Una afirmación cierta. Que se nota y se entiende al descubrir la calidez que Patricia ha conseguido darle a este lugar. Más allá de su encantadora personalidad, son el arte, la luz y elmodo de pensar cada cosa en su lugar lo que conforma esta historia de vida, una sencilla y paradójicamente rica, como pocas.

“Mis pequeños altares”, dice Patricia señalando a un costado del sofá cama donde diariamente duerme. Al poco rato de mirar y escuchar vamos a entender su importancia, y cómo es que en ellos se encuentra mucho de lo importante; la familia y esos sentimientos que hacen reflexionar, como un altar de San Martín de Porres que, tal cual confiesa, representa un rincón dedicado a su madre, muy personal y querido.

“Casi nada ha sido comprado, todo proviene de herencias o regalos que han ido llegando de a poco”, dice con esa voz pausada que la caracteriza. Cuenta quemuchos cuadros son obras de su hijo Sebastián Maquieira, quien junto a su hermano Samuel, músico, llegan a verla seguidamente para almorzar juntos.

“Y hacemos un revueltito de verduras con lo que haya en la cocina”, dice Patricia. Esta ventaja de trabajar en la casa es lo que esta artista valora cada vez más, “algo que toda la vida he hecho”, agrega, y que le da la libertad de realizar labores alternadas como, por ejemplo, “revolver la olla y al mismo tiempo continuar con mis dibujos”, cuenta con humor.

Lo de artista le viene de chica, cuando un manojo de lápices y hojas se convertía en el mejor regalo que podía recibir, y hoy lo demuestra con sus años de trayectoria en torno a la tela y el papel a través de sus cuadros, dibujos y esculturas.

Pero también para Patricia hay momentos de desconexión, “cuando me convierto en caminante”, dice, y sale a recorrer el barrio que la acogió durante 20 años en su juventud o se arranca a la playa o el campo en busca de ese verde que tanto la apasiona. “La naturaleza es un sueño paramí. Soy una eterna buscadora de ese rincón verde que me acogerá durante el resto de mi vida”.