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De vuelta al barrio

En el departamento en que un día vivió junto a sus padres mientras estudiaba, esta artista visual instaló su residencia, situada en una pequeña calle que, prácticamente, se funde con el cerro Santa Lucía.

Una historia familiar subyace en este luminoso departamento que habita la artista visual y directora delMuseo de Arte Popular Americano, Nury González. Eran los inicios de los 80 cuando su madre, co-fundadora del conocido Café del Mulato, consideró necesario que se cambiaran lo más cerca posible de este lugar, que por mucho tiempo fue centro de reunión de intelectuales y políticos de la época. Fue así como llegaron a este antiguo edificio de fachada continua en la calle Máximo Humbser, donde Nury vivió junto a su familia sus años de estudiante de Licenciatura en Arte en la Universidad de Chile.

Una vez instalados en el centro, adquirieron otro departamento un piso más abajo, para que viviera la abuela de Nury, y así pudiesen estar todos más conectados.

Con el tiempo ella dejó la casa de sus padres y tras independizarse se fue del sector por más de 20 años. Sin embargo la muerte de su madre y de su abuela la trajo de vuelta al departamento de su juventud, donde se instaló en 2003, entre recuerdos y muebles reciclados.

En paredes altas y espacios luminosos, esta “recolectora”, como se autodefine, echó rienda suelta a su imaginación dando vida a rincones cálidos, pero sin dejar de lado ciertos toques vanguardistas.

De esta forma, entre la cocina, las flores y la pintura, Nury equilibra sus tres pasiones, “me gusta cocinar, hacer mermeladas e invitar a comer. Es por eso que recién transformé la cocina,me encanta que huela bien, por eso además voy casi todas las semanas al terminal de flores. En la época de las peonías las encargo a un criadero del sur, también cultivo diamelos, buganvilias y flores de bulbo”.

El mismo entusiasmo ha depositado también en la pintura, su vida y profesión, por lo que hace unos años decidió, para estar más cómoda, trasladar su taller a la azotea de otro departamento familiar en el piso seis, donde rodeada de flores pinta tranquilamente. “Es que hace unos años esto era un desastre”, reconoce entre risas, “todo mezclado, imagínate las cucharas transformadas en espátulas de pintura”. Separó los espacios, y hoy la cocina al igual que su taller son coloridos lugares llenos de dedicación y tiempo invertido, pues cuando no está en el MAPA o haciendo clases en la Facultad de Arte de la Universidad de Chile, la encontramos pintando o de cabeza en alguna receta.

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