¿Cuál es el mejor disco de Red Hot Chili Peppers?

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Red Hot Chili Peppers.

Ante el anuncio de la reincorporación de un histórico del grupo, el guitarrista John Frusciante, los críticos de música de Culto debaten cuál es el mejor disco de los californianos. Acá sus apuestas.


Red Hot Chili Peppers.

Mother's milk: ojo con los cabros

Por Pablo Retamal Navarro

No es fácil hacer ensamblar piezas nuevas en una banda, menos si uno de los miembros anteriores abandonó el grupo por fallecimiento. Así aconteció en Red Hot Chili Peppers tras la intempestiva muerte de su guitarra, Hillel Slovak, pero si el que viene entrando se llama John Frusciante, la cosa no puede ser mala.

Junto con Frusciante entró el extraordinario Chad Smith en la batería, y se configuró lo que podríamos llamar la "formación clásica" de RHCP, como un equipo de fútbol que uno recita de memoria: Kiedis, Flea, Frusciante, Chad. Un 4-3-3 directo y ofensivo para salir al ataque.

Mother's milk (1989) es el punto de partida real, no solo porque hay una nueva alineación, sino porque fue tan perfecto el ensamblaje, que acá encontramos los primeros hits del grupo, los cuales comenzaron a darle un nombre en la movida escena musical estadounidense de fines de los 80's.

Al echar a andar el casette, o el CD, o la reproducción en Spotify, es imposible no enganchar con la pegadiza melodía de "Higher ground", el primer hit que la banda tuvo en el dial de las radios "de costa a costa". En rigor, el tema no es suyo, sino que de Stevie Wonder, pero —como todo buen cover— apropiado por el cuarteto con su propio lenguaje y estilo. Flea reemplaza al clavinet con su bajo slap y Frusciante toca una guitarra distorsionada y afilada que noquea hasta al más metalero. Es pura energía, es vamos para adelante.

La idea de tocar así, metiendo funk y rock pesado en una misma ecuación, está marcada sin duda por el sonido de la época. A fines de los 80's, el underground estadounidense estaba saliendo de los garages apestosos y las tocatas precarias. 1989 es el año en que se empezaron a escuchar los gritos de Kurt Cobain con el Bleach, que unos jóvenes de San Diego liderados por Scott Weiland comenzaban sus primeros ensayos antes de ser Stone Temple Pilots, que Soundgarden saca Louder than love, que Skin Yard ya llevaba dos discos y presentaba shows llenos de rock y energía ¿Qué tienen en común todos estos nombres? Dos cosas, una, se consolidaron en los 90s y trajeron de vuelta el rock al primer plano, y dos, son herederos —directos o indirectos— de Black Sabbath. Son bandas rifferas y pesadas, pero melódicas, a diferencia de las bandas que aparecieron en la primera mitad de los 80's, las bandas trash metal, rifferas, pero más preocupadas de que sus frases tuvieran peso y velocidad que de que fuesen cantables.

En otras palabras, así suena el Mother's milk, pero con funk.

¿Una banda en un camino similar? El año anterior había llegado el debut de Living Colour, Vivid, con el arrollador riff que Vernon Reid se despacha en "Cult of personality". Es imposible no asociar al John Frusciante de Mother's milk con el estilo del londinense, de riffs melódicos y agresivos. Eso sí, con el clásico sonido ochentero con mucho agudo y fuzz picante.

¿Un ejemplo de lo anterior? "Song that made us what we are", un hipnótico pero poderoso riff de guitarra de John Frusciante —de 12 minutos de duración—, que pega porque es melódico. Siguiendo el manual que los Beatles hicieran suyo años atrás con "Day tripper", el riff melódico y recordable se convirtió en el gancho característico de los RHCP. Aquí comenzó.

Mother's milk —con Michael Beinhorn en la producción— es un disco rockero, pesado, pero con mucho groove, mucho funk. En otro de los puntos altos del álbum, "Knock me down", se nota con claridad. El tema, dedicado a Hillel Slovak, es una muestra del rock funk riffero que la banda preconizaba. El bajo con slap de Flea le da un carácter único.

¿Qué concluimos de todo esto? Que este disco no debiera faltar en la colección de ningún fan de RHCP que se precie. Es el que marca al militante del que solo cacha las canciones de la radio. Acá de aprende a escuchar el sonido del grupo en estado prístino, puro, sin los estadios ni la megalocura.

Además, que sin Mother's milk, no hay Blood sugar sex magik. Este es el paso previo, en que los Red Hot Chili Peppers estaban afinando ideas, probando un sonido, y es una vez que estaban convencidos cuando decidieron profundizar en ese camino.

Y en eso estaban cuando Frusciante se fue…

Red Hot Chili Peppers.

Blood Sugar Sex Magik: los monjes del funk

Por Nuno Veloso

Blood Sugar Sex Magik fue el segundo álbum con John Frusciante en las guitarras tras su llegada en Mother's Milk, el cuarto disco de los Red Hot Chili Peppers. Aunque las luchas con el productor Michael Beinhorn por el sonido fueron eternas, el recién fichado reemplazo del fallecido Hillel Slovak había llegado junto con el baterista Chad Smith para completar una alineación que en se afiataría en carretera, pero que necesitaba aún a un productor capaz de canalizar sus inquietudes y registrarlas para la posteridad.

Fue en las sesiones de Blood Sugar Sex Magik, el quinto disco y el primero editado por Warner Bros., que salió a la calle incluso el mismo día que el Nevermind de Nirvana —el 24 de septiembre de 1991— que los Red Hot contaron con la libertad necesaria para crecer, gracias a Rick Rubin. Más que un capataz, se trató de un productor dispuesto a propiciar la creatividad y a dejar el ego de lado. Su potencial, explotado y canalizado por el hombre detrás de Slayer y Danzig, dio como resultado una obra extensa, diversa, y donde no solo la morfología de las canciones era aventurera, sino que la interpretación también se benefició del clima relajado. The Mansion —la mansión supuestamente embrujada, propiedad alguna vez del actor Errol Flynn y donde se registró el material— se llegaría a convertir en el reducto oficial de Rubin, y propiciaría en los años siguientes el nacimiento de obras de SOAD, Audioslave y Linkin Park.

El groove de un corte como "The power of equality", vertiginoso, sostenido por el bajo abultado de Flea y las piruetas de Smith es prueba de aquella sinergia. Son los momentos que definen una carrera. Cuando, durante un lapso de tiempo determinado, los miembros de una banda están en sintonía, la inspiración brota, y la cinta avanza, con las perillas en manos de la persona correcta, en el momento correcto. "Digo lo que quiero, hago lo que quiero, muerte al mensaje del KKK", una de las frases de Kiedis en aquella introducción contagiosa, marca el espíritu de un álbum único en la carrera de los Red Hot.

El hecho de titular a éste, el álbum que consagró su formación más legendaria, como Blood Sugar Sex Magik responde exactamente a puntualizar que el interés exacerbado de los Red Hot por el sexo no obedecía simplemente a una obstinación adolescente, sino que, en la más pura tradición oriental, a una forma de alcanzar estados de consciencia más elevados a través del acto sexual. "Los Red Hot siempre se han tratado de energía positiva", dijo Kiedis alguna vez, intentando explicar que la idea de trabajar con Rubin no le había gustado en un principio, debido a sus colaboraciones con bandas más extremas y oscuras. Pero Rubin cuajó perfecto con el ansia de los Red Hot por vivir el aquí y el ahora.

Por algo los solos de Frusciante son primeras o segundas tomas, hechos al mismo tiempo que se grababan las pistas base, en vivo. La progresión que esculpió para "Under the bridge" —originalmente un poema de Kiedis, que pasó desapercibido hasta que Rubin lo encontró en una libreta del vocalista— pasó a la inmortalidad, y es postal del flujo creativo de aquellos días. "Breaking the girl" —una suerte de actualización de las ansias folk de los Led Zeppelin del tercer álbum— o el lamento de "I could have lied" —testimonio de la breve relación entre Kiedis y Sinéad O'Connor, amputada por ella misma vía mensaje en el contestadora automática— destilan madurez y lucidez, trascendiendo la inmediatez, esa juerga permanente con que los Red Hot estaban asociados. ¡Hasta Flea dejó el slapping de lado por una apuesta más melódica! Junto a ellas, "Suck my kiss" y "Give it away", dos singles de alto impacto y rotación en la por entonces volcánica parrilla de MTV —junto a Nirvana, Pearl Jam y Smashing Pumpkins—, apuntalaron esta nueva imagen de los Red Hot: los monjes del funk. Blood Sugar Sex Magik fue precisamente el disco les llevó a una nueva dimensión en todo sentido, partiendo por su concepto artístico, a cargo de Gus Van Sant.

Fue tanto el material producido en las sesiones junto a Rubin —cerca de 25 canciones en total— que originalmente, incluso, se pretendió editar el disco como un compacto doble. Idea que, por supuesto, las mentes menos elevadas de los mandamases de Warner descartaron debido al alto precio por copia, una variable que potencialmente disminuiría las ventas. Aún con 17 canciones y 73:55 de duración —al límite mismo de lo que aguantaba un CD—, llegó al número 3 del Billboard 100 y es considerado uno de los trabajos más influyentes y esenciales de los años noventa.

Aunque Frusciante y Kiedis terminaron agarrándose en la gira de promoción, al punto que John le aserruchó el piso en la presentación en Saturday Night Live, y se negó a tocar en Tokyo —hasta que fue convencido tras media hora de discusión, para luego afirmar que sería su último show con la banda, y retirarse hasta nuevo aviso— la música que emergió en esos treinta días de grabación en The Mansion, es simplemente magia.

Red Hot Chili Peppers.

Californication: la resurrección

Por Andrés Panes

Recuerdo cuando apareció "Scar Tissue". Era una canción muy especial. Tenía una calidez que no se escuchaba en los Red Hot Chili Peppers desde "Soul to Squeeze". Las radios no dejaban de tocarla. Podía sentirse la tibieza de un crepúsculo californiano en la guitarra de John Frusciante, aunque acá estábamos en invierno y llovía a cántaros. 1999 fue mi último año en la básica y los Red Hot volvían a ser una de las bandas más importantes del planeta, pero la verdad es que yo nunca me di por enterado de la crisis que afectó al grupo durante buena parte de la década. Ahora que lo pienso, era una época dorada para todo tipo de asesor de imagen: ocultar terremotos internos era mucho más fácil.

Hoy en día hasta el fan más ocasional maneja ciertos pormenores, pero antes uno se quedaba con lo que decía la radio porque Internet seguía siendo un lujo reservado a unos pocos. Y en las emisoras chilenas, uf, el grupo siempre fue uno de los regalones. Si eras chico y no sabías nada de música, igual conocías a los Red Hot. Los Red Hot eran el rock. La vida dentro del cuarteto pudo haber sido un asco en la época de Dave Navarro, pero en nuestra FM los sencillos de One Hot Minute sonaban con una insistencia que simplemente no permitía imaginar a una banda en problemas, ni muchos menos en peligro de caer en decadencia.

Internet en mano, ahora es fácil entrar en detalles sobre lo que pasó tras la salida de John Frusciante, la falta de onda con Navarro, los excesos de todas las partes, etcétera. Entre tanto apologista rockero, francamente recuerdo como algo muy excepcional que algún trozo de la historia saliera a flote en los medios a los que se podía acceder con 14 años de edad. Aun así, sin saber mucho más allá, "Scar Tissue" me parecía la clase de canción perfecta para llevar a cabo mis primeros rituales musicales: ponerme los fonos, tumbarme en el piso, cerrar los ojos y olvidarme del mundo. Los escalofríos que me brindaron los Red Hot serían luego matizados con una seguidilla de singles que duró todo el 2000, mi primer año en el liceo, donde conseguir una copia de Californication no fue nada difícil dada su enorme popularidad. Pedazo de disco: no solamente los singles eran justo lo que uno quería escuchar viniendo de los autores de "Give It Away" y "Under the Bridge", sino que el resto de las canciones llenaban las casillas de lo que inconscientemente ya andaba buscando, es decir, cierto nivel de versatilidad y de destreza instrumental, además de fuego, de sangre.

Le tengo tanto cariño a los Red Hot que podría estar acá defendiendo cualquiera de sus trabajos entre Mother's Milk y By the Way (sí, incluso One Hot Minute), sin contar los chorrocientos lanzamientos con los que su crisis noventera fue disimulada, pero me quedo con Californication porque simboliza su renacer. La banda fue el término de búsqueda de las primeras noches de mi vida con Google a discreción, y sentí que conocer la historia detrás del disco elevó hasta el cielo el placer de escucharlo. Por más que el trabajo de Slovak y Navarro sea de altísimo nivel, hay una cadencia sobrenatural que solo se consigue con Frusciante y que es gloriosamente recuperada en Californication.

A favor del disco, en comparación al resto (en especial el agobiante Stadium Arcadium), destaco que como obra íntegra ofrece la experiencia más gratificante de todo el catálogo Red Hot. Sustanciosa, balancea con momentos conmovedores como "Porcelain" o "Road Trippin'" la lujuria de "Get on Top" o "I Like Dirt", mientras en una zona más central se ubica parte del mejor repertorio de su carrera, con una "Easily" que perfectamente pudo haber sido el ¡séptimo! single de un álbum cuyo ciclo promocional duró casi dos años, lo que habla de cómo corría el tiempo antes, pero también de que el disco está hecho para durar. Han pasado dos décadas de su aparición y, con la noticia del tercer regreso de Frusciante, mi más sincero deseo para la banda este 2020 es que vuelvan a hacer la gran Californication.

Red Hot Chili Peppers.

By the way: un canto a la vida, un canto al amor

Por Felipe Retamal

Hay discos que te convencen por la factura del trabajo. En estos destacan aspectos musicales como los arreglos muy bien pensados, las interpretaciones impecables y la alta fidelidad del sonido. Pero otros consiguen que toda la artesanía quede relegada al plano del comentario acucioso de los más obsesivos. By the way es un ejemplo de los segundos.

El octavo trabajo de estudio de los Red Hot Chili Peppers, el segundo tras la vuelta a la banda de John Frusciante, es, parafraseando la frase de Julio Martínez en la Teletón 78', un canto a la vida. El saludo optimista de un renacido. La postal sónica de cuatro sujetos que equilibraron la alegría del reencuentro con algo de ambición creativa repartida en dosis concentradas.

No era para menos. John Frusciante, el músico que había consumido su tiempo en las adicciones, celebró su resurrección en Californication, al filo de los noventas. Para By the way, henchido de confianza en sí mismo, operó algo así como la multiplicación de los panes y peces, pero con hogazas de talento.

Para Californication, el músico no solo recuperó su lugar en el grupo, sino que volvió a tocar la guitarra tras un tiempo de para. Con el correr de las grabaciones y los conciertos, Frusciante llegó a las sesiones del siguiente disco con más minutaje con el instrumento, pero también con las cosas más claras.

Según cuenta Anthony Kiedis en su biografía, el guitarrista quería crear una atmósfera emotiva. Que transmitiera vitalidad. Lo consiguió con creces. El arranque del álbum con la canción homónima resume la fórmula: una bella melodía pop, una estructura que juega con la tensión y un coro con vocación de estadio.

Pero sin dudas la joya del disco es "The Zephyr Song", la última gran canción de los Chili Peppers. Ofrece un brillante trabajo de guitarra que invita a cualquier entusiasta del instrumento a sacarla. Si la escuchan sin la voz funciona perfectamente como pieza instrumental, tal como las creaciones de Johnny Marr para los Smiths —"This Charming Man" es un gran ejemplo.

Ese tema, el segundo single del LP, también seduce por algunos detalles sutiles. Los teclados, las percusiones que acompañan la figura de la guitarra desde el comienzo, los efectos paneados, potencian la sensación de atardecer en la playa, en un cruce entre psicodelia y pop.

Además, esa creación nos recuerda —una vez más— la habilidad de los Chili Peppers para construir canciones lentas y melodiosas. De "Under the bridge", pasando por "Breaking the girl" a "Californication", la veta más suave del catálogo de los californianos alcanza nuevas alturas.

El funk rock más corrosivo de los primeros años ya queda definitivamente atrás —tal vez solo "Can't stop" es una suerte de autohomenaje que evoca pasajes de Blood Sugar Sex Magik—. Pero en el albor del nuevo siglo ganan protagonismo las texturas sonoras, el mellotron y las armonías delicadas. Tracks como "I could die for you", "Midnight", "Dosed", "Tear", entre otras, nos introducen en un universo en que está bien extrañar y sentirse vulnerable. El rock al final también puede servir.

El anunciado nuevo regreso de Frusciante puede dar una vuelta de energía y creatividad a un grupo que venía trabajando en piloto automático tras su segunda salida en 2009. En ese sentido, By The way puede ser un buen punto de partida. Evidenció que los Chili Peppers todavía podían ser frescos y creativos antes de ceder a la tentación de estrujar al máximo la fórmula iniciada en Californication. Y eso, en días en que el rock perdió sorpresa, es una valiosa lección.

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