Se puede perder, pero no así

Colo Colo, Delfín
Foto: Photosport.


Si producto de la entendible rabia, de la frustración y de la lógica pérdida de fe tras la vergüenza (que eso fue) ocurrida la noche del jueves en el estadio Monumental lo que usted está buscando ahora es una pasada de cuenta por razones ajenas al fútbol, una condena rimbombante que resuma todo en su solo culpable o incluso una revancha que pretenda reescribir el pasado y llevar la pelea histórica contra Guede a una suerte de empate (que además, pase lo que pase, ya no es posible por obra y gracia de las matemáticas y los títulos locales), mejor no siga leyendo. Así de simple.

Me enseñaron en la casa, desde chiquitito, a ser ecuánime. Y trato de cumplirlo. También me enseñaron, en la Universidad, a pensar más allá de las pulsiones básicas e inmediatas que mueven normalmente a los hinchas o a los analistas de cartón que siempre tratarán de pasarse de listos y sacar dividendos fáciles ante la pasividad de las masas. No. Por ahí no va la cosa. Tendría que nacer de nuevo. El llamado hoy, más que a quemar naves, es a razonar por encima de lo que la gilada quiera oír.

Partamos por decir que este drama no se trata sólo de Colo Colo. O al menos que no debiera interesarle sólo a los colocolinos. Es el drama del campeón del fútbol chileno. El mejor equipo de la comarca en los últimos años. Por ende su derrota -brutal, feroz, tristísima frente a Delfín- debiera golpearlos a todos. A veces hay equipos sin pergaminos que te sorprenden. Que dejan ver una fórmula, un estilo, una capacidad que no estaba todavía en los libros. Y uno dice: guau, qué buen equipo, va a llegar lejos. No es el caso. Para nada. Delfín era un equipo del montón. Y del montón para abajo. Sin embargo Colo Colo, obligado a ganar, en su casa, con su gente, con todo a favor, no fue capaz ni de rasguñar el planteamiento defensivo simple y predecible que instaló la visita.

¿Cómo pudo pasar una cosa así? ¿Cómo, con la misma gente, el equipo de Guede pudo verse tan distinto al que venía de ganarle pocos días antes con claridad absoluta (en el juego al menos) a la UC? ¿Dejación, tibieza, falta de compromiso y motivación, errores en el diseño del juego, malos entrenamientos, falta de intensidad, trotecito inaceptable para una competencia internacional? Todas las anteriores, seguramente. Porque el desastre fue grande. Muy grande. Una cosa es sacar apenas un punto de nueve en lo que va de competencia y haber perdido ya dos de los tres partidos como local. Pero otra, tan dolorosa como la anterior, es no apretar nunca en los 90 minutos, no imponer presión alguna para recuperar la pelota permitiendo que te la robaran en el medio y pasaran y pasaran los minutos, carecer completamente de intensidad, no llegar por las bandas más que un par de veces, no ser capaces de resolver, por último individualmente, una marca apenas normalita, ahí no más.

Para peor, la debacle que como conjunto tuvo Colo Colo, vino aparejada de un correlato en lo individual. Hace mucho rato que no jugaban tan mal, pero tan tremendamente mal, al mismo tiempo, Paredes, Valdés, Valdivia, Rivero, Opazo, Baeza, Carmona. En el caso de Baeza puede haber tenido que ver con la ubicación. ¿Pero el resto? Escasísimo nivel para lo que exige una Copa Libertadores. Y escasísimo compromiso además. Desidia, falta de sangre, falta de actitud. Así ningún plan puede resultar. Ninguna táctica. Ningún dibujo… que evidentemente fue pobrísimo esta vez. Baste con decir que apenas se llegó dos veces con real peligro en todo el partido. Feroz. Y extraño, tratándose de un cuerpo técnico que ha dado muestras suficientes de estar por sobre la media justamente en la preparación de partidos clave... como era éste.

Volvamos, antes de terminar, al tema de fondo en Chile: la intensidad. La madre de todos las batallas. La causante, cuando no está, de todas las miserias de los equipos nuestros. La U sigue viva en el torneo, y ha estado a la altura de las circunstancias frente a rivales de mucho mayor peso, porque entendió que, sin dinámica e intensidad permanente, no se puede competir en el ámbito internacional. Punto. No escucharon los azules, por suerte, los brotes verdes coyunturales, los cantos de sirena irresponsables y tontorrones, de ese amplio sector del medio local que siempre que puede pide a nuestros equipos más pausa y cuidados… como si todavía se pudiera subsistir siendo flojos (que es eso y no otra cosa lo que está detrás del famoso equilibrio al que apela aquel discurso pueblerino y añejo).

¿El gran pecado de Guede? No haber olido la desmotivación. Haber permitido que en el plantel albo se entronizara esa falta de pasión, de movilidad, de ferocidad, de dinámica, que vimos la noche del jueves. E incluso haberle puesto nombre a esa tortura: paciencia. Paciencia las pelotas. Con paciencia y sin intensidad te puede ganar cualquiera hoy. Cualquiera. Incluso un muy mal equipo ecuatoriano. Y dejarte colgando.

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