Editorial


Una nueva línea de metro para Santiago se anunció hace algunas semanas. Más allá de que algunos sectores hayan visto algo de oportunismo en el aviso, lo que hay que rescatar es cómo tales decisiones generan cambios positivos en la percepción que todos tenemos de la ciudad.
Nuevas líneas, que buscan conectar zonas distantes, no solo ayudan a que el traslado de pasajeros sea más eficiente entre estos puntos, elevando con ello la calidad de vida de sus usuarios, sino que también ayudan a recuperar zonas de Santiago que históricamente han estado marginadas de los centros urbanos, muchas veces subutilizadas. Con la línea 6, paños del antiguo cordón industrial serán tierra fértil para la inversión de inmobiliarias, incluyéndolos nuevamente de forma activa en el crecimiento de la ciudad. Con esto no sólo se consigue densificar dentro del radio urbano existente, sino que se evita seguir aumentando el perímetro de influencia de la ciudad de Santiago. Se rescatan lunares urbanos que por mala conectividad han quedado aislados, pero que paradójicamente están cerca de todo, o mucho más cerca que nuevos desarrollos periféricos.
Son acciones como estas las que uno espera que se sigan anunciando a futuro, para poder optar a una ciudad más transversal, inclusiva y comunicada, que dialogue con sus usuarios y responda a las necesidades que una urbe, como todo ente vivo, genera. Ojalá también comiencen a proyectarse inversiones y planes con estos fines en regiones, sin que sean una necesidad a gritos. No es necesario esperar que el metro llegue a solucionar una carencia, sino confiar en que será un generador de actividad, como la experiencia de los últimos cuarenta años lo ha demostrado.
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