Crimen de Moisés Orellana: Una vida y una muerte marcadas por el fuego

El 8 de septiembre, un encapuchado asesinó de un tiro en la cabeza a Moisés Orellana (21) cerca de Cañete. Su crimen intentó silenciar a los testigos que vieron la huida del grupo armado detrás de tres incendios intencionales, los mismos que Moisés alguna vez combatió como brigadista de Conaf.


El fuego lo destruyó todo: la ropa, el dinero, los enseres y los recuerdos de toda una vida guardados en cajones y en álbumes fotográficos. Hoy, a dos años del incendio que consumió por completo su casa de madera y adobe, la ausencia de esos registros familiares le pesa el doble al núcleo de la familia Pavez. Esa tarde del 11 de enero de 2018, ni el esfuerzo de bomberos ni la ayuda de los vecinos impidieron que las llamas lo devoraran todo. Tampoco sirvió que Moisés Orellana, aún vestido con su camisa amarilla y pantalón oscuro, característicos de los brigadistas forestales de Conaf, corriera hasta la casa ubicada en el sector de Lloncao, comuna de Cañete, para tratar de rescatar algo de entre los escombros y maderas calcinadas.

“No importa, mamá. Estoy trabajando, de alguna forma vamos a parar la casa”, le dijo a María Pavez, su madre, mientras la abrazaba. Con 18 años, la necesidad había llevado a Moisés Orellana a abandonar la enseñanza media para transformarse en el principal sustento de su familia. Y el combate a los incendios forestales en la provincia de Arauco, Región del Biobío, le permitían generar un ingreso estable de $ 343 mil, trabajando 10 días seguidos a cambio de cuatro de descanso.

La mala fortuna persiguió a Moisés Orellana hasta el presente. Por puro azar se cruzó en el camino de ocho encapuchados que poco antes habían robado y quemado tres casas en el sector de Laguna Grande, en Cañete. Esa madrugada, el joven fue asesinado por un disparo de escopeta en la cara y se convirtió en la última víctima de la violencia rural que sigue en aumento en la provincia de Arauco.

Cuando aún no transcurría un mes de la tragedia, otra muerte enlutó a la zona sur. Un par de horas al este, en Collipulli (Región de La Araucanía), Pedro Cabrera conducía un furgón que transportaba a trabajadores forestales cuando su vehículo fue interceptado por un grupo de encapuchados. Aunque le ordenaron que se bajara, Cabrera se negó. Entonces le dispararon; al igual que Moisés Orellana, fue baleado en el rostro. Los atacantes incendiaron el furgón y dispararon a otros vehículos antes de escapar.

Pedro Cabrera murió en el Hospital de Angol en la tarde del 3 de octubre. Al confirmarse la noticia, las autoridades tuvieron que repetir el mismo discurso de algunas semanas antes.

Bencina y llamas

Los insistentes ladridos de los perros inquietaron a M.A.V. y a su familia. Eran cerca de las 23.20 del 7 de septiembre, cuando la mujer bajó el volumen del televisor, miró por la ventana y vio a un hombre vestido de negro caminando frente a su casa. “Pensé que era un cazador de conejos, porque en el sector hay muchos dando vueltas. Abrí la puerta para calmar a los perros y se acercó este hombre armado que me obligó a entrar a la casa y a sentarme en el sofá”, relata la víctima, que pidió a La Tercera mantener su identidad en reserva.

Vestido con un pasamontaña, un polerón negro y un pantalón de camuflaje, el desconocido hizo una seña para que otros dos hombres armados entraran en escena. Revisaron cada habitación de la vivienda ubicada en el sector de Laguna Grande y, a punta de armas, obligaron a su esposo y a su hija a sentarse junto a ella. Solo buscaban dos cosas, relata la afectada: dinero y más armas.

La tensión en la casa aumentó cuando uno de los animales atacó a un encapuchado; una patada, un aullido y el silencio. Luego vinieron las órdenes y un intento de diálogo.

“Traté de hablar con ellos. Decían que lo hacían por ‘la causa mapuche’ y yo le decía que no les habíamos hecho nada. Ahí me dijo: ‘Cálmese, no le vamos a hacer nada, no somos los malos’”, recuerda.

A pocos metros de su casa, dos hombres armados y encapuchados rociaban combustible en la fachada de dos viviendas vecinas.

Tras encontrar una escopeta y robar algunas especies, los asaltantes obligaron a la familia a salir de la vivienda. “Nos pusieron las armas en la espalda. Nos quitaron las llaves del auto y nos hicieron caminar. Cuando vi a dos hombres pasando por mi lado con bidones de bencina en las manos supe que me iban a quemar la casa”, narra la víctima.

El fuego que consumía las dos casas vecinas iluminaba la noche. Unos segundos más tarde, ese mismo fuego iniciado por desconocidos se extendería a su casa, que la mujer y su familia tardaron seis años en terminar. En total, según la afectada, ocho desconocidos participaron del ataque. El botín del grupo consistió en la escopeta, algunas especies de valor y dos camionetas.

Con las llaves en mano, el grupo subió a las camionetas robadas y, luego de ver arder las tres viviendas, huyó del lugar. Más tarde incendiaron esos dos vehículos y se subieron a otros automóviles de apoyo que los esperaban cerca del sector de Puente Colgante. Sobre esas camionetas, los encapuchados pretendían eludir a la policía y refugiarse tras cometer el atentado.

A diferencia de otros ataques ocurridos en la zona, este hecho tomaría relevancia nacional casi 30 minutos después, a seis kilómetros de los incendios. Pasada la medianoche, los dos vehículos que trasladaban a los encapuchados se cruzaron con un Peugeot 605 azul que estaba estacionado al lado del camino, en el sector rural de Lloncao. Adentro, Moisés Orellana compartía con dos acompañantes.

La víctima del disparo estaba al interior de un vehículo con dos amigos. Foto: Agencia Uno.

Línea de fuego

El cuadro con la fotografía del octavo básico, generación 2013 aún cuelga en uno de los muros de la Escuela Básica Paicaví, de Cañete. En la imagen, Moisés Orellana, de entonces 14 años, posa junto a su profesora jefa y cinco compañeros de curso, los únicos que ese año completaron la educación básica.

Pocos meses después de tomarse esa fotografía, Moisés ingresó a una escuela politécnica para cursar el primero medio. Pero pronto abandonó los cuadernos y los libros para tomar una pala, una carretilla y trabajar en el arado y la cosecha de la tierra. Las carencias económicas que golpeaban a su familia lo llevaron a trabajar junto a sus tíos y a su abuelo, como una forma de aportarle algo de dinero a su madre, quien por esos años estaba dedicada a los cuidados de su abuela.

Corría el año 2014 cuando asumió el rol de mantener su casa. “La mamá se había separado y hacía falta la plata. Primero trabajó en el campo, en la temporada de sacar papas, después ayudaba a su tío, y así comenzó a ganar sus primeras moneditas”, relata Cristina Velásquez, tía de Moisés.

Pese a su trabajo diario en el campo, el joven intentó retomar sus estudios. Tras reunir algunos recursos extras se matriculó en 2015 en el Centro de Educación de Adultos Quimahue, en pleno centro de Cañete, donde aprobó primero y segundo medio bajo la modalidad de dos años en uno. Sin embargo, en 2016, según los registros del Ministerio de Educación, reprobó el tercer y cuarto medio. Esta frustración lo hizo desistir.

Durante un año, aseguran en su familia, Moisés solo se dedicó a trabajar junto a sus tíos y abuelo, esperando a cumplir los 18 años para postular a un empleo formal. Así llegó el 20 de noviembre de 2017. “Combatiente y control de incendios forestales” fue el trabajo para el cual Moisés Orellana fue contratado. Su responsabilidad, explican en Conaf, era “ser parte de la línea de fuego” dentro de un radio que comprende la zona forestal de Cañete, Tirúa y Lebu. Solo en 2017 se habían activado 277 operativos contra incendios y 630 hectáreas de bosques habían resultado dañadas en estas tres comunas de la provincia de Arauco, una extensión territorial donde cabría 24 veces el Parque Padre Hurtado de Santiago.

El oficio de brigadista forestal es común entre los jóvenes de la zona que inician su actividad laboral, pero marcó un hito en la vida de Moisés. “Le gustaba su trabajo. Salió a combatir hartos incendios forestales con sus compañeros. Donde había un incendio forestal, ahí estaba con la gente de Conaf. Le gustaba su trabajo, llegaba contento cuando le tocaba bajada. Incluso, cuando se les quemó la casa, fueron los brigadistas los que lo trajeron para ver a su mamá”, detalla Cristina Velásquez.

El término oficial de la temporada de incendios forestales, el 31 de marzo de 2018 puso fin a su contrato como brigadista, luego de más de cuatro meses de trabajo en las zonas boscosas de la provincia. La búsqueda por un nuevo empleo lo llevó hasta una frutería ubicada en el centro de Cañete, donde fue contratado en agosto del mismo año. En ese lugar conoció a su polola y decidió retomar los estudios nocturnos de enseñanza media que había abandonado. Esta vez, en su tercer intento y gracias al apoyo de su familia, finalmente se graduaría.

Pólvora quemada

El estruendo despertó a Alicia Ewert. Era cerca de la 1.05 de la mañana del 8 de septiembre, cuando un disparo de escopeta retumbó dentro de la casa que la profesora de Lenguaje y Ciencias Naturales tiene en el sector de Paicaví. “Sentí un solo disparo. Me imaginé que estaban cazando conejos, pero después escuché el ruido de muchos vehículos”, recuerda.

Lo que ocurrió después, con el paso de las horas, aún le da vueltas. El joven asesinado a dos cuadras de su casa era uno de los seis alumnos que ella había promovido a educación media en 2013 y cuyo recuerdo aún adornaba las paredes de la Escuela Básica Paicaví.

Alicia Ewert había sido la profesora jefa de Moisés Orellana.

Después de 48 años de clases en la zona, la docente conocía muy bien a la madre y a los hermanos de la víctima. “Le hice clases a toda su familia. Moisés era muy amable y respetuoso. Y aunque no era un alumno destacado, era muy responsable en sus estudios. Siempre se esforzaba por salir adelante”, asegura.

Justo antes de que Alicia Ewert escuchara el estallido, los encapuchados habían visto que dentro del Peugeot azul había tres potenciales testigos. Uno de los acompañantes de Moisés Orellana declaró que, tras ver a uno de los sujetos armados acercarse al auto, los tres jóvenes levantaron las manos y prometieron que se irían inmediatamente de ahí. Moisés apenas alcanzó a encender el motor cuando uno de los delincuentes haló el gatillo. El vidrio lateral del conductor estalló y los perdigones se incrustaron en su cabeza, causándole un “traumatismo encéfalo craneano abierto por agresión con arma de fuego”, detalla el certificado de defunción.

Mientras los delincuentes discutían y se recriminaban por lo ocurrido, Moisés se desangraba sin que sus acompañantes pudieran hacer nada. Su muerte quedó registrada a la 1.32 de la mañana, según un acta del Hospital de Cañete.

De acuerdo con el intendente de la Región del Biobío, Sergio Giacaman, “entre los meses de junio y septiembre estábamos en torno a los 55 eventos de violencia, que es una concentración muy alta, la más alta que hemos tenido desde que asumimos”. Y aunque la violencia en la zona se frenó de golpe tras el homicidio de Moisés Orellana, el 29 de septiembre se registraron nuevos incidentes que tuvieron como protagonistas a un equipo del OS-9 de Carabineros que realizaba diligencias en el marco de una investigación de robo de madera.

A juicio del intendente Giacaman, “hay dos delitos que son muy comunes en el territorio. Están asociados al robo de madera y al narcotráfico”. Es por esta razón que en la zona -asegura la autoridad- se reforzó la presencia policial para indagar ambos delitos y, al mismo tiempo, identificar a los autores en casos de violencia rural.

Hasta la fecha, ni la fiscalía ni la PDI han confirmado la detención de algún sospechoso del crimen de Moisés Orellana, lo que mantiene inquieta a su familia. Las principales diligencias en la causa se han realizado bajo estricta reserva y en medio de una escalada de violencia que, como el fuego, va consumiendo lentamente amplias zonas del Biobío y La Araucanía.

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