Daniela Cayo Gómez: Tarde, pero artesana
De acuerdo al último Censo, un 11,5% de la población en Chile se identifica como perteneciente a un pueblo originario y más de la mitad son mujeres. Esta es parte de una serie de entrevistas que rescatan la voz de mujeres aymara -el pueblo más numeroso después del Mapuche-. Todas ellas son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara.

A sus dos años, la hija de Daniela Cayo Gómez (30) es casi un calco de su madre. Esta tarde, mientras el sol pega fuerte en Pozo Almonte, la niña se roba las miradas cuando llega vestida de aksu a una ceremonia donde participa su mamá junto a buena parte de las artesanas que viven en esta localidad.
El traje que lleva puesto la niña es el vestido tradicional de las mujeres aymara, compuesto por un holgado paño café o negro que llega hasta más abajo de la rodilla, que se prende a los hombros por medio de tupus o alfileres de plata, y va ceñido a la cintura con una faja, llamada wak’a en aymara. Tal como su mamá, en la espalda la niña lleva un chal de color fuerte, al cuello lleva colgados collares de fantasía y en su cabeza un sombrero de paja para protegerse del sol, con una cinta de color que se agita con el viento. Daniela, la niña, lleva un aksu miniatura. Daniela, la madre, lleva uno hecho a su medida.

Nacida en Iquique, la historia de Daniela es reflejo de una generación intermedia: esa donde los padres bajaron desde el interior –el altiplano profundo, cuna del mundo aymara– a la ciudad para que los hijos estudiaran en la escuela. Un movimiento de vida que si bien buscaba un futuro mejor, significó el quiebre con las tradiciones: entre ellas, observar cómo las mujeres hacían el tejido precolombino en telar de cintura y de cuatro estacas o cómo los hombres se dedicaban a tejer telas en telar a pedales. “De todo eso, yo nunca supe ni vi nada cuando niña”, dice Daniela.
“Mi familia era del interior, de Cariquima, cerca de Colchane. Pero al bajar a Pozo Almonte nunca quisieron volver y tampoco acordarse del tejido, porque dicen que cuando chicos sufrieron mucho. Por ayudar a tejer no podían jugar. Tenían que tejer para que su familia pudiera comer”, comenta Daniela. “Por eso cuando ya de grande le dije a mi mamá ‘¿por qué no me enseñaste, si tú sabías de todo?’, ella me dijo: ‘enseñarte era acordarme de todo lo que pasé de niña. Era acordarme de lo que sufrí. Yo no quería eso’”. Quizás como un bálsamo ante esa desconexión, en Pozo Almonte la mamá de Daniela aprendió corte y confección, y le enseñó a su hija. “Eso me hizo estar cerca de la moda y creo que por eso siempre esto (la artesanía textil) me ha gustado”.
El hilo que comenzó a reconectar su historia, y a unir el presente con ese saber desconocido que su familia había dejado en el pasado, fue su matrimonio con un joven aymara de Pozo Almonte. Ahí, ya con 20 años, Daniela partió su historia como artesana. Casada y con un hijo, se lanzó a aprender guiada por la abuela de su marido, quien le enseñó a tejer en telar a pedales y también algo del tejido de fajas que se hace con telar de cintura o cuatro estacas, técnica precolombina mucho más compleja. De eso hace ya diez años. Hace cinco, en tanto, se integró a la agrupación Hijas Migrantes de Isluga, con quienes entrega sus piezas a Artesanías de Chile y junto a quienes, por estos días, aprende más de ese antiguo saber hacer.

“El curso que estamos realizando ahora me encanta, porque nuestras tradiciones se están perdiendo y con este taller las estamos recuperando. Me gusta tener la oportunidad de aprender estas técnicas para enseñarles y traspasarles a nuestros hijos y, más adelante, a nuestros nietos”, dice Daniela y agrega: “las cosas que estoy aprendiendo en los cursos son muy distintas entre sí. Uno es para aprender nuevas técnicas de tejido en telar de pedales y el otro es de fajas, que son tejidos tradicionales. Ese sí que es difícil. Me llega a doler la cabeza de lo complejo que es. Pero lo que estamos haciendo es muy diferente a todo lo que se ha hecho hasta ahora y eso me gusta. Estamos haciendo tejidos novedosos para jóvenes. Y creo que eso les va a llamar la atención y que les llame la atención hará que las nuevas generaciones se interesen más en conocer la artesanía aymara”.
Uno de los sueños de Daniela es traspasar su saber hacer. En su caso, tiene dos aprendices: Edgar, su hijo mayor, de 12 años, y Daniela, la más niña, que esta tarde sigue dando vueltas a su alrededor vestida con su aksu miniatura. Aunque la niña todavía no muestra interés por los textiles, “cuando escucha un charango o una zampoña, ella al tiro empieza a bailar o le pasa a alguien el instrumento para que siga tocando”, dice Daniela, quien por el momento se da por pagada con su hijo, quien se ha interesado por un saber que antiguamente fue propio de su abuelo.
“En esta zona antiguamente los hombres eran los que tejían a pedales para hacerse su ropa. Yo eso no lo sabía. Lo supe recién ahora con la fundación”, comenta. “A mi hijo esto le llama la atención y me está pidiendo que le enseñe. Quiere hacer bufandas. Tejer en telar a pedales. Por tiempo, hasta ahora no he podido. Pero yo quiero enseñarle, porque me ilusiona que él quiera aprender”.
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- Este testimonio es parte del libro Herederas de Isluga, publicado en 2021 por Fundación Artesanías de Chile (@artesaniasdechile), que recopila 18 historias de artesanas Aymara de la Región de Tarapacá. Todas ellas comparten una sabiduría donde se funde su relación con la naturaleza y sus ritmos vitales: son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl.
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