La canción que me marcó: Quizás, quizás, quizás, de Nat King Cole




“Era muy chica cuando salió esta canción y aun tengo recuerdos difusos de mi mamá escuchándola en el tocadiscos luego de alguna salida nocturna. Era una época en la que se fumaba libremente y sin reparos en espacios cerrados y ella llegaba a la madrugada con el rouge aun intacto, el vestido sin arrugas y el peinado impecable, y lo primero que hacía era servirse una copa y prenderse un cigarrillo. Luego de dar unas vueltas en la cocina, salía al comedor, agarraba el disco y se ponía a bailar. Yo la miraba desde las escaleras, escondida, por miedo a que me viera y me mandara a la cama. Pero ella sabía que yo estaba. Siempre supo y nunca dijo nada. Al contrario, cuando me divisaba de reojo se ponía a bailar de manera más expresiva. Saltaba, se daba vueltas y ponía caras. Y en el coro, cantaba con más fuerza: ‘Estás perdiendo el tiempo, pensando, pensando. Por lo que más tu quieres, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?’.

Yo era chica aun y no entendía del todo porqué esa parte la emocionaba tanto y porqué había en su tono de voz una intención más clara al cantarla. Pasaron los años y lo entendí. Quizás por otros motivos, pero la vida también se encargó de hacerme ver que a veces los pensamientos nos encarcelan y somos víctimas de nuestras propias trampas. Muchas veces me pregunté hasta cuándo.

Esa canción fue, para muchos de mi generación, una suerte de himno. Para quienes la bailaron audazmente o con rasgos de melancolía; para quienes pensaban en algún amor que pudo haber sido y que dejaron ir por miedo al compromiso; y para quienes dejaron pasar la oportunidad porque nunca se atrevieron a tomar una decisión. En definitiva, para todos los que alguna vez nos auto boicoteamos porque le dimos muchas vueltas a la situación; en vez de vivirla, nos auto impusimos limitaciones y quedamos atrapados en los pensamientos. Y así pasan los días, como dice la canción, y no salimos del supuesto. No salimos del quizás.

Para muchos también había en esa incertidumbre y ambigüedad algo de romántico. Nos gustaba identificarnos con ese lado también; con las infinitas posibilidades que se abren cuando no nos decidimos por ninguna. Cuando le damos espacio al azar y jugamos a no comprometernos con nada mucho. Porque el quizás también implica misterio, es permanecer abiertos y no cerrarse frente a ninguna posibilidad. Es mantener lo inconcluso así tal cual, sin necesidad de ponerle un fin. ¿Pero qué tanto se sostiene eso? Esa visión era la que reinaba en mi juventud. Ahora que han pasado tantos años pienso en todo el tiempo que se pierde pensando y repensando. En algún minuto, simplemente hay que tomar una decisión, sea cual sea, y sin miedo a que sea la incorrecta. A veces solamente por el hecho de actuar”.

Gabriela Ruá (71) es pediatra y vive en Nueva York.

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