La dolce vita
En plena mudanza a Miami para abrir su nuevo estudio, el inquieto diseñador español Javier Echenique nos abre su casa en la ciudad de Buenos Aires y nos muestra por qué ha sido su epicentro por cinco años.


Así de simple. De un día para otro decidió comprar un pasaje de avión a la ciudad de Buenos Aires. Solo de ida. No conocía Argentina ni tampoco tenía algún motivo especial, sentía que su energía estaba bloqueada. Había vuelto recién a Madrid -su ciudad natal- después de vivir por algún tiempo en San Diego y estaba esperando que saliera un proyecto de marketing. Sin embargo, nunca lo concretó. A los pocos días ya estaba en la capital transandina.
Algunos espacios tienen cierto aire a la película Metrópolis, de Fritz Lang, gracias a objetos como una lámpara art déco, de acero y vidrio soplado. Además del mobiliario del mismo estilo con sillas tapizadas en terciopelo.
Cuando el español Javier Echenique aterrizó en Palermo Soho, se enamoró a primera vista. "Este barrio me encanta. Es como mi personalidad, ecléctico, donde todo sucede, lo antiguo, moderno, abstracto, clásico y en perfecta sintonía. Es una mezcla de tranquilidad, zonas verdes, arquitectura, diseño de tiendas y la comodidad de hacer todo caminando estando a pocos minutos del micro-centro", cuenta. Nunca intelectualizó esta atracción, no hizo falta, simplemente le resulta un escenario común, con un dejo de nostalgia. Quizás sea porque se crió con su abuelo, secretario general del Museo del Prado, con una madre profesora de piano y pintora, y un padre que fue precursor de la radio y televisión españolas. De ahí que su mirada sea difícil de definir. Es artista, publicista, diseñador y restaurador. Lo lleva en sus venas, y su mejor ejemplo es su propia casa, un palacete de los años 30 al que le dio nueva vida.
Su deterioro y estado en semiabandono lo fascinaron. La huella del tiempo y hasta el mismo polvo le hicieron apreciar aun más los materiales originales de la casa, que habían sido importados desde Europa. Suelos de cerámico y mármol, las ventanas y puertas de roble macizo, vitrales, y la señorial escalera de mármol de Carrara se restauraron para brillar con todo su esplendor hoy.
Fue un trabajo de un año y medio y nueve camiones llenos de escombros. Supo eliminar todos los obstáculos visuales que impedían que la luz natural entrara. Se abrieron hasta tragaluces. Muchas paredes y pasillos desaparecieron para comunicar ambientes, y por supuesto se renovó todo el sistema eléctrico, cañerías de agua y gas que no recibían atención desde los 70. La intervención más radical la recibió el último piso, donde dejó el dormitorio principal y estudio abiertos a la terraza y piscina; incluso el baño cuenta con una ducha doble con vista, con espejos para otorgar privacidad.
"En los meses cálidos, nada más me despierto me zambullo en la pileta", nos relata. Aquí claramente se disfruta de la vida. Se nada, se practica yoga, se pinta, se disfruta de la fotografía, de ver películas de los 60 y de sus celebraciones de cenas temáticas. La casa fue restaurada para vivirla, y así es.
Inspiración
El uso de papeles murales vitaliza los espacios y da dinamismo al recorrido.
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