Parejas jóvenes al diván




Dominga y Pedro llevan cuatro años juntos. No tienen hijos, tampoco una mascota. No conviven. Son jóvenes: ella tiene 22 años, él 21. Cuando iban a cumplir dos años de pareja, las peleas se intensificaron. Una especialmente fuerte los dejó con una interrogante flotando en el aire: terminar o seguir. Tomaron una tercera vía: una terapia en pareja.

“Las peleas nos estaban haciendo mal. Como éramos chicos, no sabíamos qué hacer ni a quién pedirle ayuda. Ninguno de los dos quería terminar pero los dos sentíamos que si no parábamos de pelear, íbamos a terminar”, cuenta Dominga, recién graduada de Cosmetología.

Hasta hace unos años, la terapia en pareja era territorio casi exclusivo para los casados o aquellos que acumulaban muchos años de convivencia. Parejas con hijos, parejas que intentaban vencer la rutina, sobrevivir a infidelidades: parejas con historia.

Hoy en cambio, es una práctica cada vez más solicitada por parejas jóvenes de entre 20 y 30 años.

Para entender el fenómeno hay que ir un paso más atrás. La Asociación Estadounidense de Psiquiatría informó recientemente que 37% de jóvenes de la generación Z son más proclives a iniciar una terapia. Son seguidos de cerca por los millenials (35%).

Para los expertos, la clave está en la visión que las nuevas generaciones tienen sobre la salud mental. Y es que los más jóvenes ven la terapia como una herramienta que necesita mantenerse en el tiempo y no como un recurso al que acudir cuando se está en crisis. Esto se ha ido trasladando a sus relaciones.

Gianella Poulsen lleva 16 años dirigiendo este tipo de consultas. Es la jefa de la Unidad de Terapia de Pareja y Sexualidad en la Pontífice Universidad Católica y en los últimos años ha presenciado un alza en las parejas jóvenes que acuden a su consulta. “Desde hace un tiempo cada vez son parejas más jóvenes. Es muy lindo eso porque todo lo que detectas antes se puede reparar mucho más fácil”, explica. Antes para las parejas “ir a terapia era más bien ir a separarse y decir que estaban haciendo lo último que se podía hacer, pero finalmente la cosa estaba bien muerta”, dice.

Con los más jóvenes es distinto. Ya que en muchos casos quieren ir a terapia no para salvar una relación que ya no tiene salida, sino que para mejorar la que ya tienen. “Hoy día tanto hombres como mujeres son los que invitan a la terapia. Y normalmente por cosas relativamente simples. No tan complejas. Más a tiempo, sabiendo que desde ahí van a poder mejorar el vínculo”, explica.

Son varios los factores que facilitan el terreno a los más jóvenes en este tema, según Poulsen. Hay menos tabúes en cuanto al sexo, menos miedo a hablar. Son más abiertos. “Me ha pasado que consultan parejas jóvenes por alguna dificultad sexual y lo hacen apenas aparece el problema. Eso antes no habría existido”, dice.

Claustrofobia

Fue el caso de Laura (28) y Tomás (22). Su primer año juntos iba a llegar en plena pandemia, cuando el virus ya estaba desplegado por todo el mundo.

Pero había un tema que los incomodaba, que abrió una brecha entre ambos. Él no estaba conforme con la frecuencia en la que tenían relaciones. Ella estaba estresada y cansada, sin ganas de nada, agotada de cuidar a sus dos hijos de una relación anterior. Era una de las muchas madres que durante la pandemia se sintieron sobrepasadas.

Tomás, funcionario de las Fuerzas Armadas, tenía miedo de que la gente se enterara. No quería ir a terapia, no creía que fuera necesario, pero finalmente cedió. “Comencé a cuestionarme. Pero al final no era mi culpa y con la terapia ambos nos dimos cuenta de eso”, cuenta Laura.

En la sala de espera veían a otros jóvenes, como ellos. Y terminaron agradeciendo haber tomado ese paso ya que consideran que llegaron a arreglar un aspecto puntual de la relación, pero finalmente fortalecieron y potenciaron muchos otros. “Nos hizo ver que ambos queremos estar juntos, que estamos luchando para eso y que no nos rendimos a la primera”, dice.

La pandemia fue un gran reto para todas las parejas. También para las más jóvenes. Si algunas tuvieron que acelerar procesos que de otra forma se darían con otro ritmo -como la convivencia-, otras tuvieron que suspender o congelar planes.

“Todos tuvimos que sacar nuevos recursos para enfrentar la vida”, explica Poulsen. “Muchos salieron muy fortalecidos porque practicaron más posibilidades (...) Para los que no lograron hacer ese salto fue súper duro”.

Magdalena (29) se casó con su pareja sabiendo que eran muy diferentes. Ella trabaja en el área de las Ciencias Sociales, él es ingeniero. Ser distintos les generó una gran atracción y química. Al menos en un principio. Con el encierro las cosas cambiaron y esa brecha comenzó a ser un problema. “Lo que alguna vez nos atrajo del otro, se volvió una distancia. Además, políticamente se incrementaron las diferencias”, cuenta.

La falta de espacios, el no poder echarse de menos ni ver a otras personas, el encierro y el sofoco provocó una situación en donde, más que pareja, parecían enemigos. Fue entonces cuando decidieron empezar una terapia que aún continúa.

“Algo de viejos”

Lo hicieron con un poco de escepticismo y temor. “Creíamos que era algo de ‘viejos’. Nosotros estábamos recién casados y creímos que teníamos algo malo por sentir la necesidad de ir a terapia de pareja”, cuenta Magdalena.

“Pero todo lo contrario, creo que cuanto más preventivo, mejor se solucionan las tensiones, y además hacemos de la pareja un lugar mucho más seguro y firme”, dice.

En el caso de Dominga y Pedro, que asistieron a terapia hace casi dos años, creen que los prejuicios frente a este tipo de tratamientos siguen existiendo. Ninguno de sus papás se enteró de que habían ido a terapia. “Estábamos seguros que iban a decir: ¿qué problema van a tener, si son chicos?”, dice.

Para Poulsen es importante derribar los mitos y prejuicios de estos tratamientos porque, en su opinión, la terapia es un gran aprendizaje para las futuras relaciones. “Hay cosas que tenemos que aprender todos. Hay un porcentaje de los conflictos que no tiene solución, que van a tener que aprender a regularlos con distintas estrategias”, dice.

Fue el caso de la trabajadora independiente Macarena, de 31 años y su pareja Carolina. Antes de cumplir los dos años juntas, decidieron acudir a un especialista. Estuvieron en eso desde marzo de 2021 hasta junio del mismo año. La terapia terminó con el quiebre de la relación.

“Me sirvió muchísimo. Más allá de lo que logramos trabajar en pareja. Más allá de que no hayamos seguido, aprendí a poner límites y conectarme con lo que realmente quiero y no quiero en la relación”, cuenta.

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