Paulina Araneda, Presidenta del Consejo de la Agencia de la Calidad de la Educación: “La pandemia, con todo el dolor que ha significado, también es una oportunidad para preguntarnos ¿dónde está la escuela? ¿A qué queremos volver?”




Un reciente informe de Ipsos sobre el impacto del Covid-19 en la educación, bienestar y oportunidades de los niños, niñas y jóvenes del mundo, determinó que entre los mayores problemas que afectarán el bienestar de niñas y niños de hasta 11 años cuando vuelvan a la escuela, están: Mantener el enfoque y la concentración en los estudios (41%); ajustarse a los cambios en el ambiente educativo (32%); reintegrarse con otras y otros estudiantes, profesores y funcionarios de la escuela (31%); volver a la actividad física regular (27%); y mantener un buen comportamiento y disciplina (27%).

A esto se le suman las cifras que en mayo recién pasado se dieron a conocer en Chile como resultado del Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA), desarrollado por la Agencia de Calidad de la Educación para medir los aprendizajes alcanzados por los estudiantes de cada establecimiento durante el 2020, y para conocer su estado socioemocional tras la suspensión de clases presenciales producto de la pandemia. En esa oportunidad se determinó que los estudiantes de enseñanza media no alcanzaron el 60% de los aprendizajes necesarios en el año.

Todas cifras que parecen desalentadoras, pero que para Paulina Araneda, Directora Ejecutiva de Grupo Educativo y Presidenta del Consejo de la Agencia de la Calidad de la Educación, no son lo central. “Cuál es el sentido de tener los datos, siempre es importante, pero sobre todo en periodos como éste en que estamos viviendo algo que era totalmente desconocido para todos nosotros, surge la especial preocupación por saber cómo generar condiciones para que aprender sea un derecho que pueden ejercer todos los niños y niñas. Creo que esa es la centralidad, más que sentirnos impactados con el dato, es mejor entender que tenemos información que nos va a permitir orientar esfuerzos de manera más pertinente a los requerimientos y a la situación de sus estudiantes”.

¿Estamos entonces frente a una oportunidad?

A mí me parece que evidentemente los datos son los datos, pero aun así no revelan algo que nos debería asombrar tanto; vivimos en un país con una brecha importante y lo que hoy tenemos es que se ha agudizado en algunos contextos. Pero previo a la pandemia sabíamos y veníamos haciéndonos preguntas en el país y en la región, teníamos cosas que mejorar y otras que cambiar. Estos datos nos permiten pensar en cómo usar esta información de tal manera de poder avanzar en generar estrategias pedagógicas y sociales que nos permitan resolver la inequidad y la dificultad de aprender de niños y niñas, especialmente en contextos más vulnerables.

En un contexto tan cambiante, ¿cuál será la mejor estrategia?

Creo que tenemos que impulsar dos tipos de estrategias, hay un tipo de política que es incrementar, porque siempre vas a necesitar más: mejorar la velocidad de los computadores, mejores salas, espacios públicos más empáticos y amables para todas las edades, por ejemplo. Pero hay un segundo tipo de estrategia que tiene que ver con la innovación. Cuando lo que estás haciendo no te permite alcanzar lo que quieres alcanzar, y creo que en eso nos tenemos que enfocar.

¿Todo esto pensando en la presencialidad?

Es que después de todo este tiempo me surgen dos cosas: una es preguntarse dónde está la escuela y otra es que tenemos que pensar en las niñeces como un actor relevante. Respecto de lo primero, me parece que es una pregunta de innovación justamente en cuestionarse ¿dónde está la escuela? ¿Es el edificio? No, porque si lo fuera, entonces nadie habría tenido clases este tiempo. La pandemia con todo el dolor que ha significado, que nos va a costar años recuperar, también nos permite hacernos esta pregunta, porque si la hacemos, quizás logremos resolver de mejor manera los desafíos. ¿Cómo hacemos que vuelvan? ¿A qué vuelven? ¿Qué es volver? Porque en todo este tiempo han estado estudiando.

¿Se podría imaginar un sistema más híbrido?

Es que pienso que tiene que ver con escuchar y entender lo que las niñas, niños y adolescentes quieren y necesitan. Por ejemplo, la tecnología es desde ahora un anexo o emigramos hacia eso, es una pregunta; pero también qué es lo más relevante de la escuela. El deporte y la capacidad de reconocimiento de tu propia corporalidad; la capacidad de tener espacios expresivos como el arte para poder comunicar lo que han sentido en este tiempo. Pienso que ese es el desafío que tenemos y me gustaría que como país pudiéramos preguntarnos a qué queremos volver y que esa sea una construcción en la que todos y todas tengamos voz, y que las y los estudiantes se sientan partícipes de lo que ocurre y puedan contarnos lo que han aprendido, lo que han ganado y no solo lo que han perdido.

¿Tender más hacia una educación emocional?

Hoy todavía estamos en una situación compleja en la que tenemos más diagnósticos que una reflexión acerca de lo aprendido y cómo desde ahí nos orientamos a la construcción de lo que viene. Las autoridades de salud han reiterado mucho que de esto vamos a salir todos y todas juntos y en educación es lo mismo. Pensemos que hay chiquillos el año que comenzó la pandemia justo entraron a un colegio o liceo, que llevan dos años en un establecimiento que no han visto nunca, que no se lo pueden imaginar; no es que añoren los pasillos que conocen, no los conocen, se imaginan un espacio y se imaginan gente que no han visto nunca en persona. Esas niñas, niños y adolescentes han tenido que enfrentar sus temores, agarrarse de los hábitos que le van quedando, porque perdieron hábitos y por tanto no solo han aprendido, también han desarrollado capacidad reflexiva, capacidades simbólicas, de proyectarse… entonces no es solo emocional, ellos tienen un conocimiento de su entorno y de ellos mismos, de lo que no han logrado conocer, que también es conocimiento. Pensar desde ahí hace diferencia.

Es un trabajo complejo también para las y los docentes...

El otro día conocí a un profesor de cuarto básico de matemáticas que llegó a trabajar a una escuela en medio de la pandemia, por tanto nunca ha estado en la escuela, no conoce la sala de profesores, a sus colegas ni a sus alumnos. El al comenzar la clase hace una encuesta y les pregunta: ¿Qué quieren aprender? Las niñas y niños pueden contestar cualquier cosa. Yo le dije, “pero tú eres profesor de matemáticas”. Y su respuesta fue “a través de lo que ellos quieren aprender, puedo enseñarles lo que tengo que enseñarles”. Y el resultado es que hoy a esos niños y niñas les gustan más las matemáticas.

¿Tiene que ver con eso de pensar en las niñeces como un actor relevante?

Me gustaría que los colegios se juntaran con las y los estudiantes y les preguntaran ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo nos organizamos en este mundo que no le es propio a nadie? Al principio de la pandemia en la oficina generamos una iniciativa que se llamó Tiempos de camarín. El objetivo era hablar de esta realidad, porque nunca antes las madres y padres habíamos pasado tantas horas juntos, en el mismo espacio con niñas y niños, y esto por supuesto que necesitó de reflexión para llegar a una organización. Y ahí vimos que las niñas y niños tienen ideas de cómo hacerlo, el punto es que no les preguntamos. Muchas y muchos reconocieron su temor de haber perdido su capacidad de aprender, pero también señalaron que han aprendido otras cosas domésticas, por ejemplo. Por eso pienso que no tenemos que hablar de una “vuelta a la escuela”. Uno no vuelve en la vida, lo vivido está vivido, el punto es cómo las y los acompañamos en este proceso. Siempre escuchándolos y haciéndolos partícipes del proceso.

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