
Una Batalla Tras Otra: Fracasados del mundo, uníos
Esta tragicomedia del director de Petróleo Sangriento protagonizada por Leonardo diCaprio retrata a un grupo de radicales que fallan en cambiar el mundo y tienen un último cartucho en la vida para seguir íntegros a otro nivel.

Balas, explosiones y semi-hippies en de bata de dormir por las carreteras de California. Todo lo que pasa en Una batalla tras otra, empezando por su mismo título sugiere movimiento. Rápido e incesante. Es una de esas películas tan enérgicas que el espectador puede quedar cansado de seguirle el ritmo y al mismo tiempo estimulado para vivir con el pie en el acelerador.
La sensación es la misma que a alguien le puede haber provocado ver por primera vez Contacto en Francia (1971), con el policía Popeye Doyle (Gene Hackman), desencantado por no capturar al traficante Alain Charnier (Fernando Rey). O Buenos muchachos (1990), donde el mafioso Henry Hill (Ray Liotta) termina en un programa de protección a testigos tras escalar a la cima.

Ambas películas que están en el ADN de la nueva cinta de Paul Thomas Anderson: la primera es una influencia confesa del director para este trabajo en concreto, mientras que Martin Scorsese es algo así como el padre artístico de Anderson. Pero por si las influencias e inspiraciones fueran pocas, Una batalla tras otra se basa libremente en la novela Vineland (1990), del escritor Thomas Pynchon.
A partir de todo este paisaje cultural, Anderson desarrolla una de sus mejores películas. Tiene en común con la anterior Licorice Pizza (2021) el mismo ímpetu y sentido del movimiento. Esta vez quien literal y metafóricamente corre es Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio), aunque lo hace desde cierto punto, despertándolo tras un largo letargo post-revolucionario.

Pero antes hay que retroceder la cinta. La historia comienza en 1984, al inicio del segundo mandato de Ronald Reagan, cuando el grupo paramilitar de izquierda French 69 libera a los prisioneros de un campo de detención de migrantes en California. Quién lidera el escuadrón es la joven Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), una afroamericana con la autoridad de un militar y el carisma de un guerrillero. El encargado de hace volar las instalaciones es Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio), novio inmaduro de Perfidia, tan fiel a las causas radicales como a un buen cigarro de marihuana o una noche de barra libre.
Perfidia también se aprovecha del interés sexual que ella despierta en el coronel Steven J. Lockjaw (Sean Penn, en excelente modo caricatura), militar algo obtuso que a pesar de su racismo (o tal vez como desviación extrema de éste) es capaz de dejar escapar a la chica ante la menor insinuación sexual.

En algún momento de la historia, la trama revolucionaria también será desmantelada debido a la captura de los miembros del escuadrón. La historia salta 16 años adelante y sólo quedan los restos de una esperanza marchita, el ex revolucionario Bob Ferguson reconvertido en vago a lo Gran Lebowski y Willa (Chase Infiniti, gran revelación), hija de él y Perfidia.
Se podría decir que ahí empieza la verdadera película. Y ahí también la velocidad pasa de tercera a cuarta. Además, aparece California en su esplendor, las calles no acaban nunca y el fracasado tiene una segunda oportunidad en su vida. Ahora para ser un padre de verdad. Otra vez tiene a la policía respirándole en la nuca, siempre a tiro de cañón, en gran pantalla VistaVision, como las mejores películas americanas fueron hechas.
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