Luis Andaur: “La bicicleta fue el idioma común entre culturas que parecían opuestas”
Durante una semana, el periodista y aventurero chileno participó en CultuRide 2025, la travesía impulsada por Years of Culture que reunió a ciclistas de Chile, Argentina y Qatar. A lo largo de sus más de 500 kilómetros, el recorrido fue una experiencia de encuentro y aprendizaje mutuo, en donde el deporte, la naturaleza y las culturas siguieron un mismo camino.

Los primeros días fueron de observación mutua. Los ciclistas qataríes, reservados, extendían sus alfombrillas frente al lago para orar, con los paisajes del sur de Chile como escenario. A unos metros, los locales observaban en silencio, contemplando una religiosidad, una rutina distinta. La convivencia, que al inicio parecía improbable, unió a diversas culturas, separadas por miles de kilómetros para ahora compartir el mismo ritmo de pedaleo, ruta y cansancio.
“Al principio eran tímidos, callados”, recuerda Luis Andaur, periodista y ciclista, quien fue invitado a participar en CultuRide 2025, travesía impulsada por el programa Years of Culture, que reunió a ciclistas de Chile, Argentina y Qatar. “Al tercer día ya estábamos todos en las termas, echando tallas... La bicicleta nos igualó a todos y no hay barreras cuando estás pedaleando”, relata el deportista.

Durante una semana, el grupo recorrió parajes del sur de Chile y Argentina, con rutas que unen lagos, bosques y volcanes, pedaleando entre la lluvia y el viento. Fue un trayecto de más de 500 kilómetros, que los llevó desde las riberas del Lago Llanquihue hasta los caminos que bordean los bosques de Puyehue y las termas de La Araucanía. Un intercambio cultural que también fue una prueba de resistencia en la que la naturaleza del fin del mundo fue el escenario a descubrir.
El idioma de la rueda
“Pensé que iban a morir de frío”, rememora entre risas Andaur, pero lo que primó fue la sorpresa. “Venían de un país donde las temperaturas superan los 40 grados, y en Puerto Varas teníamos apenas cinco... Pero eran ellos los que venían bien preparados, con bicicletas de primer nivel, ropa técnica, guantes especiales y se dedicaron a disfrutarlo todo: el agua, el verde, la sensación de estar en un entorno completamente vivo”, plantea.
Andaur recuerda el contraste que más los impresionó. “No es lo mismo que Qatar, pero he estado en los Emiratos Árabes un par de veces, y es plano, desértico, con otras temperaturas, similares a las de ellos... Llegar acá, a un lugar donde llueve, donde hay bosques frondosos y agua por todos lados, fue un cambio enorme y pensé que sufrirían, pero quedaron realmente encantados”, recalca.

A pesar de las diferencias culturales, la convivencia no fue un problema y fluyó con naturalidad, atravesando varios idiomas hasta lograr el entendimiento. “Su cultura es árabe y su manera de comunicarse es el inglés, y del inglés tú pasas al castellano... Entonces, en la diferencia, la bicicleta es un idioma universal y no requiere traducción, porque no hay barreras con el deporte”, propone, y añade que, en esos días, ”te das cuenta de que todo lo valórico tiene un denominador común: la solidaridad, el esfuerzo, la conversación y eso está por encima de cualquier diferencia religiosa o idiomática”.
Las jornadas comenzaban temprano, generalmente a las nueve de la mañana, y seguían hasta entrada la tarde. Entre los tramos de pedaleo, de cerca de unos 100 kilómetros cada uno, las pausas se transformaban en momentos de conexión. “Teníamos paradas para hidratar y almorzar... Si alguien se cansaba, subía su bicicleta al vehículo de apoyo y seguíamos juntos, pero había un espíritu de equipo increíble en el que nadie se quedaba atrás”, plantea.
La rutina terminaba de noche, con descanso y conversación. “Después de pedalear, muchos se iban directo a las termas... Nos quedábamos dos horas ahí, con las manos blancas y arrugadas del agua caliente, riéndonos del día... Era un lujo poder compartir eso con gente tan distinta, pero tan cercana a la vez”, dice el periodista.
Entre fronteras y aprendizajes
A pesar de los buenos recuerdos, el recorrido no estuvo libre de dificultades. Al intentar cruzar hacia Argentina, dos integrantes del grupo no pudieron ingresar por problemas de visado. “Los tuvieron que devolver, y nosotros también tuvimos que regresar para hacer registros de todo, porque pensé que iba a haber un gran problema, pero no... Ellos se lo tomaron con calma y ahí te das cuenta del temple que tienen”. cuenta Andaur.
Según él, esa jornada fue una lección de paciencia y respeto mutuo. “Podríamos haber reclamado, haber hecho escándalo, pero ellos estaban tranquilos, porque son personas que tienen una cultura muy espiritual y todo lo enfrentan con serenidad”, recuerda el ciclista, quien recalca que también fue una instancia que le demostró cuán diferentes podíamos ser chilenos y argentinos.

En los días siguientes, la ruta los llevó por distintos paisajes. “Cuando pasamos el Paso Cardenal Samoré había un bosque gigantesco, pero quemado, con lagunas que parecían de otro planeta... La bajada fue de unos 30 kilómetros e íbamos a 70 u 80 por hora: fue libertad pura”, evoca el chileno. Después, de vuelta por la zona de Mamuil Malal, con las araucarias y el volcán Lanín de fondo, pudo notar ”lo afortunados que somos... Chile y Argentina son igualmente bellos en ese sector”.
A través del intercambio, Andaur dice que volvió a mirar a Chile con otros ojos. “Es muy común que el chileno no valore lo que tiene y cuando pasas desde Argentina a Chile, notas la diferencia en las carreteras, en la infraestructura e incluso el internet… pero también entiendes que compartimos una naturaleza maravillosa", dice.
“Son bien especiales con su cultura y qué diferentes a nosotros: a las cinco de la mañana oraban, comían distinto, no tomaban o no fumaban... Pero ellos se adaptaron perfecto y ahí uno puede ver lo que busca CultuRide, que es acercar y desmitificar, porque a los pocos días ya estábamos todos riéndonos juntos”, destaca y añade: “Nosotros somos más liberales o más relajados, pero los qataríes son mucho más estructurados, disciplinados y espirituales, pero fue bonito ver cómo convivían sin perder su esencia”.
El cierre mapuche
La última parada fue en una comunidad mapuche junto a un río cristalino, en medio de los bosques del sur. “Tenían hartos animalitos, patos y estaba toda la comunidad esperando... Fue precioso el encuentro y descubrimiento”, recuerda.
“Nos recibieron con un asado, que al principio pensamos que era de chancho, y ellos no comen eso, pero era de cordero... Todo se dio con respeto y humor, pero definitivamente ver a los qataríes compartiendo con la comunidad mapuche fue una imagen que no se me va a olvidar”, asegura Andaur. La escena fue, dice, un resumen perfecto del viaje, con culturas distintas compartiendo.

Algunos participantes incluso, asegura, decidieron quedarse más tiempo. “Uno de ellos, subió el Volcán Villarrica y después se fue al Salar de Uyuni, y aún me escribe y nos compartimos fotos, porque quedó fascinado con Chile”, plantea.
“Es la primera vez en mi vida que me toca relacionarme con ciclistas del mundo árabe”, dice Andaur, quien junto a su vehículo de dos ruedas ha recorrido el mundo. Él señala que, si no hubiera sido por la bicicleta, habría sido mucho más difícil encontrarse. “Pero con el esfuerzo y el trabajo en equipo todo fue más fácil, porque ahí no hubo barreras políticas, ni religiosas, ni idiomáticas”, sugiere.
“La bicicleta no es solo un medio de transporte, sino que es una excusa para encontrarse, conversar y entender al otro... A mí me regalaron guantes, me prestaron ropa para el frío, incluso una bicicleta mejor que la mía y esa generosidad me sorprendió, porque uno siempre tiene prejuicios, pero experiencias así los derriban todos”, cierra.
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