Mamá por 30 meses: el largo silencioso drama de una cuidadora del Sename

Durante dos años y medio, la periodista Deborah Bailey fue cuidadora de una lactante que llegó de siete meses a su casa. Hace un mes tuvo que entregarla a sus padres adoptivos. Aquí habla de su experiencia como familia de acogida, de las trabas del proceso y la burocracia para resolver la situación de los niños a cargo del Estado.


Deborah Bailey (53) todavía se acuerda de la advertencia que le hicieron la primera vez que fue a una charla sobre ser familia de acogida para un niño del Sename: “Si quieren adoptar, este no es el lugar. Adopción está al frente y para eso tienen que cruzar la calle”. Esa fue la frase que escuchó, hace cinco años, cuando asistió con una amiga para saber de qué se trataba ser cuidadora.

Eso no fue lo más fuerte, cuenta. Para transformarse en una de las más de 7.700 familias cuidadoras de un lactante, niño o adolescente que había sido separado de su familia por condiciones de vulnerabilidad, había que estar preparada para varias cosas. No era sólo entender que esto era por un tiempo y que en cualquier momento el Estado podía solicitar la custodia de vuelta, ya fuese para regresar a los niños a su familia de origen o bien, porque se les había encontrado una familia adoptiva. También era entender las condiciones en las que llegaban a las casas de los cuidadores, relataba la psicóloga del Sename que dirigía la reunión.

-Nos dijeron que los niños llegaban de otro color. Estaban grises, apagados.

Luego de esa charla, decidió continuar con el proceso, seguir el engorroso papeleo que se venía, las entrevistas psicológicas y convertirse en cuidadora. Su amiga, en cambio, desertó. Le confesó que aún no estaba lista.

Deborah Bailey es periodista y trabaja como jefa de prensa del subsecretario del Interior, Manuel Monsalve. Ha asesorado a exsenadores y ministros como Felipe Harboe y Francisco Vidal y, también, estuvo en el comando presidencial de Ricardo Lagos. Pero antes que eso, Bailey se hizo conocida por ser una de las primeras periodistas deportivas mujeres de los 2000, cuando conducía el programa de televisión Zoom Deportivo.

Desde ahí que, dice, siempre quiso adoptar. Había sido voluntaria en residencias de Sename y ser padres adoptivos con su marido era algo que estaba dentro de los planes. Pero después de tener a su hija, Matilde, se divorció y la idea quedó pendiente. El tema, cada tanto, asomaba en su cabeza y empezó a cambiar cuando conoció el concepto de Familia de Acogida Externalizada (FAE). Tener la posibilidad de cuidar niños de manera transitoria quizás era algo más factible, pensó. Así se lo planteó a su hija cuando tenía 12 años. No quiso esa vez. Le volvió a preguntar a los 15 y, dudosa, aceptó.

-Su mayor miedo era que nos íbamos a encariñar demasiado con el niño o niña que nos llegara e íbamos a sufrir cuando se fuera. Pero yo le decía que nada de lo que nos pudiera pasar iba a ser superior a tener una guagua, acogerla y cambiarle la vida.

Por eso, a finales de 2019 se decidieron por entrar de lleno en el proceso. Por ese tiempo había decidido que su trabajo como asesora legislativa a través de su empresa, Bailey y Asociados, sería en su casa, para dedicarse de lleno a ser cuidadora. Aunque los resultados tardaron en salir: porque recién un año después ella y su hija habían sido declaradas aptas para ser cuidadoras.

A partir de ahí, Deborah Bailey y su hija podrían recibir un niño en cualquier momento. Eso fue lo que les dijeron. Bailey incluso tuvo que consultar si es que podía viajar fuera de Santiago ese fin de semana, a lo que le respondieron que harían una excepción, porque tenían que estar atentas y preparadas al llamado de las psicólogas.

Ese llamado se demoró más de lo esperado. Después de seis meses sin novedades, Bailey se empezó a preocupar e intentó averiguar por qué el proceso no avanzaba. “Son tiempos normales”, le respondían en el Sename, asegura.

-Yo decía cómo es que no hay un niño institucionalizado que necesite una familia de acogida.

Fue, en parte, por esas razones que quiso contar su caso y, en agosto de 2020, su historia fue portada en Las Últimas Noticias. Eso, cree ella, aceleró las cosas. Porque tres semanas después recibió un llamado: había un niño, Emmanuel, de dos años y medio, que tendrían que recibir dentro de una semana.

La ilusión llegó hasta ahí, porque después de que la periodista compró todo lo necesario para recibir a Emmanuel, un día antes, la psicóloga le comunicó que ya no sería posible, porque el padre del niño se había ido con él y no sabían dónde estaba.

A inicios de octubre de 2020 volvió a ocurrir: el teléfono de Bailey sonó. Era la psicóloga del FAE para decirle que Montserrat, una lactante de siete meses de vida, necesitaba una familia de acogida.

Después de un fracaso y ocho meses esperando, ni ella ni su hija creían que llegarían a conocer a esa niña.

Nueva vida

La primera vez que Deborah Bailey fue a la Casa Nacional del Niño en Ñuñoa a conocer quién sería la lactante que cuidaría, apenas pudo entenderlo. Montserrat llevaba cinco de sus siete meses de vida internada en esa residencia. Más tarde se enteró de que era hija de padres en situación de calle de Santiago. Se encontraba en una sala junto a otros lactantes. Bailey recuerda que sólo pudo verle los ojos, porque ambas se encontraban con mascarilla y trajes para protegerse del Covid-19.

-¿Por qué estuvo cinco meses acá si yo llevaba ocho meses esperando? -se pregunta ahora.

Al día siguiente fue a buscarla. Partió en auto con su sobrina, mientras que en su casa la esperaba su hija y toda su familia para darle la bienvenida. Fue entonces que apenas se la entregaron, Bailey confirmó todo lo que le habían dicho en esa primera reunión.

- Era una foto, no emitió ningún sonido por tres días. Ni un ruido, ni risa, ni llanto, ni nada. Tampoco se acurrucaba.

Bailey se acuerda de cómo los primeros días Montserrat tenía los horarios de su residencia marcados: a la hora de comer, se devoraba todo el plato sin peros, y a las 19 horas se quedaba dormida instantáneamente, incluso si Bailey la tenía bañándose en la tina.

A los siete días vio el primer cambio: por primera vez, Montserrat se acurrucó en ella.

La periodista tenía claro que ser cuidadora la excluía de adoptar y se había preparado para eso. La jueza de familia Mónica Jeldres explica por qué:

-Nuestro país no tiene regulada por ley a las familias de acogida. Pero hay que distinguir algo: si tú eres guardador/a de un niño, niña o lactante y respecto de este se encuentra en tramitación un proceso por medida de protección o susceptibilidad de adopción, hay que entender que la adopción siempre es la última instancia. El Estado debe otorgar todas las posibilidades a las familias de origen para mantener a ese niño en el núcleo familiar, pero sin olvidar que para los niños pequeños los tiempos son diferentes, así que se debe ser diligente, actuar con prontitud y de manera coordinada por todos los actores involucrados, cuestión que en la práctica muchas veces no ocurre y se vuelve un proceso engorroso.

Una vez agotado ese proceso y siendo el niño susceptible de ser adoptado, Jeldres añade:

-La familia de acogida, por regla general, especialmente en niños más pequeños -cuya función es “cuidarlo” mientras este proceso está en curso- no debería en principio poder adoptarlo. Quienes quieren adoptar deben pasar por un proceso distinto.

Entendiendo eso, y aún así, Deborah Bailey tuvo que responder muchas veces preguntas incómodas de amigos y conocidos que, con dudas, querían saber de su relación con la niña que cuidaba.

-Me preguntaban si no quería quedarme con ella, ‘¿cómo lo vas a hacer? Yo no podría. ¿Qué vas a hacer cuando se vaya? ¿No quieres adoptarla tú?’, era lo más recurrente.

Con el paso del tiempo, de a poco Montserrat empezó a sacar la personalidad que tenía guardada. Aprendió a gatear, luego a caminar, a encaramarse en los muebles para alcanzar las cosas que quería y a jugar con el perro y los dos gatos de Bailey. La periodista disfrutaba de verla feliz. De alguna manera no era sólo ella quien le estaba cambiando la vida a una niña, porque Montserrat también empezó a darle otro sentido a la vida de Bailey.

Cuando cumplió un año, Montserrat empezó a decir sus primeras palabras. Era probable que “mamá” fuera una de las primeras, le advirtieron en el FAE.

-¿Y qué hago?, pregunté. ‘Anda viendo’, me respondieron.

A partir de ahí, Bailey comenzó a decir que Montserrat era su hija. En la FAE le entregaban mensualmente leche, pañales y una caja de mercadería con alimentos básicos y útiles de aseo. También realizaban videollamadas cada cierto tiempo para ver cómo iban con el cuidado. Pero, en términos de salud, Bailey no podía tener a Montserrat como carga en su isapre. Ella tenía que seguir siendo atendida en el sistema público.

Bailey llevaba igual a la niña a atenderse al sistema privado. De hecho, por una neumonía tuvo que estar hospitalizada una semana.

-Ese fue el susto más grande que pasé.

La periodista y su hija cambiaron toda su rutina para vivir como una familia de acogida. Bailey, incluso, a veces llegaba hasta La Moneda con la niña en coche a trabajar. Montserrat se había vuelto parte de sus vidas.

A mediados de diciembre eso cambió. Tras dos años y tres meses de cuidado y cuando la niña tenía dos años y 10 meses, Bailey recibió el mensaje para el que se había preparado desde que decidió ser cuidadora: una funcionaria del FAE le escribió para avisarle que Montserrat había sido declarada susceptible de adopción. En ese momento el organismo encargado de familias de acogida y otros temas de protección había dejado de ser el Sename. Ahora era el Servicio Mejor Niñez (Servicio de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia).

Lo que venía ahora, le dijo, sería rápido. Tanto así que le advirtieron que se preparara para que la niña no pasara las fiestas de fin de año con ella.

Eso no ocurrió. Pero a mediados de enero de este año, a través de un mensaje de WhatsApp, le avisaron que Montserrat ya tenía una familia y tendría que entregarla en un plazo de 15 días. Uno que contemplaba “fechas y actividades con los padres en donde sería necesaria su participación como cuidadora”.

La despedida

De todas las cosas para las que se había preparado Deborah Bailey a la hora de ser cuidadora, había una que nunca se le pasó por la cabeza: el miedo a no saber quiénes adoptarían a quien, de alguna manera, había sido como su hija por dos años y medio.

-Me empecé a llenar de preguntas en mi mente: ¿Y si no la quieren? ¿Y si la retan mucho? ¿Le van a cambiar el nombre? ¿Y si ella cree que la abandoné? Me aterré, y una vez que me avisaron estuve ida una semana entera.

El tiempo que Bailey había cuidado a Montserrat era excedido. Antes de recibir a Montserrat le habían dicho otra cosa:

-Me decían ‘va a ser súper rápido, no te vas a alcanzar ni a encariñar’. Pero cada vez que yo pedía hablar para saber del proceso judicial de Montserrat, me decían que las audiencias se habían cancelado, que la mamá había llegado sin abogado. Entonces que había que reagendar, entre otras excusas.

Incluso, cuando se cumplió un año y medio de cuidarla, fue la propia Bailey quien llegó hasta la Defensoría de la Niñez a decir que el sistema estaba vulnerando los derechos de la niña. Pero, tras tomar el caso, en la institución le dijeron, otra vez, que los tiempos eran normales.

El plazo promedio de una familia de acogida, sobre todo cuando se trata de un menor de tres años, no debiera ser más de un año y medio, aseguran en Mejor Niñez. Según la abogada de familia Alejandra Mercado, esto pasa por la burocracia del proceso de resolución de casos de niños vulnerados en sus derechos, en el Sistema Judicial. Porque en la búsqueda de los padres, y el resto de la familia ampliada, como tíos o abuelos que puedan hacerse cargo de ellos, pasa demasiado tiempo.

-Que la situación de un niño en sus primeros años se demore tanto en resolver es, a todas luces, una vulneración en sus derechos. Sobre todo porque los estudios psicológicos indican que esa es la época donde se generan apegos. Entonces desarraigarlos de una casa a otra significa daños que se van a presentar cuando la persona sea adulta -explica Mercado.

Deborah Bailey conoció a los padres adoptivos de Montserrat en una reunión en una de las sedes del FAE a mediados de enero de este año. Se trataba de una pareja de 40 años que vivía en La Florida, no tenían hijos y llevaban dos años en el proceso de adopción.

-Yo estaba entrando al lugar y, de repente, veo a una mujer que me pregunta: ‘¿Tú eres Deborah? Yo soy la mamá de la Montserrat’.

A partir de ahí, todos los miedos de Bailey se disiparon. Ellos le dijeron que querían que fuera parte de la vida de la niña. Eso no era un planteamiento que estuviera bajo el protocolo de la FAE. Porque, según cuenta Bailey, ese organismo no conversa con los centros de adopción, porque se trata de cosas distintas.

Eso, a juicio de Marcelo Sánchez, gerente general de la Fundación San Carlos de Maipo, dedicada a la infancia, es un problema.

-Los modelos no pueden depender de la buena voluntad de las familias, tienen que estar estandarizados. Si se tiene que hacer el proceso del traspaso de una niña a su familia adoptiva, tiene que ser gradual, tener un espacio para la convivencia donde ese vínculo, que se ha madurado por dos años y medio, se mantenga durante el tiempo y vaya gradualmente haciendo cambios.

El fondo del problema, explica él, es que las familias de acogida no han sido verdaderamente integradas a un sistema. Eso significa que los ministerios de Salud, Educación y Desarrollo Social estén disponibles para poder cubrir las necesidades.

-En segundo lugar, la oferta tiene que ser completa. Cuando uno hace crianza de niños que han sufrido traumas, tienen que tener ciertas herramientas. Por ejemplo, en EE.UU. trabajan con un programa que se llama Keep, que es de habilidades parentales, hecho para niños que han sufrido traumas y situaciones difíciles en las que se requiere tener herramientas -explica Sánchez.

El cambio de vida de Montserrat fue abrupto para Deborah Bailey. Hace un mes que se fue a vivir con sus padres. Aunque primero comenzaron los papás yendo a visitar a la niña al departamento de la periodista en Vitacura. Más tarde, empezó a irse por el día a la casa donde viven en La Florida. Un día se quedó a dormir. Las psicólogas evaluaron que estaba bien y no volvió más al departamento de Bailey.

Desde ahí que la ha ido a visitar a su nueva casa. Juega con ella un rato y después se va. A veces, la madre de Montserrat le ha dicho que se queda llorando, pero que después de un rato se le pasa. A Deborah no se le quita esa pena aún, pese a que ha pensado en la idea de ser cuidadora de nuevo.

En su departamento todavía hay rastros de la niña. Están los rayados en la pared que Montserrat hacía con sus lápices a color, está su almohada y unos cuadros que Bailey mandó a hacer para recordarla. También hay fotos en todas partes de la casa.

-A nosotras, esta niña nos cambió la vida -dice.

Las fotos y recuerdos de ella son, de alguna manera, su forma de recordarla y llenar el vacío que dejó.

Quizás por eso, para no perder la presencia de Montserrat, Bailey encargó fotos de ella. Esta semana le llegó el segundo de esos pedidos. Son 150 fotos impresas. En las imágenes se ve a la periodista y a su hija compartiendo con Montserrat en la playa o en su casa.

Nadie podría decir que no se veían como una familia.

*Desde el 1 de octubre del 2021 el organismo encargado de familias de acogida y otros temas de protección es el Servicio Mejor Niñez (Servicio de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia). Desde esa fecha Sename solo está a cargo del área de justicia juvenil, mientras se implementa en el país el nuevo Servicio de Reinserción Social Juvenil.

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