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Las ruedas que llevan agua e historia en Larmahue

Declaradas Monumento Nacional en 1998, las azudas de Pichidegua son el sello de la comunidad ubicada a 77 kilómetros de Rancagua. Su preservación y restauración se debe principalmente a José Huerta, artesano de la zona que las construye como tradición familiar.

Una rueda de agua en Larmahue, hecha por José Huerta.

Larmahue, región de O’Higgins. Con 13 años de vida, José Eduardo Huerta decidió a qué dedicará su tiempo cuando fuera grande: constructor de ruedas de agua. De esas que permiten el riego agrícola sin la invasión eléctrica que se avecina. Quiere ser como su papá, a quien acompañó en su oficio desde que tiene recuerdos.

“Con mi papá construíamos ruedas para regar el huerto de lentejas y tomates que teníamos en el patio de la casa. Esta era la única manera de poder solventar la producción de vegetales en la zona, porque como el caudal del río era tan poco, y en ese tiempo no existían canales, era imposible poder mover el agua desde un sector hacia otro”, recuerda José en la comodidad de su casa, de su taller, de su lugar de trabajo. Su casa, al fin y al cabo.

“Fue así que las ruedas nos facilitaron mucho la vida, tanto a nosotros como a toda la comunidad productora”, prosigue.

Las ruedas o azudas de agua son un sistema hidráulico tradicional que permite el riego agrícola sin herramientas eléctricas. Las hay en grandes cantidades en el sector. Importado desde España e implementado hace más de 150 años en Chile, actualmente las ruedas le han dado un sello distintivo a la comunidad de Larmahue, al ser la única zona a nivel nacional que sigue preservando los vestigios y ruinas del tiempo.

Y por eso, 17 de las 38 ruedas existentes en la zona fueron nombradas Monumentos Nacionales de Chile en agosto de 1998, mientras que los artesanos que se han dedicado a la construcción, mantenimiento y reparación de las azudas fueron nombrados en 2018 como Tesoros Humanos Vivos por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Uno de ellos fue José Eduardo. El reconocimiento lo recibió hace algunas semanas debido a la pandemia.

“En la ceremonia realizada el lunes 7 de noviembre (de este año), y que contó con la participación del Presidente de la República, se destacó a José Huerta como Tesoro Humano Vivo gracias a su trabajo de más de veinte años en la transmisión y salvaguardia de los conocimientos y experiencia en la construcción, mantención y reparación de las ruedas de agua, ícono de la vida rural y las labores agrícolas en Larmahue, en la región de O’Higgins. La importancia de este reconocimiento es que nace de las personas y sus comunidades y busca destacar y valorar públicamente el rol fundamental de los cultores en la continuidad y vigencia de los patrimonios”, sostuvo la ministra de las Culturas, Julieta Brodsky.

José Huerta junto a una de sus ruedas de agua.

Ese día fue distinto para José Eduardo Huerta (54). Porque al interior de Pichidegua, a 77 kilómetros de Rancagua, su vida diaria se desarrolla entre cerros, árboles frutales y junto a la desembocadura del río Cachapoal y el estero Zamorano. Todos los días se levanta al alba y después de tomar desayuno se sube a su camioneta, recorre en 15 minutos el camino pavimentado que conecta Pichidegua con San Vicete de Tagua Tagua y comienza a trabajar en lo suyo.

Huerta recorre las 38 ruedas de agua que hay en el sector, las revisa minuciosamente y/o escucha de boca de sus operadores los problemas que puedan aquejarlas. Su objetivo es velar por el correcto funcionamiento. De no mediar una tarea más larga, el artesano vuelve a su casa y junto a su esposa María se aboca a diseñar y construir nuevos sistemas de regadío, pero a tamaño escala. Acá el objetivo es venderlos como decoración en ferias locales.

Este doble oficio llena de orgullo a Huerta.

El comienzo de la tradición

Corría el año 1987 cuando Huerta decidióe que ya no quería seguir viviendo con sus papás, al interior de Larmahue. Las tareas de regadío y conservación de la agricultura ya no llamaban su atención. “No me gustaba mucho esa vida. Era joven y tenía otros deseos”, cuenta.

Fue así que durante ese año se le presentó una oportunidad de trabajo en Santiago como repartidor de gas en la empresa Agrogas (actual Lipigas). Sin pensarlo, se trasladó a 120 kilómetros al norte de su hogar para dedicarse a la entrega de gas a granel en las comunas de Vitacura, Las Condes y Ñuñoa. Pero luego de 11 años, un evento familiar lo llevó a regresar a su lugar de origen.

En 1995 su padre falleció, dejando sola a su mamá en la casa ubicada en el pasaje Lo Argentina de Larmahue. Y en ese escenario, tres años después de la tragedia, José Eduardo decidió volver de forma definitiva a la comuna. Mas ya no estaba todo como antes. Las ruedas que su padre había construido ya no estaban en el sector.

“Los canalistas sacaron todas las azudas porque decían que bloqueaban el paso del agua y que acumulaban basura como palos y desechos. Me dio nostalgia al ver que el legado de mi papá ya no estaba. Fue en ese momento que decidí hacer las ruedas de nuevo, por honor a mi padre. Me lancé a crear las estructuras solo, sin mayor conocimiento; sin planos, solo mirando algunas de las precarias ruedas que todavía se sostenían en el lugar”, comenta.

Como apoyo para desarrollar esta actividad, la Municipalidad de Pichidegua comenzó ese mismo año un proyecto para entregar madera de roble a los pequeños artesanos del sector, tanto para José, como para su tocallo Arenas y Arturo Lucero, quienes también han contribuido a la definición del paisaje cultural.

Con orgullo, Huerta menciona que ha construído casi el 80% de las ruedas que existen hoy en Larmahue. Y él las describe: cuentan con rayos de madera, capachos, pedestales, una cañería y eje, los que son sostenidos por pilares y una masa de hierro que permite el rodamiento de la estructura, que puede medir seis, ocho, diez o 12 metros de altura.

Rueda de agua frente a la casa de José.

Bajo sus orígenes europeos y árabes, durante la Edad Media, este sistema considera la vida campesina en todas sus dimensiones: desde las labores agrícolas y las necesidades de agua paar el riego, como la construcción, domesticación de un paisaje y la configuración de una identidad local sumergida en la época colonial.

Pero a José Huerta le preocupa su conservación. Hoy, es el único que se dedica de forma diaria a reparar y construir las azudas. La mayoría de las veces solo, con su esposa, o con ayuda de alguno de sus tres hijos cuando vienen de Santiago hacia la localidad.

“Cuando nos reunimos ellos me ayudan a terminar las ruedas. A veces tengo pedidos que pueden demorar una semana o más. Y ellos siempre están ahí. Pero tengo miedo de lo que pase cuando yo ya no esté. Me pregunto quién se hará cargo de esta tradición familiar y de seguir construyendo las ruedas para la comuna. Mis hijos ya tienen su vida resuelta en Santiago y esto no es algo que dé para mantener una familia. Esa es la inquietud que me envuelve a veces”, se sincera.

Mientras ese momento llega, el artesano prosigue su pasión innovando en la construcción de pequeñas figuras de rueda, de 40x40 centímetros o más, las que vende y ofrece en ferias y a turistas que visitan la zona. También dicta talleres en los colegios aledaños para enseñar sobre la construcción de las azudas a los más jóvenes del sector, en las escuelas de Fernando Huerta, Escuela Lyon y Enrique Serrano de Pichidegua.

“Hacemos pequeñas ruedas que ellos se llevan a sus casas. En los talleres se ven felices y motivados. Tengo la esperanza de que un nuevo artesano salga de ahí y que algún día diga ‘yo hice una pequela rueda con un maestro del colegio, ¿por qué no puedo hacer una de las grandes ahora?’”, cierra con esperanza.

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