Paula

Elsa Moscoso Gómez: Ganar cuatro hijas, dotarlas de un buen tejer

De acuerdo al último Censo, un 11,5% de la población en Chile se identifica como perteneciente a un pueblo originario y más de la mitad son mujeres. A propósito de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Indígena, inauguramos una serie de entrevistas junto a Fundación Artesanías de Chile, que rescatan la voz de mujeres aymara -el pueblo más numeroso después del Mapuche-. Todas ellas son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara.

FotografíaS: Carolina Vargas y Lydia González

Para sus cuatro nueras, Elsa Moscoso Gómez (53) es mucho más que su suegra. Su nombre es sinónimo de matriarca y maestra, dos títulos que se ganó en la práctica; fue ella quien les enseñó todo lo que saben del buen tejer. Un conocimiento intrínseco a las mujeres aymara contemporáneas a Elsa que sus nueras nunca aprendieron de niñas, pues crecieron más afuera que adentro: más horas en la escuela, menos horas en la casa.

Elsa es de las que se crió adentro, en un pueblo llamado Chulluncane, 51 kilómetros al sur de Colchane, rodeada de maestros y maestras tejedoras: un abuelo que trenzaba, una abuela que hilaba y una madre que tejía. Imitando con las manos lo que veían todos los días sus ojos, a los diez años hizo su primer trenzado y antes de cumplir los dieciocho, cuando se juntó con el padre de sus hijos, ya había tejido su primer aksu; un vestido de uso ceremonial de color negro, gris o café, que las mujeres aymara tejen entrada la adolescencia y guardan como un tesoro; si se ha de pasar a mejor vida, que sea amortajada de su aksu.

A diferencia de sus nueras, dice Elsa, cuando ella llegó a la casa de su suegra era una tejedora hecha y derecha. Pero no tenía cómo imaginar que de todos esos conocimientos, poco sería lo que heredaría la sangre de su sangre; cuatro niñitos hombres, dice, ninguna mujer. “El mayor hilaba desde chiquitito y el segundo y el tercero hacían el trenzado de la soga, pero muy de vez en cuando, solo cuando estaban de vacaciones”, recuerda Elsa. Por eso, apenas advirtió que esa causa estaba perdida, intuitivamente comenzó a enfocar sus esfuerzos en sus primas y sus sobrinas. “A todas las mujeres que podía les enseñaba. Siempre partía por las saldas, como le llama uno al dibujo que va en la pieza, ya sea una faja, una frazada o una llijlla”, comienza a explicar, con la pausa y solemnidad de una maestra.

FotografíaS: Carolina Vargas y Lydia González

Así se la pasó por años, enseñando a otras el saber que tenía entre sus manos, hasta que la suerte, el destino o las divinidades le regalaron las cuatro hijas que no tuvo; Claudia (35), Nilda (35), Evelyn (41) y Yanet (29), sus “yernas”, como les dice ella, quienes prontamente se hicieron de un lugar; primero en su corazón y luego en su telar.

“Aprenda a tejer porque así siempre va a tener un oficio, algo que puede hacer con sus manos para después salir a vender, para que nunca le falte su platita”, les aconsejaba Elsa apenas ponían un pie en su casa, la misma donde vive hasta hoy con tres de sus “yernas” y dos de sus nietos, en el poblado Andino de Pozo Almonte.

Allí, bajo la sombra que les regala el patio interior, transcurre lo cotidiano de su clan. Allí comen, allí juegan los niños y allí tejen. Y entre medio de los telares y los camiones estacionados que trabajan su pareja y sus hijos, la revuelven sus perros y el espíritu de Paloma: una alpaca que Elsa adoptó como parte de la familia, que solía andar día y noche a su siga, esperando el batido de leche y hierbas que Elsa solía prepararle especialmente, igual como hacía su abuela con ella cuando era una niña.

FotografíaS: Carolina Vargas y Lydia González

Toda la ternura que le despertaba su alpaca se la guardaba en el bolsillo cuando se trataba de enseñar. La cuestión era simple, les cantó a sus nueras desde un comienzo: “cuando haya horas desocupadas, nosotras tejemos”. Las nueras proponían y Elsa disponía. “Miren bien mis pies, así tienen que fijar los pedales”, les iba indicando, mientras las nueras le seguían el amén. Urdía Elsa, urdían las nueras, tejía Elsa, tejían las nueras.

“Primero tejieron una bufanda, después un chal y así íbamos, poco a poco subiendo la complejidad de la pieza. Lo que más les costó fue tejer las orillas”, confidencia entre risas cuando recuerda los bordes abiertos, triturados o disparejos que resultaban de esas primeras lecciones. “¡Pero ahora tejen más rápido que yo!”, dice de inmediato y agrega: “Cuando niña yo era bien rápida. Miraba una vez a mi abuelo y al ratito estaba haciendo mi propia trenza, pero a veces me distraía porque me daban ganas de ir a jugar. En cambio mis yernas, como aprendieron de adultas, uno les indicaba una cosa y la hacían al tiro, bien comprometidas, hasta que le agarraban la mano”, rememora. Cada una, dice orgullosa, tiene su gracia; Claudia es la que mejor orilla, Nilda es la que más teje y Evelyn es la más rápida. “Yanet es un poco más pausada, pero hace unas piezas tan, pero tan bonitas”.

De las cuatro hijas que ganó, las tres que viven con ella son, además, sus compañeras de tejido. Junto a otras diez artesanas y artesanos, desde 2016 conforman el Taller Rescatando Nuestras Raíces, cuyas manos tejieron parte de las colecciones que se presentan en este libro, empleando la misma técnica que se utiliza para tejer cordelería y fajas tradicionales.

Esa sincronía, dice Elsa, la emociona. “La cordelería fue lo primero que aprendí a hacer y es casi lo único que le traspasé a mi hijos del tejido, pero recién este año vine a perfeccionarlo”, reconoce, y con el rigor que la caracteriza, apenas recibió el encargo los puso a todos a tejer. Aunque el encargo inicial fue realizar tres piezas, bajo el liderazgo de Elsa la agrupación entregó doce.

“Es que cuando tejemos juntas con mis yernas es como si estuviéramos todas unidas. Nos entendemos bien y nos reímos, que es lo que más me gusta de tejer; que me siento tan feliz y entretenida como si fuera mi primer día en el telar. Por eso yo quiero seguir traspasando lo que sé a mis nietas, a mis bisnietas y a todas las mujeres que vengan. Hasta donde yo pueda, esto yo quiero compartirlo”.

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  • Este testimonio es parte del libro Herederas de Isluga, publicado en 2021 por Fundación Artesanías de Chile (@artesaniasdechile), que recopila 18 historias de artesanas Aymara de la Región de Tarapacá. Todas ellas comparten una sabiduría donde se funde su relación con la naturaleza y sus ritmos vitales: son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl.
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