Por Pablo Retamal N.Claudia Apablaza, escritora: “Me cuido de no hacer literatura panfletaria, en mi obra prima la mirada”
La autora chilena explica su enfoque en La siembra de nubes (Seix Barral), su novela que aborda la crisis climática, señalando que en ella "conviven lo político y lo estético" pero siempre con un prisma literario. Además, detalla cómo "extremó" el material biográfico al intervenir el pasado familiar para "vengar cierto dolor", y comenta su rol como editora independiente.

Fue mientras trabajaba en otro libro “que jamás he podido culminar”, cuando la escritora nacional Claudia Apablaza (47) empezó a trabajar en una novela nueva. Al principio trataba solo de una historia sobre el exilio, pero luego sumó otra capa. “Narraba la historia de un personaje llamado Aquiles, su exilio, la pérdida de su mano, el viaje que emprendió desde Chile a Brasil -cuenta a Culto-. El texto comenzó a abrirse, y en un segundo momento la historia de Aquiles la conecté con el presente de Amelia, una científica. Quise aferrarme más a ese presente, y el texto dio un giro, ciertos temas se fueron puliendo y otros solapando, como el tema principal que ahora cruza esta novela, que es el desastre climático, la catástrofe medioambiental, las técnicas terroríficas para intervenir el clima en las que se encuentra sumergida e investigando Amelia”.
Así, Apablaza le dio vida a La siembra de nubes (Seix Barral), su octavo libro, en el que relata cómo esta científica obtiene una beca para ir a estudiar la siembra de nubes en Canadá, con todo lo que implica esta forma de tratar la atmósfera, y antes de partir también se enfrenta al pasado familiar. Oriunda de Rancagua y editora en el sello independiente Los Libros de la Mujer Rota, hoy reside en Barcelona, desde donde responde a este medio.
La novela cruza el drama familiar con una catástrofe ambiental. ¿Qué fue primero: la necesidad de escribir sobre la crisis climática y la sequía en Chile, o la historia de Amelia y su familia?
La historia familiar, afectiva y política es la primera capa que trabajé, como te decía en la pregunta anterior. La historia del Aquiles, la salida de Chile, y cómo ese viaje cruza la memoria y la identidad de Amelia. Al principio veía a Amelia sin un oficio claro, me la intentaba imaginar como una escritora, una lectora o alguien que se dedica a las humanidades, pero no me calzaba el personaje de esa forma. Lo veía muy repetitivo en relación a mi propio trabajo y sin concreción. Luego comencé con el ejercicio y la pregunta acerca de qué se dedica esta mujer. Me centré en su historia familiar, en su designio. Al analizar la historia familiar de Amelia, me di cuenta que al ser de la sexta región y al tener abuelos que se dedicaban a los cultivos, se me reveló su oficio: una mujer que se dedica a analizar las lluvias, el efecto de esas lluvias sobre la flora y fauna, la sequía, estudiar lo tóxico de la siembra de nubes, buscar otras alternativas para hacer llover, esa esperanza.

¿Cómo encontraste el concepto de la “siembra de nubes”, y por qué le pareció que era la metáfora o el punto de partida perfecto para hablar de escasez y esperanza?
Creo que cuando ya entras en un texto de forma salvaje, encuentras lo que tienes que encontrar. Parece algo paranomal y sí, me acuerdo de Mario Levrero y su Manual de parapsicología, ese hermoso libro que analiza esa frontera entre lo real y lo paranormal. En ese sentido creo que ciertos encuentros, como ejemplo, este de la siembra de nubes, responde a esos eventos que van más allá de lo lógica. Es un concepto que se me dio escribiendo, trabajando, en pleno proceso de escritura. Lo encontré, calzaba tanto para la poética del texto como para el oficio de Amelia. Fue un encuentro levreriano, junguiano también si piensas en el libro La interpretación de la naturaleza y la psique y el concepto de la sincronicidad.
En un contexto de crisis, ¿por qué es importante que la literatura aborde el tema de la crisis climática? ¿La novela busca generar conciencia o simplemente reflejar esta “atmósfera catastrófica y luminosa a la vez”?
En La siembra de nubes se reflejan ambas cosas, es decir, en ella conviven lo político y lo estético. Como escritora no me puedo abstraer del presente, nunca he podido hacerlo, pero la forma en que llego a ese presente siempre será muy literaria. En ese sentido, no hago literatura panfletaria, donde está la consigna por sobre el texto, no, jamás, me cuido de esa frontera y en lo que escribo siempre prima esa mirada literaria por sobre lo demás.
La protagonista, Amelia, es una científica que va a estudiar si esta técnica es “prometedora pero peligrosa”. ¿Investigaste mucho sobre la siembra de nubes y su uso como “arma de guerra”? ¿Qué peligros reales encierra esta tecnología?
Sí, investigué mucho, me metí a fondo en las lluvias, y sobre todo de la siembra de nubes, pero no solo la investigación técnica, la de lectura de papers científicos, de ver los pro y contras de esta práctica, sino que también artículos periodísticos como los de las primeras siembras, lo que se hizo en Valladolid a fines de los 80, esas fotos maravillosas donde se muestran hombres sembrando nubes. Vi películas, hablé con metereólogos, con activistas, leí poemarios acerca de las nubes como el de Goethe El juego de las nubes o el texto Nubefilia de Rebeca Yanke. Escuché música, estuve pegada con Kate Bush y Cloudbusting, obras de arte relacionadas a este tema, intervenciones como las de la artista argentina Maia Gattas Vargas, que estudia fenómenos climáticos y hace paseos de observación de las nubes, y que además hizo la ilustración de la edición chilena de este libro, donde montó nubes reales con nubes artificiales. Investigué al hermano de Kurt Vonnegut (el de Matadero cinco), Bernard Vonnegut, que fue el que descubrió que el yoduro de plata podía usarse para sembrar nubes, justo en la época de la segunda guerra mundial, porque la siembra también está relacionada a los bélico como dices y es y será un desastre ,un arma peligrosa. Se ha usado como arma de destrucción, de anegamiento de ciudades y poblados. También comencé a seguir redes sociales dedicadas al desastre medioambiental y la intervención climática. Todo tipo de cuentas, fakes, gloriosas y obsesivas con el tema.

Amelia está a punto de migrar a Canadá. En la víspera, se enfrenta a las conversaciones y los secretos que revelan la historia de su familia. ¿Sientes que la partida o el exilio es siempre un momento de colisión o de rendición de cuentas con el pasado?
En las largas partidas, tanto en el exilio como en la migración o en los viajes como en el de Amelia, que va a investigar por dos años al extranjero, todo se condensa y se agolpa. Eso quise representar, esas semanas previas a un viaje largo, en que hay un doble movimiento, uno hacia el presente y otro hacia el pasado. Primero, todo se detiene, se congela en el ahora. Luego, desde esa detención, una se vuelca hacia atrás, a mirar ese pasado, a recorrer recuerdos, ir a ciertas imágenes, supongo que con la idea de cerrar algo, de permitir que lo que viene no esté teñido, utópicamente, de lo no se resolvió. Reconozco que es un leimotiv trillado, el viaje del héroe del que nos habla Joseph Campbell, pero muchas novelas están escritas desde esa consigna y hay momentos en que puedes mirar esta novela también bajo ese prisma.
En libros anteriores como Historia de mi lengua tocaste lo autobiográfico, pero aquí el desafío fue “extremar” el material biográfico hacia la ficción. ¿Qué indicios biográficos se quedaron tuyos en la novela, y dónde sentiste que el límite con la ficción era necesario para que la historia funcionara?
El libro tiene ciertas señas biográficas pero no logran configurarse ni como una novela autoficcional ni autobiográfica, porque quise evitarlo con ciertos recursos, buscar distancia con el personaje de Amelia. Entonces gran parte de la energía invertida en las primeras etapas de esta novela estuvieron destinadas a esa distancia. Enloquecí con eso, lo teñí de esa diferencia, cambié nombres, reemplacé apellidos y localidades, intervine oficios. Ahora bien, sí quise dejar claves biográficas para esos arqueólogos de los textos, para esos obsesivos que hacen tesis y papers de los escritores, pero en realidad ya las he develado casi todas en entrevistas y presentaciones, así que de arqueología nada. Como por ejemplo que Las Mercedes sí es una localidad donde pasé gran parte de mi infancia, sobre todo los veranos; que sí hay un Aquiles en mi familia, pero no es tal, solo tomé de él el nombre; y hay también sobre todo un Julio Auger, que en la realidad fue mi tatarabuelo francés que nunca reconoció a mi bisabuelo, por lo que el apellido de una mujer inauguró el ala familiar materna, pero en la novela le puse Julia Auger, le cambié el género, porque como macho que fue le habría molestado supongo ese gesto, y además lo puse a escribir el libro que aparece dentro de la novela, Los niños de rusia, ese libro que lee Amelia, y lo hice con una suerte de furia interna, para vengar cierto dolor.

En otro plano, eres también editora en Los libros de la Mujer Rota. ¿Cómo se separa el trabajo de editora, que exige una mirada crítica y a veces implacable, del proceso creativo y sensible de ser escritora?
Creo que si bien son dos ejercicios que se complementan, en cada uno de ellos soy una persona diferente, me desdoblo, básicamente porque se trabaja con materiales que son distintos. Sí, ambos son materiales literarios, pero la creación es algo muy personal en cierto punto en que vives un viaje en solitario y en tus propios abismos, en cambio el ejercicio de la edición es un diálogo constante con otra, son acuerdos, son confluencias.
¿Cómo es actualmente estar al frente de una editorial independiente?
Tiene muchas aristas, primero, y como siempre, es ser kamikaze, es lanzarse a un abismo, a la vez que es una suerte de pasión, es algo incivilizado, si me remito a las palabras de Clara Serra acerca del deseo, aunque ella se refiere a otra cosa, pero creo que estas palabras sí me sirven. Por otro lado, el estar al frente de una editorial independiente, es un gesto político, porque pones a circular cierta visión de mundo y cierta visión de lo literario, es decir, no es un gesto inocuo, sino que tiene una carga política importante.

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