
El reñido cónclave de 1903: cuando un emperador vetó por última vez a un futuro papa
Tras la muerte del papa Leon XIII, el cónclave de agosto de 1903 tenía un claro favorito como papable, sin embargo, este fue vetado por el emperador de Austria en uso de un antiguo privilegio que tenía. Pese a las protestas, los cardenales se inclinaron por otro hombre, quien tomó el nombre de Pío X.

Tras un largo pontificado de 25 años, el 20 de julio de 1903 falleció en Roma el papa León XIII. Un hombre ligado al ala liberal de la Iglesia, quien marcó una época con la encíclica Rerum novarum (Acerca de las nuevas cosas), donde abogó por salarios justos para los obreros y el derecho a organizar sindicatos (aunque de orientación católica). El papado entraba de lleno en la “cuestión social”, aunque rechazando las ideas socialistas. Eso dejó una huella profunda en la Iglesia Católica.
Leon XIII fue sepultado y comenzó a organizarse el cónclave donde sería elegido el nuevo papa. Como en toda elección, la del sucesor de San Pedro nunca ha estado excluida del factor político. Hasta la actualidad. La pregunta que rondaba entonces sobre el Colegio Cardenalicio era si acaso se continuaba la línea de Leon XIII, o por el contrario, la de su antecesor, Pio IX (quien estuvo en Chile en sus años mozos), un papa derechamente conservador.
Tal como en estos días, comenzó a sonar un nombre como “papable”: el cardenal italiano Mariano Rampolla, el cardenal secretario de Estado de la Santa Sede durante el pontificado del papa León XIII, quien era considerado un hombre más bien liberal. Ante ese nombre, las monarquías europeas comenzaron a mover sus piezas en el ajedrez vaticano.

Resulta que en esos años iniciales del siglo XX, las potencias europeas tenían mucho que decir en la elección papal. Esto, en tiempos donde reinaba una tensa paz armada que estallaría solo 11 años después en la Primera Guerra Mundial y que mantenía a Europa dividida en dos bandos: la Triple Entente, formada en principio por Francia, Gran Bretaña y Rusia; y la Triple Alianza, formada por Alemania, el Imperio Austro-húngaro e Italia.
Ello explica que el anciano emperador Francisco José I, del Imperio Austro-Húngaro, comenzara a barajar sus cartas muy tempranamente para influir en el cónclave que se avecinaba. Era el juego de tronos de la política eclesiástica.
“Para cinco cardenales Habsburgo y tres alemanes, encontrar un candidato conjunto fue bastante difícil. El emperador Francisco José y su ministro de Asuntos Exteriores, el conde Agenor Gołuchowski, coincidieron en que el nuevo papa debía ser un hombre moderado y sabio, más bien apolítico e imparcial. Mariano Rampolla o cualquier cardenal de origen francés serían claramente rechazados“, señala el historiador Drahomír Suchánek en su estudio The End of the Right of Exclusion. Conclave of 1903 and the New Legislative.
En simple, para el viejo Francisco José, Rampolla era inaceptable. Hasta hoy, se especula por el motivo de su encono, pero se estima que podría ser por el apoyo que Rampolla -como secretario de Estado- dio a la laica Tercera República Francesa, rivales de Austria.

Pero, ¿por qué Austria se arrogaba tal poder? Eso tenía una explicación. Por aquellos años, los principales tres países europeos católicos reclamaban derecho a veto sobre cualquier candidato en el cónclave: España, Francia y Austria. Era el llamado Ius exclusivae, una antigua iniciativa de la corona española que databa de 1605, y debutó en el cónclave de 1644, cuando el rey Felipe IV de España vetó la elección del cardenal Sacchetti.
Desde ahí, el Ius exclusivae se había aplicado en contadas ocasiones. De hecho, 10 veces en 3 siglos. En el XIX, solo se contó en 2 oportunidades: en los cónclaves de 1823 y 1830. Y volvería a aparecer en 1903.
La forma que tenían de aplicar el veto, era a través de uno de los cardenales participantes, quien debía darlo a conocer. Por ello, Francisco José le encargó la misión de aplicar el veto al cardenal polaco Jan Puzyna de Kosielsko, el arzobispo de Cracovia.
Pero Puzyna era un hombre sin mucha experiencia en el tejemaneje vaticano, por lo que, de repente, se vio con una pesada responsabilidad sin saber cómo hacerse cargo. “El emperador Francisco José I tenía tanta confianza en él que le confió el ‘secretum’: el derecho a presentar objeciones y vetar la elección en nombre del emperador en caso de que resultara elegido un candidato inadecuado. Puzyna estaba decidido a impedir la ascensión de Rampolla al trono, pero, al mismo tiempo, carecía de experiencia en negociaciones entre bastidores y quería librarse de su responsabilidad lo antes posible”, señala Suchánek.

Puznya decidió tanter el terreno antes de proceder, pero lo hizo de manera torpe, anunciando la jugada que realizaría. “En una conversación con el embajador Szécsen, se le ocurrió la idea de anunciar la exclusión de Rampolla al decano Oreglia antes del inicio del cónclave. Este, conmocionado, teniendo presente el principio tradicional de que el derecho de exclusión solo puede aplicarse en casos extraordinarios, lo disuadió de hacerlo”, explica Suchánek.
Por supuesto, los demás cardenales terminaron por enterarse y quedaron en aviso del hecho, y reaccionaron molestos. Para un buen grupo de purpurados, les resultaba intolerable una intromisión externa a un cónclave, aunque para otros ya era una tradición. “Mientras que los círculos vaticanos y los cardenales de la Curia ya habían llegado a la conclusión de que la Iglesia Católica no tenía por qué considerar los intereses de los países católicos y seguir otorgándoles privilegios incluso si perjudicaban los intereses de la Iglesia, otro grupo de altos representantes católicos —algunos cardenales nacionales y, en particular, las élites políticas austriacas— seguían adhiriéndose a las formas tradicionales y, a pesar de algunas preocupaciones e incertidumbres, estaban dispuestos a aplicarlas".
Y cómo no, el chisme del veto llegó presto a los oídos del mismo Rampolla y del cardenal decano, Luigi Oreglia di Santo Stefano, el hombre quien lideraría el cónclave. Ambos fueron tajantes. De eso nada, no reconocerían el veto.
El 1 de agosto de 1903, se inició el cónclave. Tras las primeras dos votaciones, se confirmó el favoritismo de Rampolla, quien lideraba con 29 votos, todavía sin alcanzar el quorum de 2/3. Ahí decidió actuar Puzyna. A la tercera votación, cuando volvía a liderar Rampolla, el cardenal polaco se paró de su asiento e hizo su alocución. “Leyó el texto en latín del veto oficial del emperador austriaco -explica Suchánek-. Según la mayoría de los informes conservados, este acto del prelado de Cracovia provocó un gran revuelo. El colegio comenzó a rugir”.
El cónclave se volvió tenso. “El afectado cardenal Rampolla se puso de pie y pronunció un discurso que podría describirse como un rechazo absoluto a las intervenciones seculares en las elecciones eclesiásticas. Protestaba porque el veto suponía un duro golpe a la libertad de la Iglesia y ofendía el honor del Colegio Cardenalicio”. Rampolla y Oreglia reaccionaron indignados y ratificaron que no reconocían el veto.
Y a la votación siguiente, Rampolla siguió liderando, señal de que muchos cardenales simplemente ignoraron el veto. De hecho, pasó de 29 a 30 votos, claro que su contendor más cercano, el cardenal patriarca de Venecia Giuseppe Melchiore Sarto, también creció de 21 a 24. De hecho, a partir de la quinta votación, la tendencia se revirtió y fue Sarto quien comenzó a tomar la delantera.

El historiador Suchánek ensaya una explicación a por qué Rampolla comenzó a perder apoyo. “Es evidente que una gran mayoría de cardenales ya no permitía intervenciones en las elecciones papales e ignoraba el veto. El instituto jurídico tradicional había agotado definitivamente su potencial práctico. Las acciones de los cardenales demuestran además que, a pesar de esto, o quizás precisamente por ello, la ola de oposición a la intervención del emperador austriaco no impulsó a los electores a mostrar un apoyo ostentoso al cardenal Rampolla. Solo un miembro del Colegio Cardenalicio protestó de esta manera, mientras que los demás mantuvieron sus prioridades. La elección del nuevo Papa se convirtió en un asunto puramente eclesiástico, y los cardenales estaban más interesados en la perspectiva sobre la dirección de la Iglesia que cada candidato representaba".
Finalmente, tras 7 votaciones y 4 días, el cardenal Giuseppe Melchiore Sarto obtuvo los 50 votos que necesitaba y fue elegido como el nuevo papa, tomando el nombre de Pío X. No era casualidad: era un hombre conservador y se identificaba más con Pío IX que con León XIII.

Dentro de las primeras medidas de Pío X, estuvo la de promulgar la constitución apostólica Commissum Nobis por la que se prohibían los vetos a la elección papal basados en el derecho de Ius exclusivae. Por lo tanto, ni España, Francia y Austria tendrían más ese derecho ni podrían volver a intervenir en un cónclave so pena de excomunión.
En cuanto al desgraciado Rampolla, fue alejado por Pío X del cargo de secretario de Estado con el fin de promover a un hombre más joven. Fue designado para el cargo de Prefecto de la Congregación para el Mantenimiento de la Fábrica de la Basílica de San Pedro, un puesto absolutamente menor y casi ornamental. Aunque años después tendría su revancha y le darían el puesto de secretario del Santo Oficio, uno de los mayores de la curia vaticana. Murió en 1913, diez años después del cónclave que casi lo hizo papa.
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