El antihéroe
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Jorge Segovia no sale bien en las fotos. El rostro está tenso, la mirada dura, los ojos demasiado abiertos y los labios demasiado apretados. Pero no importa. Ésa es exactamente la toma que el público agradece. Porque ésa es una foto icónica. La de un antihéroe.
Su imagen ya es un avatar twittero. Y quién sabe. Tal vez, cuando la moda ochentera y noventera deje paso a la nostalgia bicentenaria, la foto de Segovia se convierta en objeto de estampado en camisetas onderas. Un objeto de culto vintage. Un Don Ramón de 2010.
¿Cuándo fue que un empresario exitoso se convirtió en objeto de desprecio masivo? ¿Cuándo un dirigente de bajo perfil trocó en caricatura? ¿Cuándo se desató la tragedia griega de Segovia? Pues, en el mismo instante en que él creía estar saboreando la gloria. El 26 de octubre, cuando presentó su candidatura con el apoyo de los clubes grandes y con los votos suficientes para ganar las elecciones de la ANFP.
Arropado por el respaldo explícito de los dirigentes, confortado por los sufragios que necesitaba, embriagado con la perspectiva del poder inminente, fue que cometió el error de su vida. Entonces fue cuando dijo que ya tenía "un plan B y un plan C" para reemplazar a Marcelo Bielsa.
Sí, a Marcelo Bielsa. Al entrenador más popular, admirado y venerado de la historia del fútbol chileno.
Entrevisté esa noche a Segovia. Le pregunté si estaba consciente que, de ganar, Bielsa anunciaría su retiro y él se convertiría en el enemigo público número 1 de 17 millones de chilenos. Desestimó la pregunta con un mohín de desagrado. Y luego espetó que "todos somos reemplazables" y que "ningún técnico puede condicionar a toda una Federación". Acababa de firmar su condena.
Le pregunté a Segovia si estaba consciente que, de ganar, Bielsa anunciaría su retiro y él se convertiría en enemigo público. Dijo que "todos somos reemplazables, ningún técnico puede condicionar a toda una Federación". Acababa de firmar su condena.
La cascada siguiente era del todo predecible: el adiós de Bielsa, la furia popular, el teléfono privado de Segovia publicado en internet, los gritos insultantes…
Enfrentado a la dura realidad, Segovia maniobró como creyó mejor. Con su aire impasible, alternó loas y frases lapidarias hacia Bielsa, deslizó acusaciones contra Mayne-Nicholls, actuó de ganador implacable y de víctima indefensa. Es imposible decir si lo hizo bien o mal. En verdad, ya no importaba qué dijera ni cómo, su sola aparición en pantalla, la sola mención de su nombre, eran recibidas con desprecio por millones. Odio visceral hacia un hombre del que conocen poco más que una cara poco fotogénica y un tono de voz cortante y directo.
Probablemente pocos de los hinchas que lo execran saben que este mismo tipo (sí, el mismo) salvó de una muerte segura al Estadio Santa Laura y lo convirtió en un recinto moderno. Que invirtió de su bolsillo para levantar a la Unión Española. Que es el único dirigente que ha tenido los cojones para enfrentar, en las palabras y en los hechos, a las intocables barras bravas. Una valentía que no han tenido ni los clubes que lo apoyan, ni tampoco la actual directiva de la ANFP.
Todos esos antecedentes importan poco o nada. Segovia es el antihéroe. Despreciado por el público, despojado de su triunfo electoral en la ANFP, inhabilitado incluso para volver a dirigir su club, Unión Española. Convertido en un póster ingrato. En una de las imágenes que dejó 2010.
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