La pandemia me ayudó a dejar de fumar

Hoy se cumplen exactos cuatro meses desde que decidí dejar de fumar. No es la primera vez que lo intento. En mi vida creo que había pasado por este proceso al menos tres o cuatro veces, pero no alcanzaba a estar una semana sin pucho cuando caía nuevamente en el vicio. Así que 120 días es todo un récord.
Tomé la decisión un día que, en medio de las restricciones de la cuarentena, había agotado los permisos de la comisaría virtual y me quedé sin cigarros. Aunque no era de las que se fumaba una cajetilla diaria –mi promedio eran seis o siete puchos al día–, igual reconozco mi adicción, porque previo a la pandemia y en una situación similar, habría salido a comprar sí o sí. Pero esta vez no pude. Y no pasó nada. Es decir, tuve ganas, no pude salir y me resigné fácilmente. Mucho más fácil de lo que habría pensado. Así que al día siguiente, hice nuevamente el intento.
No sé si consciente o inconscientemente esa mañana llamé a mi amiga anti tabaco. Esa que cada vez que nos veía fumar compulsivamente en una reunión social, nos decía que nos estábamos matando con tanto pucho. No le conté de mi intención de dejarlo definitivamente, pero sí de la resignación que sentí cuando supe que no podría salir a comprar. Obviamente se alegró, pero además me dijo que yo no era la única y que incluso en países como España, cientos de personas han tomado la decisión de acabar con este mal hábito en plena pandemia, a tal punto que las ventas de tabaco bajaron casi un 30% en ese país. Incluso me compartió el link de la nota donde lo había leído. Y me hizo sentido.
Desde ese momento, más que un propósito poco planificado, mi decisión de no fumar más se transformó en una meta concreta, casi sagrada.
Pero a pesar de que ese primer paso de no salir a comprar fue fácil, lo que vino después no lo fue. Para nada. Es más, el encierro para mí ha sido probablemente el contexto en el que menos me habría imaginado dejando el cigarro. Me ha tocado vivirlo sola y con mucha incertidumbre laboral. Pero no solo eso, porque sobre todo al comienzo de la cuarentena tuve una pequeña adicción a las redes sociales e Internet en general. Quizás fue el hecho de no salir, pero necesitaba estar mirando el teléfono constantemente. Y me di cuenta de que cada vez que lo hacía se me apretaba un poco la guata. Veía a gente muy productiva en el confinamiento, practicando deporte, cocinando y haciendo manualidades y la verdad es que a mí la energía no me daba para más que bañarme un par de veces a la semana.
Y claro, en esos momentos de angustia y ansiedad, el cigarro venía perfecto. Como también en el café de la mañana o cuando me sentaba en el balcón a hablar extensamente por teléfono con alguna amiga. Y es que en estas ocasiones es cuando esa frase ‘nunca sabes lo que tienes, hasta que lo pierdes’, se hace latente. Porque obviamente antes de tomar la decisión de dejar de fumar, no me costaba tanto no fumar. Como ese día que no pude salir a comprar. Pero ahora mi cuerpo –o probablemente mi mente– necesitaba un cigarro cada cinco minutos. Solo pensaba en eso.
Pero fui fuerte. Quizás el contexto de la pandemia me ayudó. Porque me hizo pensar en lo frágiles que somos y en la importancia del presente porque al final, todo puede cambiar de un día para otro. Y aunque para algunos eso puede ser una señal de que deben disfrutar la vida y que el pucho es parte del disfrute, seguir fumando sin importar el daño que uno se hace, en mi caso la reflexión fue por otro lado. Creo que esto también es una lección. Y si aun sigo teniendo el privilegio de poder quedarme en casa y cuidarme, mientras hay gente que tuvo que salir todos estos meses exponiendo su salud, lo mínimo que puedo hacer es un esfuerzo por cuidarme, a mí, a mi entorno, al planeta.
Y es evidente lo mejor que uno se siente sin fumar. Lo noto en todo, hasta en la piel. Tengo amigas y amigos que solamente fuman si salen a tomar algo, que se describen como ‘fumadores sociales’. He pensado en cómo será mi vida social sin cigarro cuando otra vez se pueda tener vida social. Y claro, seguramente va a ser una tentación, pero no creo que más fuerte que la lucha interna contra una adicción. La lucha con la propia mente siempre es más fuerte.
Sofía Hormazabal tiene 28 años y es diseñadora.
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