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Soundscapes,  la exposición del momento en la National Gallery de Londres, tiene un protagonista poco común: el sonido ¿Cómo llegó a instalarse en uno de los museos más importantes del mundo?

Coastal Scene Théo van Rysselberghe about 1892.JPG
Coastal Scene Théo van Rysselberghe about 1892.JPG

Seis composiciones musicales acompañan a seis pinturas clásicas. Cada una fue creada especialmente e inspirada por la forma del cuadro -un paisaje, el interior de una casa- y por el fondo: tensión, soledad, tradición.

Los compositores provienen de diversas ramas del sonido, lo que resulta en obras muy distintas entre sí. Uno de ellos graba para documentales de naturaleza, otro es DJ, otro crea música para películas. Y otros se dedican al arte sonoro en sí. Tal es el caso de Susan Phillipsz, ganadora del premio Turner 2010 y un ícono de esta área. Para explicar su trabajo, argumenta que si bien una pintura recrea una escena, la realidad no se experimenta de forma puramente visual. El sonido es parte integral de cada vivencia, incluso cuando se trata de una escena silenciosa.

El sound art es el método que utiliza el sonido como sujeto de la obra. Gregorio Fontaine, destacada figura de esta disciplina en Chile, plantea que el término “arte sonoro” se usa para acotar una práctica ya por todos conocida. “Para mí, eso es lo que antiguamente se entendía por música. De modo que no estamos frente a una nueva disciplina, estamos frente a un despertar de la percepción del sonido que definiciones limitantes de lo aceptable como música habían hecho dormir”, explica.

Académicamente, se reconoce como precursor del arte sonoro al futurista Luigi Russolo, quien, a partir de 1913, fabricó máquinas que imitaban el ruido de las ciudades de la época, en pleno desarrollo industrial. Dadá, Duchamp y otros vanguardistas lo imitaron con creaciones similares. Para mediados de siglo XX, en pleno boom del arte cinético, algunos artistas utilizaron sonidos pre grabados para potenciar la sensación de movimiento de sus obras.

Pero el gran cambio llegó más recientemente, con la tecnología digital. Ello abrió un sinnúmero de posibilidades a los artistas, tanto en el proceso de creación como en el momento de exhibir la obra. Como ejemplo emblemático, Jem Finer lanzó en 1999 Longplayer, una instalación sonora diseñada para reproducir música durante un siglo sin repeticiones.

El artista español José Manuel Berenguer -quien recientemente dictó una conferencia en Chile sobre la presencia del ruido en la vida cotidiana- sostiene que estas innovaciones cambiaron el curso del arte sonoro. Gracias a los computadores, las telecomunicaciones y las redes sociales, el arte sonoro pudo entrar en los hogares modernos.

Pero Berenguer es enfático en señalar que está lejos de llegar al nivel de penetración de otras formas artísticas. “El arte sonoro no será jamás incorporado de manera significativa en la vida del público general. Es probable que el número de personas interesadas en esto aumente en el futuro, pero seguirá siendo extremadamente minoritario”, comenta. Para él, el lugar de las instalaciones sonoras es el espacio público, no una colección privada.

Y Soundscapes es justamente eso: una instalación sonora expuesta públicamente. Y si bien hoy una pieza de reproducción difícilmente será adquirida para ponerla en una casa como un cuadro o una escultura, el sound art ya se instala con toda propiedad en los museos más importantes del mundo.

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