El negocio del arte
No es fácil. Nadie dijo que lo era. Cuesta posicionarse en el mercado chileno, porque es pequeño, complejo de abarcar y no está acostumbrado a formatos artísticos contemporáneos. Pero hay muchos más detalles que vale la pena conocer ¿Cuáles? Sólo lea las siguientes líneas.

Los días de inauguración son, a menudo, los jueves por la tarde. Cada mes una nueva exposición. Quizás dos o incluso más, dependiendo de la capacidad del recinto. Mejor dicho de la galería de arte. En Santiago, además del circuito tradicional instalado en las avenidas Alonso de Córdova y Nueva Costanera, los últimos diez años se ha establecido una serie de recintos que se la han jugado por una apuesta propia. Han optado por el arte contemporáneo y, de la mano de éste, brindan la primera oportunidad a talentos nacionales. Esos que, según explica el galerista Juan Pablo Moro, “son profesionales tan potentes que podrían tener buenos resultados en Chile y en el extranjero”; lo que es beneficioso para un negocio como el de las galerías ya que afuera obras de distintos formatos se venden a precios mucho más altos. Este es el negocio: representar a un artista, darlo a conocer en la esfera pública, mostrar sus obras, ponerles un precio (que se pacta entre el galerista y el autor) y que la gente se vaya interesando en ellas. Hasta que termine por comprar alguna.
Muchos de estos ‘emergentes’ nunca han tenido una representación formal, cuestión que llamó la atención de Juan Pablo Moro cuando hace tres años armó la galería que hoy lleva su apellido. El mismo camino han seguido el arquitecto Paul Birke, hace seis años con la galería de arte contemporáneo Die Ecke, y Tomás Andreu, dueño de la galería Animal, quien se inició en este rubro hace dos décadas, cuando prácticamente no existían referentes similares en Santiago. Cada uno en su momento logró darse cuenta de que estaban frente a un mercado pequeño y que, más que a mediano, se trata de un negocio a largo plazo. Un plazo que ya se cumplió para Tomás Andreu, cuya galería hace varios años se autofinancia. De hecho hace un tiempo la dividieron en dos, dejando un recinto especialmente para mostrar los trabajos de nuevos talentos.
A Juan Pablo Moro su apuesta le ha resultado, aunque los primeros años –asegura– las ganancias son nulas. Él trabaja con una serie de talentos `de media carrera´, es decir, que están entre los 30 y 45 años, caracterizados por su transversalidad. Moro los representa, les da una sala para exponer dentro de su galería, se compromete con ellos en su difusión y, por supuesto, ofrece sus obras comercialmente. Lo mismo hace Paul Birke: “Les brindamos nuestro espacio y los representamos, lo que significa que nos preocupamos de su carrera, de buscarles proyectos, de promocionarlos, de conseguirles buenas muestras para que estén en constante exhibición pública”. De cada venta resuelta las galerías obtienen entre un 30% y un 50% de ganancia.
Un mercado conservador. Lo que no buscan estos galeristas es que sus proyectos se transformen en centros culturales. Para ellos el arte es un negocio. Aunque este último no es un tema tan importante para Juan Pablo, por ejemplo, como sí lo es el hecho de que son ellos, los propios dueños, quienes deben formar un mercado para el 'producto' que ofrecen. "Yo no quiero que los artistas que represento hagan concesiones. No quiero que se adapten al mercado, pues yo debo ser capaz de armar un público que valore las creaciones de mis artistas", cuenta.
Acepta que se trata de un arte que no es del todo simplista; “un tipo de expresión que no es la típica” –como agrega Paul Birke–, lo que en el contexto nacional es difícil de integrar. Es que definitivamente –concuerdan– Chile es un mercado pequeño y relativamente conservador. Pero también –añade Moro– el arte aquí está muy compartimentado: “La gente que realmente se interesa baja a los museos, el resto se queda con la oferta inmediata que le entrega su barrio”.
Además (y en esto están de acuerdo los tres galeristas) la gente tiene sólo ciertos grandes nombres identificados por lo que buscar y construir una audiencia es fundamental. “La gente se educa en la medida en que ve, lee y visita lugares que le entreguen nuevos formatos”, señala Moro. Y al preguntarle si el negocio es rentable o no, dice que sí (y eso espera de los años que vienen) pero teniendo presente que la clave es entregar mejor contenido y hacer una adecuada difusión.
Paul Birke comparte varias de estas opiniones. Dice que galerías como Die Ecke o Moro están en un escenario en el que no es común la compra de obras. Una costumbre que al no estar desarrollada lleva a que proyectos como el suyo queden carentes de un feedback que es supernecesario, especialmente con los más jóvenes. Tampoco el arte es mediatizable (como sí lo son las industrias musicales o cinematográficas) y menos si se trata de un video o una performance, por ejemplo, soportes que actualmente se han transformado en una moderna forma de discurso. Paul Birke sabe que detrás hay un lenguaje más complejo pero cree firmemente en que la entrega de un determinado mensaje será igual o más estimulante incluso que desde otras plataformas como la pintura o la escultura. Y, en este sentido, llegar a un acuerdo con el artista es también parte de la tarea. ¿En qué sentido? En que si se trata de una instalación, por ejemplo, el galerista puede pedir la realización de algunos dibujos o pinturas asociadas a esta misma, de manera que la llegada al público sea más simple y así también se pueda dar el toque comercial a ese determinado escenario artístico.
- "Hasta hace un tiempo no existían en Chile instancias de arte ni tampoco había muchas opciones de poner en contexto lo que pasaba en la cultura local. Eso hasta la llegada de la feria Ch.ACO, donde en seis días la gente puede saber qué está pasando en este rubro, al tiempo de encantarse con plataformas artísticas contemporáneas", dice Juan Pablo Moro.
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