Revista Que Pasa

Las madres de Alto Hospicio

Hace 10 años, el 4 de octubre de 2001, detuvieron en Alto Hospicio a Julio Pérez Silva: el mayor asesino en serie de la historia de Chile.  Hoy, el recuerdo de las injusticias que vivieron las familias de las 14 víctimas sigue vivo. Hay rabia y dolor en esas vidas que nunca volvieron a ser las mismas.

-Esto es como una herida -les dijo ella al poco tiempo de conocerlas-, pero ésta es una herida muy grande que se va a demorar mucho en sanar, que de repente va a ser vulnerable, que se puede infectar; una herida que a veces no vas a querer tocar o que te la toquen, pero que en un momento se va a cicatrizar. Y ahí quedará una gran cicatriz que tendrás que aprender a llevar.

Ella, que se llama Yasna Guerrero(35), que es psicóloga y trabaja en la Fundación Amparo y Justicia, se hizo cargo del tratamiento psicológico, a mediados de 2002, de casi todas las madres de las niñas asesinadas por Julio Pérez Silva (48), el psicópata de Alto Hospicio. Ahora, María Eugenia Rivera(47) repite esas palabras como si supiera que en ellas está escondido algo parecido al consuelo de no poder estar con su hija, Katherine Arce, encontrada en un vertedero clandestino de Alto Hospicio a los pocos días de la detención de Pérez Silva.

-Recordar esto es muy doloroso-dice ella-. Es como si tuvieras una herida y te la rascaras y vieras el pedacito y sangrara.

Esa herida, que está ahí, presente en cada una de las madres de las 14 mujeres asesinadas, en estos días volverá a doler un poco más cuando se cumplan, el 4 de octubre, 10 años desde que detuvieron a Pérez Silva y comenzó el final de esta historia. Una historia en la que abundaron las palabras negligencia, desamparo y discriminación. Una historia que para las familias de las víctimas aún está ahí, viva, aunque sientan que nadie más la recuerda.

-Se olvidaron muy pronto de lo que pasó -dice María Eugenia-, pero yo ni a mi peor enemiga le desearía que le pase una cosa como ésta.

***

Es una ciudad en medio del desierto, tiene 100 mil habitantes y cuando subes desde Iquique hasta ahí, hasta Alto Hospicio, casi a la entrada, puedes ver el monolito en honor a las 14 mujeres, con 14 placas con sus nombres. En algunos de ellos se lee: "Querida hija, tu recuerdo será nuestra fortaleza hoy y siempre".

Hoy, esa ciudad que se hizo conocida en todo país por ser el lugar en el que Julio Pérez Silva se convirtió en el mayor asesino en serie de nuestra historia, es otra.

"Esta historia está llena de mitos porque éstos aparecen a raíz de que las cosas no son claras y surgen para unir todo y darle un sentido", dice la psicóloga Yasna Guerrero.

-En ese tiempo, Alto Hospicio era el patio trasero de Iquique -dice Ramón Galleguillos, alcalde de la ciudad desde 2004-, pero ahora ha cambiado, pues aumentó la inversión privada, bajó la cesantía y se pavimentaron distintas poblaciones. Logramos sacarla adelante, a pesar de estar estigmatizada por el caso del psicópata.

Hoy, en esas mismas poblaciones siguen viviendo varias de las familias de las víctimas, como en "La Negra", que ahora se llama  "Santa Rosa", o el sector de "La Tortuga", en cuya calle Salitrera Irene viven tres madres de las niñas: Patricia Jabre, Natividad Moena y Patricia Iglesias.

Son vecinas, pero casi no hablan. Se ven poco. Antes, cuando Yasna Guerrero empezó a trabajar con ellas, se reunían casi todas las semanas y ella las ayudaba, intentaba darles ánimo. Hace 3 años dio por cerrada la terapia con las 12 madres que pertenecen a la Fundación Amparo y Justicia, que se dedica a dar apoyo judicial y psicológico a los casos de menores de edad asesinadas.

Sin embargo, a pesar del término de la terapia, la profesional las llama todos los meses para saber cómo están y a veces las reúne, como ocurrió la semana pasada, cuando se pusieron de acuerdo para ir al Cementerio 3 de Iquique, este fin de semana, y pintar el mausoleo en el que están siete de las niñas, pues el domingo 9 de octubre harán una conmemoración por los 10 años.

Si no fuera por los llamados de Yasna o del abogado Ramón Suárez -presidente de la fundación y quien se hizo cargo del caso judicial-, las madres casi no hablarían entre ellas.

-En la fundación nunca quisimos que mantuvieran mucho contacto, porque era estar en constante duelo, y nosotros queríamos que volvieran a sus vidas-, dice Guerrero.

Pero sus vidas parecieran estar detenidas en esos días de 2001, cuando Pérez Silva confesó los crímenes y fue indicando, lugar por lugar, dónde estaban los cuerpos de las niñas. Sus vidas, dicen varias madres, han continuado a duras penas, con ayuda psiquiátrica, con apoyo familiar, simplemente porque hay que seguir viviendo. Ese año todo se quebró y muchas de ellas siguen sin entender por qué a ellas, por qué a sus hijas. Por qué.

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