Por Martín Cifuentes¿Por qué nos volvió a gustar ver el Miss Universo?
Desde que Emilia Dides, candidata al Miss Universo 2024, concitó el año la atención masiva de los chilenos con su participación en el concurso, este certamen ha revalorizado sus bonos frente a la audiencia nacional. Tanto que Inna Moll, actual representante, está concitando igual o mayor interés que su antecesora. ¿Qué cambió para que un show que enaltece la belleza física de la mujer se haya convertido nuevamente en un tema-país?

Era mayo de 1987 y una joven chilena de 22 años, llamada Cecilia Bolocco Fonck, estaba a punto de hacer historia desde el auditorio del World Trade Center en Singapur. Frente a millones de espectadores, una voz joven, pero firme, y una sonrisa incandescente marcaron segundos que quedaron grabados para siempre en la retina de los chilenos.
Fue la primera –y única vez, hasta ahora– que una representante local ha ganado con la corona de Miss Universo, encumbrando al país en una posición inédita hasta entonces, al entrar en la lista de potencias internacionales de belleza.
Hoy, casi cuatro décadas después, el episodio sigue vigente en el imaginario colectivo de las personas, incluso de aquellas que ni siquiera habían nacido cuando Bolocco fue coronada.

Sin embargo, el concurso como tal –y otros certámenes de belleza– no ha tenido el mismo devenir. Podría decirse, incluso, que el Miss Universo comenzó a pasar casi inadvertido para la audiencia nacional desde mediados de los años 2000; tanto, que incluso hubo varias ediciones en que Chile no envió candidatas.
Eso, hasta ahora. El año pasado, el fenómeno provocado por la participación de una muy carismática representante –Emilia Dides– no sólo hizo que la televisión abierta volviera a transmitir la final del concurso, sino también que una empresa de telefonía se sumara a la causa de patrocinar votos para que Emilia pasara a la semifinal por preferencia popular (cosa que finalmente sucedió). Exactamente lo mismo ha pasado este año con la nueva candidata, Inna Moll.

¿Qué ha logrado que las personas se hayan “reencantado” con el concurso, en tiempos en que la sociedad ha cambiado años luz respecto de décadas anteriores y donde el valor de la belleza femenina se ha relativizado en pos de destacar logros más robustos del género?
La respuesta parece ir por aquí: la sociedad cambió, pero el Miss Universo, también.
Un espacio para todas
Si usted se conecta hoy jueves a las 21:50 horas a la transmisión que Canal 13 hará de la final del Miss Universo en Tailandia, no sólo verá a candidatas de belleza deslumbrante y “hegemónica” como nuestra representante, Inna Moll.

También podrá ver a mujeres como la Miss Pakistán –una mujer de medidas “reales” que desfila en burkini–, a la Miss Bonaire –que tiene nada más ni nada menos que 42 años–, a la Miss Vietnam –trans–, a la Miss Uruguay –con cuerpo de modelo plus size– o a la Miss Ruanda, casada y con hijos, quien fue objeto de cientos de memes en las redes sociales cuando se quedó dormida en una poltrona en plena fiesta de bienvenida de las misses.
Si bien es cierto el Miss Universo aún mantiene varias de las formas más tradicionales de lo que implica lo femenino, “han estado obligados a adaptarse a ciertas nuevas exigencias sociales sobre qué significa este concepto”, dice la socióloga Alejandra Energici, docente de la carrera de Sociología de la Universidad Andrés Bello.
“Antes eran únicamente sobre la belleza como una cuestión física, pero hoy eso está bastante cuestionado… O, más bien, es algo que estamos cuestionando constantemente”, explica Energici, quien agrega que estos encuentros “representan a un sector más conservador respecto del lugar de lo femenino, pero logran también integrarse en el debate”.
Por eso, no es raro que hoy tener un rostro hermoso, una buena pasarela o llamativos vestidos no bastan para clasificar entre las finalistas. Y eso lo reconocen los mismos “missólogos” que hoy llenan las redes sociales con sus análisis y predicciones sobre las candidatas que están en disputa en Tailandia.
Y claro: afortunadamente, “ser mujer”, como decía el filósofo Gilles Deleuze, no es una esencia fija, sino “una forma de habitar el presente”. Y qué mejor ejemplo que el popurrí de diversidad que intenta formar el Miss Universo. Aunque eso no significa que se salve de críticas, ya sea porque “no es lo de antaño” o porque sigue perpetuando estereotipos añejos basados en el físico. Incluso cuando hace dos semanas vimos cómo una candidata a Miss Mundo Chile –Ignacia Fernández– se coronó ganadora luego de sorprender al jurado con una especial interpretación de death metal.

Para Gustavo Cataldo, académico de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Andrés Bello, “los concursos de belleza como Miss Universo son un interesante modelo a observar, ya que reflejan las tensiones culturales más profundas que hoy vivimos como sociedad”.
Además, dice que no hay que olvidar que, al final del día “tienen intereses comerciales”,
A mediados del siglo XIX, el empresario estadounidense Phineas Taylor Barnum, cofundador del circo Ringling Brothers and Barnum & Bailey, encontró una atractiva veta económica al hacer competencias de perros. Luego lo hizo con caballos. Cuando decidió incluir a los seres humanos en el formato, primero lo hizo con guaguas y después incursionó en la organización de certámenes de belleza.
Ese fue el comienzo de algo que, como dice Gustavo Cataldo, no debemos olvidar: más allá de las reivindicaciones, el Miss Universo es un concurso cuyo éxito depende de que las personas lo sigan, comenten y vean.
“Para las empresas también resulta ‘rentable’ sumarse a lo mainstream…”, agrega Cataldo; por eso, el cambio del concurso, al final del día, tampoco es tan sorprendente. Aunque, no podemos negar, se ha vuelto muy entretenido.
¿Quién ganará hoy? ¿La belleza clásica? ¿La sin edad? ¿La que es madre? ¿O la que desfila sin mostrar un centímetro más de su cuerpo que el rostro y las manos?
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