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El amor, el seminario, el servicio militar y el teatro: Víctor Jara y sus años formativos

Antes de ser cantante, en sus años de juventud, Víctor Jara se formó como director de teatro, pero su paso previo por el seminario le había dado las primeras herramientas para su desempeño creativo. Acá lo recordamos en una nueva conmemoración de su fatídico asesinato.

El amor, el seminario, el servicio militar y el teatro: Víctor Jara y sus años formativos

Tras la muerte de su madre, Amanda Martínez, en 1947, el quinceañero Víctor Jara, quedó a la deriva. Su progenitora era el gran soporte de su vida y fue un golpe al mentón, directo, seco. La familia había emigrado a Santiago sin el padre, y el muchacho se encontró de repente sin un rumbo.

“Su muerte significó una profunda conmoción para él; la quería entrañablemente y siempre había creído que algún día podría ayudarla y descargarla de sus duras obligaciones. Y entonces experimentó una sensación de desolación y vacío, casi de remordimiento”, señala Joan Jara, su viuda, en el libro esencial llamado Victor. Un canto inconcluso.

Por entonces, la contención la encontraba en su relación de pareja con una muchacha que aspiraba a ser actriz. Se llamaba Gabriela Medina. “Éramos amigos porque yo vivía en la calle Tucapel y Tito iba a almorzar a la cocinería de su mamá que estaba en esa misma calle. Como había muchos jóvenes en el barrio, armamos un grupo y nos juntamos siempre”, resumió la actriz en el libros Abcdario Actoral de Chile Actores. De hecho, tan temprana era la historia que en ese minuto Víctor Jara ni siquiera era Víctor Jara: era Tito.

En esos años, Víctor Jara vivía en un barrio cercano a la Estación Central. Ahí, el muchacho comenzó a frecuentar un centro cultural ubicado en Avenida Blanco Encalada perteneciente a la Acción Católica, el grupo que alguna vez dirigiera el mismísimo padre Alberto Hurtado. De ahí ya le rondaba la idea de dedicarse al sacerdocio.

Por eso, en marzo de 1950, con 17 años, decidió ingresar al seminario de la Orden de los redentoristas, en San Bernardo. Sin embargo, tras dos años decidió dejarlo, comprendiendo que en verdad, no tenía vocación religiosa. En su paso por el seminario, lo que más le había chocado era el trato con el cuerpo. “El pecado original era la fornicación o la mera tentación de fornicar, que debía castigarse con la flagelación, golpéandose el cuerpo desnudo bajo la ducha. Víctor consideró antinatural y morbosa aquella práctica”, dice Joan Jara.

Sin embargo, en buena medida, esos dos años le dieron herramientas para su posterior trabajo creativo. Así lo indica el historiador español Mario Amorós en su biografía del cantante La vida es eterna (Ediciones B): “Por primera vez en su vida, tuvo acceso a una buena biblioteca y pudo dedicarse de lleno al estudio de materias como la literatura o el arte. Asimismo, participó en el coro, formado por unas sesenta voces mixtas, que solía preparar obras de Mozart, Schumann o Strauss y ofrecía recitales en la ciudad. Fernando Ortega, uno de sus profesores, ensalzó la seriedad con la que se tomaba los ensayos, impropia de su edad: ‘En esos momentos le molestaba mucho que alguien se distrajera’”.

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Tras salir del seminario, y sin un horizonte, no tuvo que pensar mucho qué hacer pues fue convocado a realizar el servicio militar. “En marzo de 1952 tuvo que presentarse en la Escuela de Infantería del Ejército, situada en la Plaza de Armas de San Bernardo...desde luego, el tránsito del seminario al regimiento fue traumático”, dice Amorós.

“Quedó encuadrado en la Batería de Artillería y, como era habitual, los primeros meses de actividad de actividad estuvieron dedicados a la preparación de la severa revista de reclutas”, añade Amorós.

Tras un año vistiendo el uniforme gris, Jara egresó del servicio con el grado de sargento de primera aspirante a oficial de reserva, esto porque su rendimiento en las filas castrenses fue muy destacado. Así lo cuenta Amorós: “Su libreta está repleta de elogios a su comportamiento, ya que se resalta su ‘excelente conducta militar’, su ‘preparación para el grado superior’ e incluso su ‘espíritu militar’ y ‘condiciones de mando’”.

En 1953, terminado su servicio, Víctor volvió a la Población Nogales, con los Morgado, donde le recibieron amablemente y sin preguntas. Cuando pensaba en trabajar, vio un aviso en el periódico. Una prueba para ingresar en el Coro Universitario. Ahí el corazón le palpitó más fuerte. Estaba convencido que el conocimiento en canto adquirido en el seminario podría ayudarlo. Funcionó, ya que fue seleccionado como tenor y participó en la puesta en escena de Carmina Burana, en el Teatro Municipal. Una carrera se iniciaba.

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Víctor Jara, el director de teatro

Es algo poco conocido, pero la ocupación original de Víctor Jara era la de director de teatro. Tras esa primera experiencia de 1953, comenzó a frecuentar a gente del teatro, ingresó al grupo de pantomima de Enrique Noisvander, donde desempeñó un par de papeles e incluso actuó fuera de Santiago. Ahí conoció a Fernando Bordeu, quien resultó clave.

Bordeu era un joven de familia acomodada, quien invitaba a Víctor a su casa y le regalaba la ropa desechaba. Pero Bordeu lo consideraba un semejante artístico. De hecho, en 1955, ingresó a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile y convenció a su amigo de que también lo hiciera. Jara lo pensó, no tenía nada que perder. Dio las pruebas de ingreso a la Casa de Bello en marzo de 1956.

“Se sentía nervioso e inhibido con sus ropas heredadas. La chaqueta era demasiado corta y, para colmo, las pesadas botas de gruesa suela le quedaban chicas y le lastimaban los pies”, relata Joan Jara. Pese a las dificultades, hizo una buena peformance y fue aceptado en la U. de Chile para hacer el curso para actores. “Dada su condición de estudiante con dificultades le concedieron un exiguo estipendio. Puesto que sus dificultades económicas eran extremas, también le adjudicaron una ayuda de Caritas -sociedad de auxilio católico para el Tercer Mundo- que llegaba en forma de pequeñas raciones de queso y de leche en polvo una vez por mes”, agrega Joan Jara.

Como indica Joan Jara, fueron años de aprendizaje y de privaciones para el joven Víctor, pero un gran soporte fue su amigo y compañero de escuela, el futuro actor Nelson Villagra. “En aquella época Víctor dormía donde podía, pero Nelson contaba con el apoyo de su familia y se alojaba en una pensión muy modesta de un barrio popular. Ambos estaban crónicamente sin un centavo y a la hora de almorzar subían al cerro Santa Lucía e intentaban saciar el hambre con pan integral y una botella de leche”.

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Su período de formación en la Escuela de Teatro de la U. de Chile se dio entre 1956 y 1962, y su debut como director fue en septiembre de 1959 con Parecido a la felicidad. Amorós señala que fueron dos fechas, el 12 y 13 de septiembre de ese año en el teatro Lex. Fue un éxito de público y ello empujó a Jara a especializarse en dirección.

Poco antes, a partir de 1958 ingresó al conjunto folklórico Cuncumén, hito que resultó vital en su formación. “En 1961 realizó una gira de casi cinco meses por Europa y la Unión Soviética, conoció el profesionalismo en el mundo de la música, grabó sus primeras canciones e incluso debutó como solista ante un público masivo en Moscú”, señala Mario Amorós.

“Fue entonces, también por su amistad con Violeta Parra y Margot Loyola, cuando empezó a comprender la importancia del legado musical que su madre le había transmitido, al mismo tiempo que iniciaba su militancia en las Juventudes Comunistas”, agrega el hispano. Una carrera estaba empezando.

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