no duran ni un asalto y que hoy cualquiera se divorcia. Quizá porque las mujeres, poco a poco, vamos recuperando el poder que algún día nos fue arrebatado. Quizá porque el amor de hoy es el que siempre debió ser. El amor entre dos personas iguales. Un amor de tú a tú en el que, si me haces daño, sufro o ya no encajamos, me voy. Un amor en el que no te debo nada, en el que no dependo de ti porque tengo claro que sola puedo, pero elijo estar contigo. Un amor en el que no te necesito, sino que te elijo. Que liberación poder sustituir un verbo por otro. Sí, el amor de hoy ya no es como el de antes ¡y menos mal!.

La publicación –que tuvo más de 6 mil likes y más de cien comentarios– generó debate. Muchos criticaron que esto se plantee como “otra queja de las feministas”, pero para la orientadora Paloma Tosar, quien trabaja como formadora en empoderamiento y autodefensa para mujeres, el sesgo de género es evidente. Cuenta en un artículo publicado en el mismo periódico, que la primera vez que trabajó con mujeres víctimas de violencia machista, le llamó poderosamente la atención que la mayoría de las mujeres estaban viviendo su segunda o tercera relación con un maltratador. “Corría el año 2002 y fue cuando descubrí que la forma en la que nos vinculamos amorosamente las mujeres y los hombres responde a un patrón aprendido que hoy conocemos como la construcción social del amor romántico (...) A la gran mayoría de las mujeres se nos educa para que el amor de pareja sea la piedra angular de nuestra existencia, no la carrera profesional, ni la independencia económica, ni el desarrollo personal”, dice.

Y es que aunque los tiempos han cambiado, culturalmente aún está presente la idea de que para nosotras el amor de pareja es lo más importante de nuestra vida, algo que hay que salvaguardar eternamente, a veces a costa de nuestro bienestar físico, emocional y psicosocial. Aprendemos que no somos seres completos, que necesitamos una media naranja que nos complete e interiorizamos un terrible miedo a la soledad. Paloma pone el siguiente ejemplo: “A mi ahijada Emma, de 4 años, le encanta la película La Bella y la bestia y un día le pregunté si esa era la película en que un hombre/bestia secuestra a una chica, la esconde en un castillo, no la deja ir al colegio, ni al cumpleaños de sus amigas, ni salir con la bicicleta al parque, ni salir a la calle a jugar… Y ella después de varios segundos pensativa me contestó: “Sí, pero se casó!”.

Una respuesta que, además de ser alarmante, da cuenta de que los referentes culturales de niñas y mujeres siguen reproduciendo un modelo de relaciones sexoafectivas en el que existen roles diferenciados entre hombres y mujeres. “Aprendemos desde pequeñas que lo más importante es encontrar una pareja, independientemente del tipo de pareja que sea porque ya nos encargaremos nosotras de cambiarlo, transformarlo, mejorarlo, sanarlo y convertir a la bestia en un príncipe azul. Aprendemos desde la más tierna infancia lo que Clara Coria denominó “la dimensión perversa del aguante”, aguantar por el qué dirán, aguantar por los hijos e hijas, aguantar por no quedarme sola, aguantar por dependencia emocional, aguantar por dependencia económica… Someternos en aras del amor”, agrega Paloma.

Un aguante que por mucho tiempo hizo ver a los matrimonios como una institución para toda la vida, pero el que antes estas uniones duraran más, no significa que fuesen mejores. Y es que, como dice la carta a la directora, “quizá el amor de hoy es el que siempre debió ser”. “La idea de la eternidad –el famoso “felices para siempre”– está erróneamente asociada a la felicidad. Pensamos que las relaciones son más valiosas en la medida que duran más. Pero cuando nos damos la posibilidad de cuestionar el por qué una relación tendría que ser para siempre, también nos abrimos a la posibilidad de cuestionar cómo nos sentimos en esa relación”, complementa la doctora en psicología y académica Carolina Aspillaga.

El problema –agrega– es que al enfocarnos en el futuro al que se supone que debiese llegar nuestra relación y focalizar nuestros deseos, sueños y frustraciones en función de llegar a esa meta, más que en el proceso mismo que estamos viviendo, muchas veces permitimos que se pasen por alto ciertas situaciones y sentimientos que podrían ser dañinos. “Nos han dicho que el amor todo lo puede y que si hay cuestiones que no nos gustan, se van a solucionar si hay amor. Bajo esa lógica muchas veces nos quedamos en relaciones en las que no estamos satisfechas porque pensamos que es el único y gran amor que podemos tener”, aclara.

Según Aspillaga, esto se da un contexto en el que el hecho de estar en pareja se considera como un atributo positivo. “Nos han enseñado culturalmente que cuando estamos en pareja ojalá nos convirtamos en uno, que quedemos fusionados, porque esta fusión permitiría tener relaciones de mejor calidad, con un estatus más alto”, dice. Se asocia también a la idea de que el amor implica entrega total. “Entendemos que el hecho de entregarnos a la otra persona es un requisito que hace más probable que la relación funcione y que nos acerca al ideal de felicidad en pareja”, agrega. Sin embargo, aclara, la individualidad es importante en una relación, porque los espacios individuales son los que nos permiten conectarnos con una misma, con los propios deseos y espacios de desarrollo y por tanto ser lúcidas respecto de lo que necesitamos. Y lo que siempre debiéramos necesitar –como dice la carta de El País– es un amor en el que nadie le deba nada al otro. “Un amor en el que no dependo de ti porque tengo claro que sola puedo, pero elijo estar contigo. Un amor en el que no te necesito, sino que te elijo. Que liberación poder sustituir un verbo por otro”.

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