Volver a conocer el cuerpo después de un abuso

Pasaron cerca de 20 años antes de que la ilustradora Natalia Silva, más conocida como Natichuleta, volviera a sentir su cuerpo como un espacio propio, luego de haber sufrido reiterados episodios de abuso sexual en la infancia. ¿Qué pasa con el cuerpo luego de una transgresión como ésta? ¿De qué forma se recupera una corporalidad doblegada?




Hace unas semanas Natalia Silva, ilustradora y autora de No Abuses de Este Libro, más conocida como Natichuleta (@natichuleta), compartió en su Instagram una publicación en la que contaba su experiencia como sobreviviente de abuso sexual infantil. Lo que decía, lejos de ser historia conocida, ponía un punto sobre la mesa que pocas veces se considera al hablar este tema; la relación con el cuerpo después de haber vivido un trauma de estas características. “Odié y no sentí mi cuerpo como mío hasta casi 20 años después y aún sigo en terapia, día a día, recuperando. Me da algo de impotencia que la gente no crea que estos casos son graves. No solo por lo obvio, sino porque el trauma queda ahí mucho tiempo: en el cuerpo”, escribía en una viñeta ilustrada.

Fue ahora, en pandemia, cuando Natalia empezó a hacer consciente esa incomodidad física que tenía desde hace años, cuya explicación, cuenta hoy, tiene relación con estos episodios que vivió entre los 9 y los 12 años. “Cuando era chica, y todavía no se sabía esto del abuso, la gente se empezó a dar cuenta que me tapaba las pechugas o andaba más encorvada, o que no me gustaba mostrar mi cuerpo. Era otra época y las personas minimizaban este tema. En mis primeras relaciones, por ejemplo, no podía dejar que me tocaran si estaba la luz prendida, porque eso era parte de los recuerdos corporales. Y si decía que no podía hacer deporte porque me dolían las caderas -que es otra cosa que me di cuenta que me afectó después del abuso-, me decían oh qué exagerada. No estaba asociado al post trauma y lo que te deja realmente una situación así. Siempre me decían que era floja, así que esto se ha convertido en mi lucha. El tema es que no estaba la información a mano para unir esos puntos”, relata en conversación con Paula.cl.

En un reportaje publicado en el medio británico The Guardian, la estudiante de enfermería del Reino Unido, Pavan Amara, contó una experiencia similar. Después de haber sido víctima de un episodio de violencia sexual en su adolescencia, su experiencia corporal cambió radicalmente. “No pude ir al médico porque no quería que me tocaran. No quería estar en una multitud y eso afectó mis relaciones”, contó. A raíz de esa vivencia -y para conocer otras historias-, Pavan Amara entrevistó a más de 30 mujeres y formó My Body Back, un proyecto que busca apoyar a mujeres que han sufrido violencia sexual, con el objetivo de re-empoderarlas con su cuerpo, imagen física y sexualidad.

Y es que, como dice la escritora francesa, Virgine Despentes, en su libro Teoría King Kong; el abuso sexual es la “herida de una guerra que se libra en silencio y en la oscuridad”, y cuando ocurre, es algo de lo que las personas no se pueden deshacer fácilmente. Por eso, el post-trauma puede durar años en el cuerpo y vivirse de diversas maneras. En eso también coincide la psicóloga Marisol Suranyi del Centro Interdisciplinario de las Mujeres (@cidemchile). “En una sociedad que busca homogeneizar la experiencia humana, es importante validar la vivencia personal de cada caso. Porque las repercusiones físicas se pueden vivir de maneras y en tiempos o significados diversos. Hay algunos que van a tender a taparse o esconderse más, y otros al contrario, a mostrarse. El problema es que la gente piensa que las personas que viven esto deben tener ciertos comportamientos, porque eso sustenta la credibilidad del relato. Y eso no es así. Existe una amplia gama de posibilidades y esos estereotipos obstaculizan el proceso”.

Sin embargo, abordar la vivencia corporal después de un abuso es clave en el proceso de reparación, ya que, al tratarse de una transgresión física, algunas personas pueden presentar malestares o dolores en el cuerpo que no necesariamente se vinculan al abuso vivido y que pueden durar años. “Pasa que las personas aíslan algunos síntomas o se conectan solo con partes del cuerpo a través del dolor. Esto ocurre porque culturalmente vivimos bajo una percepción biomédica que separa mente de cuerpo y trabajamos de forma separada. Tenemos tan localizado que sexualidad está solo en un área, que es la genital, que olvidamos todas las otras partes. Eso es fuerte porque vemos todo fragmentado, cuando en realidad el trauma se vive en el cuerpo en su totalidad. Por eso, las personas pueden ir muchos años a terapia, pero seguir con dolores en la parte física; porque el abuso no se aborda de manera integral”, sostiene la psicóloga Pía Urrutia (@lapsicologafeminista).

Volver a conectar

Después de años sintiéndose incómoda, Natalia Silva empezó un proceso de reconexión con su cuerpo. Primero, en 2018, tomando unos cursos de sexualidad femenina que le permitieron conocerse mejor, y luego, en la pandemia, practicando yoga con su pareja. Una actividad que, según cuenta, fue clave porque se dio cuenta que tenía la zona de las caderas completamente bloqueada. “Cuando mi pareja me decía muévelas hacia adelante y atrás, era algo muy doloroso, como si me enterraran cuchillos. Al no reconocer esa zona, la tensaba de puro nervio y cerraba las rodillas como para protegerme. Con él, fui sintiendo qué partes estaban bloqueadas y por qué. Ese proceso fue muy fuerte porque empecé a sentir y sanar mi cuerpo. Es algo que hago hasta hoy”, cuenta.

En la revista Women’s Health, la coach Beth Hope también cuenta que el deporte se volvió una actividad fundamental para volver a conectar con su cuerpo después de un abuso sexual que sufrió a los 19 años. Y es que, después de ese episodio, no solo cambió negativamente su percepción corporal, sino también empeoró su relación con la comida y su salud mental. Sin embargo, en 2017, después de haber ‘tocado fondo’, comenzó una terapia cognitivo-conductual que le dio herramientas para volver a valorarse, rencontrándose también con el ejercicio y nutrición que fueron factores determinantes en su proceso de sanación. “Concentrarme en mi salud física fue un apoyo para mi salud mental. Me mostró que me estaba valorando, amándome y diciéndome a mí misma que valía la pena. Para mí era vital volver a unir mi ser físico y mental en una Beth feliz nuevamente”, sostiene en la revista.

Darse este tipo de espacios para volver a habitar la corporalidad, dice Pía Urrutia, es importante porque permite ir reparando y también generando asociaciones positivas y placenteras en relación al cuerpo. “Hay que pensar en cómo las personas se empiezan a relacionar de nuevo con la corporalidad de forma autónoma y donde puedan reconocerla y disfrutarla. La idea es que se puedan generar actividades sensoriales y corporales agradables, porque la vivencia de violencia sexual es tan fuerte que, si bien es relevante que las personas hablen de lo que pasó, eso a veces se agota -porque ya lo contaron varias veces- y se necesita dar el paso para relacionarse de forma diferente con esa corporalidad que fue dañada y doblegada”, afirma y agrega: “Hay cosas que uno puede hacer que no son terapia pero son terapéuticas igual. Por ejemplo, en el caso de una mujer que ha sido víctima de violencia sexual por años, empezar a tener actividades deportivas con amigas puede ser muy positivo, porque ahí va a tener un momento de disfrute, goce y reconocimiento del cuerpo”.

La ‘terapia somática’ también es otra forma de poder abordar el trauma corporal generado por episodios de violencia sexual. Su foco está puesto en las conexiones entre el cerebro, la mente y el comportamiento, y se encarga de hacer que las personas puedan manejar mejor las sensaciones corporales difíciles. Así complementó Natalia Silva su experiencia de reconexión con el cuerpo que -cuenta- ha sido un verdadero descubrimiento. “Llevo dos años en este proceso y ha sido impactante porque se trata de la sanación más grande que he tenido desde que soy niña. Aunque conté esto a los 13 años por primera vez, recién ahora con 28 puedo decir que estoy sanando realmente. Siento que con el deporte y reconocer el cuerpo, se me quitó el miedo porque antes veía a mi abusador como un monstruo y me daba susto hasta decir su nombre. Ahora me siento mejor, aunque aún tengo mis caídas, obvio. Por ahora, hago lo que puedo”.

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