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Econciencia: La Oficina de Diego

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A través de mi trabajo he conocido diferentes oficinas de arquitectos y cómo se comportan estas energéticamente. En un comienzo ellos iban a mi oficina, pero con el tiempo opté por ir yo donde ellos, pues siempre había cambios y/o retrasos. Con esta modalidad administro mejor los tiempos y no gasto energía en mi oficina. Con el tema de transporte me las he arreglado bastante bien, ordeno las visitas en un recorrido secuencial y no a saltos, que además empalmo con un centro deportivo.

En cada caso, después de haber entendido el proyecto para el cual debo idear soluciones de ahorro energético, visualizo el régimen de calefacción e iluminación de las respectivas oficinas. Las más terribles son las que se sitúan en los denominados ‘edificios inteligentes’, donde no hay control solar, son 100% vidriadas, sus ventanas no se abren y usan aire acondicionado (incluso en invierno). Termino con dolor de garganta siempre. También he estado en las que cuentan en sus fachadas con la doble piel ventilada acristalada; son casi iguales a las anteriores, pero gastaron más en construirlas y ahora en limpiarlas. Nuevamente la garganta lo paga.

En otras oportunidades he estado en antiguas casas que fueron adaptadas, que originalmente se usaban todo el día, pero ahora solo durante ocho horas. A estas cuesta muchísimo calentarlas, son de mucha masa térmica y como no hay necesidad de calefacción nocturna, en las mañanas están heladas y recién tipo 12 a.m. la estufa portátil en algo ha subido la temperatura. En sus interiores hay menos temperatura que afuera, hay que abrigarse para entrar, pero en verano son muy gratas.

Una vez fui a una que coincidió con el día de trabajar en la calle ocupando el espacio de algún auto. Sumamente bizarro, tuve que esperar apoyado en otro auto; todos miraban, pero igual tenían que entrar y salir del edificio (baño, teléfono, impresión...), las baterías de los PC se agotaban, no se podían dejar las cosas sin alguien cuidando…, en fin, solo una humorada verde.

Finalmente, la oficina de Diego, ubicada en un céntrico edificio de los años 60, la cual tiene papeles pegados a las ventanas para controlar el sol, un poco más afuera una malla raschel (o kiwi) para más sombras y a la vez crear una capa ventilada. Las ventanas se pueden abrir, no son de piso a cielo, con vidrios muy sucios, pues así se evita que pasen reflejos de un voladizo del piso inferior. Esto me llamó mucho la atención, pues funciona perfectamente; en el fondo ahí estaba la solución para su proyecto en desarrollo (sin asesor de energía, ni certificaciones, ni nada). Lo que falta ahora es traspasarlo a algo más arquitectónico, pudiendo ser un sistema compuesto por una malla metálica, vidrios difusores, colores claros y ventanas de tamaño medio que se abren en partes específicas.

Se aprende observando la realidad. Es el mejor laboratorio, y gratis además.

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