Paula

Hablemos de amor: Los ‘casi algo’ en Navidad

La autora de esta columna reflexiona sobre los “casi algo” y por qué, en Navidad, duelen más las historias que no alcanzaron a existir.

Diciembre tiene la mala costumbre de iluminar incluso lo que intentamos mantener en penumbra. Es un mes que abre cajones afectivos sin pedir permiso: recuerdos, balances, silencios, ilusiones truncadas. Y a veces lo que más duele no es una ruptura, sino una historia que nunca llegó a existir.

Los ‘casi algo’ o casi amores, esos vínculos que parecían promesa y terminaron en sombra, se sienten especialmente crueles cuando las fiestas se acercan y una descubre que pasará la Navidad, no con “alguien”, sino con el eco de lo que casi fue.

Son historias que te dejan en el suelo, igual como si hubieras vivido una relación completa. Empiezan con una chispa leve, crecen en silencio, se sostienen con ilusión y se derrumban sin aviso. Y duele. Duele más de lo que una quisiera admitir, porque no te enamoraste de la persona real, sino del posible futuro que imaginaste a su lado; de esa presencia con la que te viste caminando por el mall comprando un regalo mutuo, sirviendo cola de mono después de la cena o sacando una foto frente al árbol; de esa persona que imaginaste presentando a la familia o con quien, al menos, pensaste compartir mensajes largos y cómplices el 24 en la noche.

A veces la avidez de compartir la vida, te nubla las red flags, suaviza lo que debería inquietarte y embellece lo que en realidad era advertencia. Y sin darte cuenta, construyes un vínculo interno que está a años luz de la persona real que tenías enfrente.

Y lo más contradictorio es que aferrarte a esa historia imaginada cumple una doble función: te sostiene la esperanza, sí, pero también te protege. La fantasía es un abrigo suave en un mes donde la realidad puede volverse incómoda. En Navidad esa incomodidad se vuelve más visible por la sensación persistente de estar fuera de lugar. De pronto te descubres siendo la única sin pareja en una junta donde todos llegan de a dos, o en esas reuniones de amigos donde ya hay niños corriendo y conversaciones que giran en torno a colegios, casas y rutinas familiares. Tú estás ahí, presente, pero en otro ritmo, en otra frecuencia.

Y entonces aparecen los comentarios, casi siempre bien intencionados, pero igual de punzantes: “¿Y tú cómo estás?”, “¿sigues sola?”, “ya llegará alguien”. Frases que no buscan herir, pero que te recuerdan que no encajas del todo en la escena que se supone debería ser natural a esta edad. Por eso, quedarse en la ilusión de la pareja, aunque sea frágil, evita esa sensación de estar fuera de lugar en tu propia historia.

Y entonces aparece alguien que parece medio disponible y una parte tuya deja de ver lo que debería inquietarte. No por ingenuidad, sino por necesidad. Porque cuando llevas tanto tiempo sintiendo que no perteneces del todo en ningún espacio, cualquier sombra de compañía se vuelve un boleto simbólico para no sentirte desubicada otra vez.

Así, tu corazón hace una maniobra silenciosa: embellece a la persona equivocada para poder calzar en una escena que en diciembre parece exigir compañía. No es que ignores las señales; es que tu deseo de pertenecer pesa más que tus alarmas.

Por eso golpea tanto cuando ese ‘casi algo’ se repliega o desaparece. Muchos no huyen de ti: huyen de lo que implica vincularse. Para quienes temen la intimidad, mientras todo es ligero, insinuado y etéreo, la historia funciona. Pero basta mencionar la posibilidad de algo real para que se active el pánico: miedo a ser vistos, a fallar, a necesitar, a sentir demasiado, a tener responsabilidad afectiva.

Y ahí quedas tú, sosteniendo una ilusión que te protegía, enfrentándote de golpe al hecho de que pasaste del casi todo al casi nada sin explicación alguna.

Los ‘casi amores’ funcionan así: no ocurren afuera, ocurren adentro. Son historias que se viven en borrador pero se sienten como novela completa. Una narrativa interna hecha de señales mínimas: un mensaje más largo, una coincidencia absurda, una mirada que interpretaste como destino. El corazón no necesita certezas para ilusionarse: necesita posibilidad.

Pero también ocurre algo más profundo: lo que duele no es solo la persona que no fue, sino la versión tuya que apareció mientras esa historia parecía posible. La que se sintió luminosa, disponible, ilusionada. Esa parte tuya que había vuelto a abrir un pedacito de esperanza. Perder un ‘casi amor’ es también perder esa posibilidad interna de volver a ser la mujer que fuiste mientras soñabas.

Pero quizás estos amores que no fueron también cumplen una función: recordarte que todavía puedes sentir. Que no estás apagada. Que tu corazón sigue disponible pese al cansancio emocional del año. Que algo dentro de ti, aun herido, sigue intentando acercarse a lo que sueñas.

Honrar un ‘casi amor’ no es idealizarlo ni esperarlo. Es reconocer lo que despertó en ti: ganas, ternura, valentía, deseo. Es despedir la ilusión con gratitud por haber existido, aunque fuera solo adentro. Porque al final, el fin de año también se trata de eso: cerrar lo pendiente, dejar ir lo que pesa y volver a ti misma.

Y aunque duela pasar del casi todo al casi nada, también puede ser una oportunidad para elegirte. Para mirarte con más suavidad. Para recordar que no fue pérdida: fue prueba de que tu corazón, incluso después de un año duro, sigue vivo. Tal vez este año no se trate de quién llega a tu mesa, sino de que por fin te sientes en ella sin pedir disculpas por tu vida.

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