La trampa de la gratificación instantánea: ¿Es eso felicidad?




Hace unas semanas me hablaron de la gran psiquíatra Marian Rojas, española y autora del libro Cómo hacer que te pasen cosas buenas. Como el libro aún no me ha llegado, me puse a buscarla en internet y me encontré con una charla magistral acerca de cómo educar a nuestros hijos para que les pasen cosas buenas. Esta charla, de tan solo dieciocho minutos, me hizo tanto sentido que llamé a mis hijos preadolescentes para que la escucharan conmigo. Porque a través de un lenguaje sencillo, explica cómo en el mundo agitado en el que vivimos, nuestros cerebros comienzan a acostumbrarse a sentir placer instantáneamente.

Es una realidad que actualmente tenemos todo al alcance de la mano. Si queremos algún bien de consumo, basta con un click a través de nuestros teléfonos para conseguirlo -muchas veces incluso sin tener los medios-; si tenemos una duda, google la resuelve; si queremos saber de alguien le mandamos un mensaje y esperamos ansiosamente a que nos contesten. Si necesitamos sentirnos queridos o valorados, subir una foto y recibir likes o comentarios nos sube el ánimo. Nos hemos transformado poco a poco en seres humanos con una gran dificultad para esperar, detenernos y confiar en la vida o lo que viene. Queremos que todo pase aquí y ahora tal como lo planeamos, controlando todas las aristas posibles para que pase a tiempo, instantáneamente una vez que lo deseamos.

Todas estas conductas a las que nos hemos acostumbrado nos llevan a sentir una gratificación instantánea que nos dan la falsa sensación de felicidad. Y es que a nivel cerebral, como explica Marian Rojas, todo aquello que es gratificado instantáneamente hace que en nuestro cerebro nos entregue “chispazos de dopamina”, una de las sustancias que en nuestro cerebro maneja la “increíble” sensación de placer. El problema ocurre cuando disminuye esa sensación de placer porque ya tuvimos esos comentarios en redes sociales, porque ya llegaron esos zapatos que queríamos o porque ya ganamos esa nueva etapa del juego de consola nuevo. Y es ahí donde literalmente nos volvemos a sentir vacíos, solos, desprovistos de lo inimaginable. Mi cabeza entonces comienza a necesitar más dopamina y va a la conquista de la siguiente idea, meta, compra, comentario o droga que pueda volver a producir esa sensación placentera. Y lo peor, es que nuestro cerebro cada vez necesita de más cantidad para volver a sentirlo. Poco a poco nos hacemos adictos al placer pensando que en él está la felicidad.

No por nada se nos ha descrito como una cultura “hedonista”, donde el objetivo principal de la vida se ha transformado en la búsqueda inalcanzable del placer, estableciendo la satisfacción instantánea de nuestros deseos como el fin superior en la vida. Pasamos a definir nuestra felicidad y la de nuestros hijos desde la satisfacción de poder entregarle o regalarle eso que les produce y que nos produce a nosotros mismos placer. ¿Existe realmente alguien que no quiera ser feliz? ¿Es ese placer el que me entrega esa felicidad que sueño?

El placer instantáneo hace que siempre queramos más de él, porque nos engaña a pensar que es ahí donde radica nuestra felicidad. La realidad es que cuando ya no sentimos esa gratificación instantánea, nos damos cuenta de que todo eso que adquirimos, ganamos o nos dijeron no es más que una simple sensación, porque para ser felices necesitamos mucho más que eso. Esta es una de las razones por la cuál las redes sociales y sus likes, las series interminables de Netflix, el descontrol de un buen carrete, la droga, el alcohol y los videojuegos son solo una trampa para volvernos y volver a nuestros hijos adictos a una falsa felicidad que al final del día los hace y nos hace terminar sintiéndonos solos, vacíos y muy lejos de la felicidad que tanto queremos para ellos y buscamos para nosotros. “Las cosas que nos generan placer, en general, no son malas, pero pueden ser destructivas cuando sustituyen el verdadero sentido de la vida, el verdadero comportamiento sano del ser humano”, dice Marian.

Por otro lado, se ha descubierto que las personas más felices son aquellas que encuentran su bienestar en dos áreas: el trabajo y el amor. ¿Lo paradójico? Es que en ninguna de ellas existe el placer o la gratificación inmediata, ya que ambas requieren de trabajo, paciencia y saber liderar con lo dulce y con lo amargo para que se sostengan en el tiempo. En ambas esferas funciona la oxitocina, bien llamada hormona del amor que nos lleva a sentir una sensación de plenitud prolongada en el tiempo. Esta hormona se libera constantemente cuando estamos haciendo eso que nos mueve y que tiene un significado profundo en nuestra manera de actuar y en nuestros sueños a cumplir. Esa hormona aparece cuando nos sentimos amados y rodeados de las personas importantes y significativas que suman a nuestra vida compañía, contención, cariño e incondicionalidad. Sin embargo, todo esto está lejos de ser instantáneo y requiere de una buena dosis de saber esperar, de frustrarse para volver a levantarse, de gestionar nuestros propios impulsos y aguantarlos por saber que eso traerá mejores resultados para nosotros y para los que me rodean.

La vida requiere de una tremenda voluntad para que tenga sentido, para que nos haga sentirnos plenos y para que nos pasen cosas buenas. Porque es solo a través de esa voluntad y esa capacidad de poner el placer instantáneo en pausa por un bien mayor lo que nos llevará a descubrir qué necesitamos hacer para sentirnos aportando en este mundo. También es esa voluntad la que nos llevará a poner las cosas en equilibrio para trabajar, sacrificar o regalar una parte de nosotros en pos de formar una relación incondicional y de amor profundo con un otro. Son los vínculos los que nos entregan amor, y finalmente es ahí donde encontramos la felicidad o plenitud. Y es en esos mismos vínculos donde tendremos que vivir las pérdidas, los dolores, la vulnerabilidad, la frustración y, al mismo tiempo, la magia de sentirnos únicos, queridos, elegidos y amados por otro. No existe la felicidad en el placer instantáneo, existe en la vida misma con sus dulces y amargos.

Como dice Marian en su charla, cuando recibimos instantáneamente todo lo que queremos, nuestros cerebros dejan de saber esperar por lo que quieren. Es esta espera la básica para ser feliz. Es “la voluntad la joya que corona la conducta y finalmente una persona con voluntad, llega más lejos que una persona inteligente”. Nuestros hijos, y muchas veces nosotros, estamos acostumbrados a vivir en automático, pensando qué quiero para sentir ese placer que me hará sentir mejor. Nos olvidamos que el verdadero amor y felicidad está en lo real, en los vínculos, en la conexión auténtica y en el amor tanto por los que me rodean como por lo que he elegido hacer en la vida. La felicidad reside en la sensación de plenitud que permite vivir el presente con otros de manera real, disfrutando lo que hacemos, dándole sentido a lo que dejamos de hacer y fortaleciendo aquello que genera pena, rabia o angustia.

Cuando terminamos de ver la charla, lo primero que me dijo mi hijo de 13 años fue “qué cierto; uno se siente tan solo cuando ve o juega a través del celular y tan querido y feliz cuando está con gente”. No nos olvidemos de enseñarles a nuestros hijos a gestionar hacia dónde quieren invertir su maravillosa energía. No sea que todos terminemos siendo presos de la necesidad de dopamina y no de la verdadera felicidad.

María José Lacámara (@joselacamarapsicologa) es psicóloga infanto juvenil, especialista en terapia breve y supervisora clínica.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.