
Rapa Nui no extraña a los turistas
Apenas se supo de la llegada de la pandemia al continente, la decisión municipal de cerrar las fronteras de la isla fue casi unánime. Eso significó frenar en seco su principal actividad económica. ¿Cómo sobrevive un destino turístico sin turismo? En Rapa Nui llevan casi un año aprendiendo. Y, aseguran, no es tan terrible como pensaron.

Cuando Mónica Oyarzún (48) se enteró el 16 de marzo que la Isla de Pascua iba a cerrar, sintió que todo se le venía abajo. Faltaban apenas dos semanas para inaugurar el local de su chocolatería Tokorate. Empezó a trabajar en eso hace ya 13 años, poco después de haber llegado a vivir a Hanga Roa desde el continente tras casarse con un rapanui. En un fin de semana de Pascua de Resurrección partió haciendo huevitos de chocolate y no paró más. Siempre lo había hecho desde su casa. Ahí elaboraba los productos que luego se vendían en puntos de venta como el aeropuerto o tiendas de souvenirs. Pero ahora, por primera vez, podría tener su local propio, y se estaba preparando para eso.
Los turistas eran sus principales clientes y quienes más compraban sus chocolates con forma de moai y alfajores hechos a base de frutas de la zona. Con la cantidad de visitantes que estaban ingresando a Rapa Nui los últimos años, Mónica incluso pudo costear la educación superior de sus dos hijos en el continente. También arrendarles un departamento en Santiago Centro para vivir.
Por eso, cuando cerraron la isla pensó en todo lo que había logrado con su emprendimiento y en todo lo que ahora podría perder. “Justo habíamos pedido un crédito para terminar lo que nos faltaba de la chocolatería, una baja en las ventas significaba no saber si podríamos pagar ese préstamo. Fue bien angustiante”, cuenta ella. Sobre todo porque venía su mes estrella: abril, con la Pascua de Resurrección. Había encargado desde el continente un pedido lleno de decoración de canastos y conejos para la venta de huevitos y, además, con su familia tenían planeado contratar a más personas para la inauguración del local. Pese a que esta era su mejor época, la baja de un 80% en sus ventas llegó más temprano de lo que pensaba. “De pronto, no sabías lo que podía pasar. No sabías si es que ibas a poder trabajar o si es que ibas a poder pagar las deudas. Era demasiada la incertidumbre”, recuerda.
Aunque Mónica Oyarzún sabía que cerrar la isla era lo mejor. De hecho, por esos días llegó el primer caso de Covid-19 a Hanga Roa. Si los contagios escalaban, sólo había cuatro respiradores en el hospital para las 10 mil personas que viven en la isla. Eso ya había generado temor en la comunidad, pero también otros miedos comenzaron a asomar: de 14 vuelos semanales que llegaban, pasaron a tener sólo uno. Eso también significaba menos vuelos de abastecimiento de productos que venían desde el continente. “Empezaron a escasear las cosas en los negocios, hubo como una sicosis colectiva de abastecimiento. Aquí también desapareció el papel higiénico, igual que en el conti, y había colas a las cinco de la mañana para comprar fruta”, cuenta ella.
Eso no solo hizo que el precio de los insumos que Oyarzún importaba para sus chocolates se duplicaran, también pasó con los precios en los almacenes: un kilo de paltas a $ 10 mil, uno de manzanas a $ 4.500 o un costillar a $ 60 mil.
De un momento a otro, para los habitantes de Rapa Nui aislarse más de lo que ya estaban en una de las islas más remotas del mundo -donde el punto más cercano de continente está a 3.600 kilómetros- tenía un costo: su única y principal actividad económica se cerraba sin fecha de vuelta.

Vuelta al origen
El alcalde Petero Edmunds sabía lo que significaba pagar ese precio: “No fue una decisión fácil. Al principio recibí muchas críticas de todos lados”, cuenta. Sobre todo, porque no existe una segunda actividad en la isla. La que sigue son los trabajos en la municipalidad. Con algunos recursos que llegaron desde la Intendencia de Valparaíso para paliar la ola de desempleo se generó un programa para entregar 400 puestos de trabajos que tuvieron por objetivo cumplir uno de los conceptos ancestrales más importantes de Rapa Nui, el umanga: “Yo te ayudo, tú me ayudas”.
Eso, por ejemplo, contribuyó a que frente al alza de precios en la fruta y verdura se crearan cuadrillas municipales que llegaban a las casas de los habitantes a enseñarles cómo crear su propia huerta para cosechar alimentos. Jerome Bour es de los que crearon una: pasó de comprar todos sus productos en el minimarket a cosechar sus tomates, lechugas y papa dulce. Le sirvió para reducir el costo de vida después de que todos sus ingresos se fueran a cero con el cierre de la isla: tenía un complejo de cabañas, un grupo de danza folklórica y, tres veces al año, gestionaba tours para los cruceros aéreos que arribaban a la isla. Aunque más tarde le llegó una oportunidad: en agosto entró en un puesto en la Dirección del Turismo, como asesor encargado de reconectar Rapa Nui hacia las otras islas de la Polinesia. “Acostumbrarse a no tener actividad económica fue difícil al principio, pero acá la gente se ha reinventado. Cada uno está saliendo adelante hasta que se reabra el turismo”, dice él.
Las huertas trajeron otra forma ancestral de ayudarse que parecía olvidada: “Se crearon ferias de trueque y también chats intercambiando alimentos. Frutas, palta, plátanos a cambio de un kilo de arroz, por ejemplo. Se siente como haber retrocedido al tiempo de mis abuelos, cuando era un barco al año el que llegaba con abastecimiento”, cuenta Elizabeth Arévalo, concejala de Valparaíso que desde la isla representa a sus habitantes.
Mike Rapu, empresario pascuense socio del Hotel Explora en Rapa Nui, cuenta que ha encontrado formas de reinventarse. Pese a que todos sus proyectos en la isla están parados, además de tener que cerrar su cervecería en el centro de Hanga Roa, porque traer los insumos era muy costoso, este tiempo ha sido para pausar y bajar el ritmo de vida que llevaba hasta el inicio de la pandemia. “Antes no paraba. Estaba todo el día dando vueltas: en el centro de buceo, preocupado del abastecimiento de pescado para el hotel o en la cervecería. Hoy estoy en mi parcela. Si veo una construcción, me quedo mirando la construcción”, detalla. Incluso, aprovechó de plantar árboles frutales de chirimoya, pomelo, maracuyá, que espera que más adelante puedan generarle ingresos.
De alguna manera, encerrarse en la isla no era tan terrible como parecía: “Yo estoy bien, sé bucear, puedo sacar un pescado e intercambiar con un amigo que tiene un pollo. Me crié haciendo de todo, entonces estoy siempre buscando cómo sobrevivir”, dice Mike Rapu.

La sensación de que el encierro estaba sacando algo positivo en la comunidad no la tenía solo él, Mónica Oyarzún también la empezó a percibir con el paso de los meses. Pese a la baja en sus ventas, el local pudo abrirlo igual, pues al estar construido en el mismo terreno donde vive, no tenía que pagar el arriendo. Lo que más le había costado hasta ahora era pagar el departamento de Santiago, pero algo bueno, dice, ha salido de todo esto: “Nos ha servido para tener más tiempo. He podido ver crecer a mi nieta. No ha sido tan terrible como pensamos que iba a ser, porque hemos logrado mantenernos”, dice. La economía circular que se generó en la isla la ha ayudado a recuperar algo de las ventas y, a su vez, ella ha ayudado a otros. Por ejemplo, comprando a productores locales la fruta que necesita para sus chocolates. Aunque también quiso chequear si alguien más pensaba como ella. Lo hizo la semana pasada, cuando les preguntó a unas clientas qué pensaban del cierre de la isla. Entre las dos que estaban ahí, dice Oyarzún, le respondieron lo mismo: “Estamos bien así”.

Hay quienes incluso creen que no sería sostenible para el bienestar de los habitantes volver al ritmo de antes. Así lo cree Andrés Pakarati, un gestor cultural. “Esta no es la única fuente de ingreso en la isla, es la más fácil, la más cómoda, la más rápida. Ya llevamos un año sin turismo y hemos estado sin problemas, pero con ayuda del gobierno”. Hay algunas cifras que reflejan esta realidad: 114 dueños de alojamientos han reinventado su actividad económica en más de una veintena de actividades nuevas. Entre las más realizadas están la venta de comida, la contratación en el programa de Pro Empleo Municipal, trabajo en agricultura y el arriendo de cabañas a residentes, según una encuesta que realizó la Dirección del Turismo a 279 alojamientos.
En esa entidad, si bien aseguran que el golpe económico es gigante, ya que pasaron de recibir 150 mil turistas al año a prácticamente ninguno, su director, Uko Tongariki, reconoce algo: “Estábamos arriba de una máquina que no podíamos parar.”

Sin plata, con salud
Existe una tensión en la isla. Es entre quienes quieren abrir lo antes posible y los que están por alargar el cierre. Y esa discrepancia se ha mantenido a lo largo de estos meses. Prueba de ello es que ninguna de las grandes cadenas de hoteles, como el Explora, Hanga Roa o el Altiplánico, haya querido participar de este reportaje. También lo revelan otras cifras de la encuesta de la Dirección del Turismo: de 279 alojamientos que participaron, un 57% tiene sus espacios completamente desocupados, y un 80% declara que volverá al turismo cuando se reabra la frontera de manera segura por el cuidado de la salud.
El vicepresidente de la Cámara de Turismo de Rapa Nui, Edgard Hereveri, está consciente de que un 2021 sin turistas no es viable: “Lo que hay ahora es una economía de sobrevivencia. Desde los hoteles grandes hasta los más pequeños estamos en las mismas condiciones. Tener la isla cerrada implica un gasto operacional para todos, que no es menor. Si no se visualiza un desarrollo va a afectar al grueso de la isla, porque los grandes hoteles son quienes absorben esa mano de obra”, explica.
Por eso es que ya están pensando en un plan de activación, que vaya de la mano con una apertura segura para no echar atrás lo que se ha logrado hasta ahora: solo cuatro contagios y más de 300 días sin Covid. “Estamos sin ningún peso. La isla entera está sin plata, pero con buena salud”, dice Petero Edmunds.
En la Subsecretaría de Turismo saben que ese fue el camino correcto: “No era razonable suponer que la isla podía seguir la misma suerte que el resto de los territorios con los permisos interregionales o el de vacaciones. Por eso esperamos que, en la medida en que el proceso de vacunación vaya aumentando, vamos a poder ir progresivamente permitiendo la visita de turismo a la isla. Y eso significa la reactivación del sector que lo necesita, porque ya ha sido muchísimo el tiempo de cierre”, dice el subsecretario José Luis Uriarte.
Mientras eso ocurre, en la isla comenzó este viernes la fiesta Tapati Rapa Nui: el evento cultural que todos los años reúne a más turistas que el total de habitantes que residen en la zona. Aunque esta edición será distinta: por primera vez en 30 años se hará en la intimidad del pueblo Rapa Nui, con un presupuesto muy reducido y con una duración de siete días, a diferencia de los 10 que duraba normalmente.

Mónica Oyarzún quedó seleccionada para exhibir sus chocolates y alfajores en la feria gastronómica que habrá esa semana de celebración. Le servirá para recuperar algo de lo que habrían sido sus ventas de 2020 y también para pagar el préstamo que pidieron. Cuando la isla reabra, ya ha pensado en cómo quiere seguir con su emprendimiento: bajando un poco el ritmo que llevaba en un principio, tomándose pausas, pasando más tiempo con su familia . Aunque por ahora su posición está clara: mientras no se acabe la pandemia no se debería reabrir. “Prefiero mil veces estar sin plata a que sin salud”, dice ella.
Pero a pesar de que muchos quieren mantener este ritmo de vida más pausado, Oyarzún no lo ve como un cambio que pueda sostenerse una vez que las fronteras se abran. Ella no cree que la gente de su rubro se tome en serio esta forma más pausada de vivir. “Después de que pase esto, pocos van a redireccionar sus prioridades. El resto seguirá igual”, asegura. Hay un dato que respalda su teoría: en la industria de agencias de viajes, el interés de turistas por visitar la isla sigue siendo el mismo.
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