Los últimos días de Cupertino Andaur

Ilustración de Cupertino Andaur.

Alguna vez Cupertino Andaur fue el criminal más célebre de Chile. Su asesinato a un niño de 9 años remeció al país. Fue condenado a muerte y el Presidente Eduardo Frei le perdonó la vida. Hace diez días, murió solo en su celda de la cárcel de Colina 1.


Cupertino Andaúr quería sus máquinas de vuelta. Eran dos lavadoras que había comprado hace unos años, con las que ofrecía servicios de lavandería en su módulo. Esa, decía, era la única forma que tenía de ganar plata durante su encierro y, desde que lo trasladaron de Colina 2 a Colina 1 en abril de 2019, no había vuelto a verlas. Este año se lo repitió de nuevo al sicólogo de Gendarmería que fue a entrevistarlo a la Torre 1-A cuando Andaur, ya de 70 años, volvió a pedir un beneficio en su condena de cadena perpetua.

El sicólogo revisó su historial. Preso por robo con homicidio y sodomía con resultado de muerte en 1992, cuando Andaur asesinó en Lo Curro a Víctor Zamorano Jones, un niño de 9 años entonces. A pesar de su avanzada edad, seguía causando problemas. El 2 de febrero de 2020, un interno dominicano lo había denunciado por tratos racistas y agresiones dentro del penal. Antes de eso, en octubre de 2014, lo sancionaron por tenencia de drogas. En ambos casos el castigo fue el mismo: privación de visitas. Pero en los 26 años que llevaba en prisión, no eran muchas las personas que iban a verlo. Estaba Ema, su hermana dos años mayor, y Ricardo, el hijo de ella, quienes antes de la pandemia solían visitarlo cada quince días. Pero nadie más. Frente al sicólogo, Andaur se describió como un reo solitario, con poca interacción con otros miembros de la población penal y con escasas salidas de su celda, la número 43, porque no le gustaba las cosas que hablaban los otros presos. Por eso, explicó, no tenía amigos. Su única distracción era leer. A veces eran novelas policiales. Y otras, libros religiosos que le prestaba su hermana.

Esa vez, según el reporte, Andaur dijo “no se puede llevar todo el día leyendo tampoco”.

Pero a Cupertino Andaur sí le gustaba hablar. Le gustaba repasar su historial de robos, las formas que tenía para entrar y robar casas, y cómo burlaba sus sistemas de seguridad durante la década del ochenta y principios de los noventa.

“Los hechos y sus experiencias infractoras son relatadas de forma pragmática, insensible, sin restricciones morales con altos sesgos de satisfacción y validez”, anotó el sicólogo.

Aunque debajo de esa fanfarronería, había algo de miedo. Una sensación de que la muerte estaba más cerca. Podía verse en que, como expresa una persona cercana a él, “ya había decidido aceptar a nuestro señor Jesucristo en su vida”, o por esto otro: que el 24 de junio pasado, el reo que antes dormía en la celda frente a él, un hombre de 56 años condenado por abusar de su hija de 5 años en un bus del Transantiago y de una niña de 7 en Punta Arenas, falleció de una neumonía por Covid. Y los planes de Andaur, a pesar de su crimen y a pesar del tiempo que llevaba encerrado, nunca fueron morir ahí. En una entrevista para el diario La Nación de 2009, cuando le preguntaron si pensaba que fallecería estando preso, contestó esto: “No, nunca me he puesto en esa posibilidad”.

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El abogado Julio Disi tenía una teoría:

Hay tipos que delinquen porque son víctimas de las circunstancias de la vida. Y hay otros donde uno no entiende por qué delinquen, si tuvieron todas las oportunidades del mundo. Andaur era un poco de los dos.

Disi lo conoció en 1993, en la oficina de la jueza Lucía Vaganay del 23 Juzgado en calle Compañía, dos semanas después de su detención por el homicidio de Víctor Zamorano. Disi llegó allá por encargo del decano de la facultad de Derecho de la Universidad Católica. Pasaba que Vaganay había intentado que a Andaur lo defendiera el abogado de turno y la Corporación de asistencia judicial. Pero en ambos casos, la jueza había recibido excusas. Entonces llamó al departamento de práctica de la UC. Ahí Disi era el encargado del área penal. Tenía 34 años y, con la ayuda de dos alumnos, aceptó el caso.

–Le dije que lo íbamos a defender, pero que no me pidiera a mí que le solicitara la libertad bajo fianza, porque no estaba en condiciones de hacerlo por la naturaleza del delito y la gravedad que tenía.

Todas las semanas Disi iba a entrevistarse con él. Ahí supo de su vida. Que había nacido en Sewell, hijo de un minero y de una dueña de casa. Que tenía otros tres hermanos y que nadie más en su familia tenía antecedentes penales. Disi aprendió de la nula relación de Andaur con Ana, su madre. Que ella le decía a su hijo que él debería haber muerto, que lo debería haber tirado a un canal. Que él contaba que más de una vez la vio acostándose con amantes y que eso lo excitaba. Todo eso, y todo ese odio a ella que nunca se extinguió, consta en los informes sicológicos que le realizaron a Andaur.

–Dentro de esos informes, se detectó que fue golpeado por sus padres de niño y, también, abusado por su padre –explica Julio Disi–.

Cuando tenía nueve años empezó a robar. Su padre murió de silicosis al año siguiente. Luego de eso, Andaur se volvió agresivo. Esto contó en una de sus entrevistas con un sicólogo penitenciario: “Me fui a vivir con mi abuela dos años a Curicó, me vine porque le empecé a pegar a los gatos, a los pollos, a los perros, les prendía fuego en la cola con un trapo, le ponía chinitas ( fuego artificiales) en la boca a los perros y les cerraba el hocico”.

“Siempre fui malo. Desde chico. Tenía un amigo con quien torturábamos a los otros cabros”.

Desertó de su escuela en 5to básico y a los 12 fue detenido por primera vez. A los 15 ya golpeaba a su madre y un año después fue condenado en Talca por delitos reiterados de hurto. Permaneció preso hasta los 20.

Por eso es que Disi veía esa ambivalencia en él. Porque vivió una infancia dura pero, también, fue el único de sus hermanos que siguió ese camino.

Con 21 años, Cupertino Andaur fue padre de un niño en 1971. Al año siguiente se casó con la madre de su hijo, la enfermera Gladys Hidalgo. Volvieron a ser padres en 1977. Esta vez, de una niña.

La noche del 30 de diciembre de 1992, Andaur estaba en Santiago, consumiendo cocaína en un local de Bellavista junto a dos acompañantes que lo ayudarían a robar una casa en Lo Curro que ya habían observado.

–Antes de entrar consumieron más cocaína –narra Disi–. Cuando Andaur entra, se tropieza con la cama de Víctor Zamorano y él despierta.

Luego de eso, Andaur violó y asesinó al niño de nueve años.

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En una entrevista que le dio a CHV en 2004, dijo “yo no lo hice por maldad. No lo hice porque soy un sicópata, como se me pintó. Yo lo hice simplemente porque perdí el control de mis acciones”.

Haber matado a un niño y haberlo hecho bajo el efecto de las drogas era una cosa que lo golpeaba siempre –recuerda su abogado. Ser el defensor de ese tipo de criminal, también le trajo costos. Disi recuerda los gritos en la calle, las amenazas anónimas en su puerta, los clientes que lo dejaron y el nulo apoyo que recibió de su universidad.

Luego de su detención, Gladys Hidalgo terminó su relación con Andaur. Ni ella ni sus hijos jamás fueron a visitarlo. Tras recibir una cadena perpetua y, después la apelación de la familia Zamorano Jones, la Corte de Apelaciones de Santiago lo condenó a morir.

Durante su entrevista con CHV en 2004, Andaur dijo que le pidió a Disi que no apelara, que él quería morir y que esa condena lo dejaba conforme. Pero Disi no lo recuerda así.

–Cuando fui a comunicarle la sentencia, lo visité con el capellán de Gendarmería. Esa fue la primera vez que lo vi quebrarse y llorar fuerte. Le daba mucho miedo morir.

En 1996, tras gestiones de Disi, Andaur logró el indulto presidencial de Eduardo Frei, quien conmutó su pena por presidio perpetuo. Esa vez, el Mandatario dijo: “no puedo creer que para defender la vida y castigar al que mata, el Estado deba a su vez matar”. La decisión fue criticada públicamente por el padre del niño, Claudio Zamorano. Contactado para este reportaje, Zamorano se excusó de hablar diciendo “ya han pasado muchos años y para nosotros es un tema aún muy doloroso por lo que prefiero guardar silencio”.

Cupertino Andaur pasó por la Penitenciaria y Colina 2. Ahí, a pesar de estar preso, seguía siendo un problema. En 2003, por ejemplo, fue expulsado de su módulo por los otros internos. Muchos reos más jóvenes lo despreciaban y amenazaban por el crimen que había cometido.

–Cupertino no era del perfil de Colina 2: no era un delincuente muy avezado y físicamente no era muy dotado. Era más bien bajo y no impresionaba mucho. Le pegaban harto. Por lo mismo tenían que aislarlo mucho, tenerlo con medidas de protección, custodiarlo en el hospital –sostiene Julio Disi.

Una de esas veces fue por un infarto al miocardio, en 2003. Andaur fue desarrollando una hipertensión que trataba con aspirina y, a veces, relajándose con un teclado Yamaha que su hermana logró enviarle después de varios intentos en que Gendarmería se lo rechazó.

El único lugar donde encajó fue en el módulo beta de Colina 2. Ahí, entre los narcos, gastó los ahorros que tenía en comprar dos lavadoras y lavarles las ropas a los traficantes.

Esas dos máquinas se convirtieron en una forma de construir una nueva identidad.

Con ellas, Andaur podía ser alguien necesario.

Sin ellas, Andaur sólo era el viejo condenado por asesinato y violación.

***

Hubo un día en que Cupertino Andaur sí pudo salir. Fue en julio de 2013, cuando lo llevaron hasta un juzgado de familia en Talca para divorciarse de Gladys Hidalgo. Esa vez habló con los periodistas en una improvisada conferencia de prensa. Dijo: “el divorcio nos favorece a los dos. No me opuse a nada. Yo estoy arrepentido de lo que pasó. He sufrido mucho, estuve con un infarto y hace poco salí de una infección que me tuvo al borde de la muerte, pero me recuperé”.

“Yo perdí todo, mi familia y casa. Mis hijos nunca me fueron a ver, porque con esto que pasó, se quebró la familia. Las únicas visitas que tengo son mi hermana. Yo pedí perdón públicamente y ahora lo repito. A la gente de Talca que me conoce, le digo que lo que pasó fue un momento desgraciado y oscuro. Pero eso no depende de uno. Yo cumplí 20 años en prisión, tengo buena conducta. Este año estoy pidiendo salida dominical, de ahí salida diaria y la libertad condicional. Siempre hay esperanza”.

Después del 13 de marzo de 2013, Andaur ya podía optar a beneficios como libertad condicional o salidas dominicales. Hasta 2018 lo intentó en 14 oportunidades. Pero todas fueron rechazadas. Ese año también murió Gladys Hidalgo de un cáncer a la vesícula. Llevaba tres años casada con un obrero en Talca.

Hacia finales de 2019, sin sus lavadoras y sólo con la visita de su hermana, no eran muchas las expectativas que Andaur podía tener a sus, entonces, 69 años. Sus informes sicológicos hablan de falta de metas realistas a largo plazo: “El sujeto manifiesta la posibilidad de quitarse la vida. Presenta dificultades motivacionales para proyectarse en el medio libre o en reclusión (sesgos depresivos y de desesperanza)”.

Todo eso podía verse en su zigzagueante conducta. En noviembre y diciembre de 2019 fue calificada como muy buena. Pero entre enero y junio de este año fue evaluada como Pésima, Mala y Regular. Su último reporte es del 6 de octubre. Esa vez su comportamiento fue encasillado como “Muy bueno”.

Fuentes de Gendarmería dicen que hay una explicación para eso: el aislamiento le hizo bien. Por eso es que existía la posibilidad de una nueva evaluación sicológica para postular a salidas. A eso fue el sicólogo este año. A ver si ahora, en su décimo quinto intento, Cupertino Andaur podía dejar, al menos temporalmente, su celda. Esto fue lo que el profesional reportó en su informe:

“Respecto al delito actual (sodomía con resultado de muerte) refiere sentir vergüenza y culpa. En su relato no se observa relieve ni impacto dramático, la reflexión se observa superficial respecto al daño causado. En este aspecto se observa controlador, mantiene arraigo a creencias y valores pro criminalizados”.

"El referido no se observa locuaz sin la intención de ganancias segundarias en su relato, las características egocéntricas y sensación de autovalía aluden específicamente a la exacerbada valoración de sí mismo y su recurrente intención de dar en la entrevista una imagen de superioridad delictual, mostrando preocupación por la debilitación de su imagen y estatus como delincuente “antiguo” frente a la población penal y frente al régimen de Gendarmería, dando mayor importancia a su estatus delictivos, que los hechos realizados bajo su responsabilidad".

En su calificación final, el sicólogo, que no quiso participar de este reportaje, concluyó que de 100 personas evaluadas de la misma forma, con el mismo test, 82 presentarían menos rasgos sicopáticos que Andaur: “se sugiere que el penado sea integrado a un programa de intervención psicosocial a la brevedad en un contexto de alta regulación y supervisión”.

Pero eso no alcanzó a ocurrir. El 15 de octubre, alrededor de las 8.30 am, Cupertino Andaur fue encontrado sin vida en su celda de la Torre 1. Su certificado de defunción dice que murió de un infarto al miocardio.

Fue entonces que sus hijos tuvieron que aparecer. Luego de casi tres décadas el mayor, hoy de 48 años y padre de familia, tuvo que aprobar que su tía Ema cremara los restos de Cupertino. Ella, que no quiso conversar con La Tercera, fue la última en verlo. La que recogió su cuerpo, decidió que no hubiera sepultura e hizo todos los trámites. En esos papeleos aprendió, por ejemplo, que Andaur había hecho el trámite para cobrar el 10% de su AFP. Y eso la sorprendió. Con el dinero que ganaba con sus lavadoras, Cupertino Andaur cotizaba. Y esas máquinas, que deseó hasta el final, serían su única herencia para sus hijos.

Desde Gendarmería dicen que están en custodia dentro de una bodega en Colina 2 y que Andaur nunca las pidió formalmente. Dicen también otra cosa: que una semana después de su muerte, nadie ha ido a reclamarlas.

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