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Me enamoré de un lápiz mina

Pensamos con el lápiz, lo movemos, mordemos, jugamos con él, lo usamos como baqueta. Porque es cercano, mucho más que sus compañeros de tinta. Lo conocemos desde niños, fue lo primero que nos pasaron para hacer un sol, una casa, el árbol y la cordillera.

Madera y grafito. No hay más. Tal vez una goma en la punta.

Debe ser uno de los objetos más simples que existen y que ocupamos en todas las etapas de la vida. Kínder: “Dos lápices grafito HB”; básica: “Tres lápices grafito HB, un lápiz 2B...”, dicen las listas escolares. En la universidad y el trabajo te comprarás el que te guste, y si amas dibujar, seguro tendrás más de uno.

Simplísimo, pero algo tiene de especial el grafito que encanta, y el asunto es más serio de lo imaginable. Hay gente que los colecciona con pasión, hay un museo formalísimo del lápiz mina en Inglaterra, varios sitios web dedicados al tema y sus cientos de variaciones. Hasta se han escrito libros sobre él.

Su hermano sofisticado, el portaminas, mantiene esa misma esencia honesta y cálida, pero de frente al viejo lápiz de madera -el primero comercializado es de 1610 en Inglaterra-, el moderno ‘lápiz mecánico’ que conocemos hoy es práctico y versátil como el espíritu de su época (nació en los 50).

Como una promesa de eternidad, su mina no se deformará ni variará jamás ¡Adiós sacapuntas, virutas de madera por todos lados y dedos grises!  Siempre se podrá recargar, una y otra vez, aunque pasen los años, porque este objeto en sí es casi perenne. La paradoja está en que todo lo que crea, dibujos, escritos, bocetos, todo puede desaparecer de golpe ante la goma de borrar o un vaso de agua que cayó por descuido. Es parte de su encanto, como la vida: frágil, pero con la ilusión óptica del ‘para siempre’.

Detrás de su apariencia simplona se esconde un gigante. Capote y Hemingway escribían primero todo con grafito y luego tecleaban en la máquina. Porque eso tiene de extraordinario este pequeño: nos conecta directo y sin escalas con las ideas,  con las emociones, con el torbellino que fluye en la cabeza y que tiene ganas de ser en el mundo físico. ¡Rápido, antes de que se escape! Un boceto, una frase maravillosa, un dato increíble…, un registro de aquello que nos mueve el alma.

Pensamos con el lápiz, lo movemos, mordemos, jugamos con él, lo usamos como baqueta. Porque es cercano, mucho más que sus compañeros de tinta. Lo conocemos desde niños, fue lo primero que nos pasaron para hacer un sol, una casa, el árbol y la cordillera. Y, además, noble como es, el grafito tiene la gracia de dejarse modificar una y otra vez. Borrar, corregir, volver a escribir, sombrear menos, quitar volumen, colocar la palabra precisa. “No uso una máquina de escribir, no al inicio. Escribo mi primera versión a mano (lápiz)”, decía Capote. Algunos de los cartones preparatorios y de los estudios de las grandes piezas del Renacimiento italiano, Leonardo, Miguel Ángel o Rafael, por ejemplo, se hacían con carbón y lápiz. Por esto tal vez se lo ve como el paso inicial, el estadio previo para llegar a concretar la gran obra final, dejando el protagonismo a otros medios, la tinta, la pintura o el computador. Pero el grafito es física y espiritualmente hijo del rayo, no un mero segundón.

En 1565 del cielo cayó un rayo sobre un árbol en Borroedale, Cumbria, dejando al descubierto este mineral hasta entonces desconocido. Sus particularidades lo coronaron el instrumento por antonomasia del dibujo hasta hoy.  Es suave, se fija mejor que el carbón, es más preciso y genera un amplio espectro de trazos según su gradación.

Este hijo del fuego nos lo regaló Prometeo, para que bajemos el mundo de las ideas. Habita en potencia en la punta de cada mina de grafito, donde todo puede ser creado y mutar una y otra vez.

¿QUE TRAZO?
Para no perderse entre números, letras, usos y gradaciones extrañas, aquí una miniguía para acertar con el portaminas perfecto:

Los números (0,3 - 0,5 - 0,7 - 2 - 3 mm) indican el grosor de la mina. Los más delgados 0,5-0,7 se usan  en general para escribir, el colegio, la oficina, de uso común. Los de 2 y 3 mm se suelen usar para dibujar, y los de mayor número, para bocetear y dibujar a mano alzada.

Las letras: H, F y B  indican la gradación, la dureza del grafito. La H  (hard) será más dura y precisa, en general empleada para trabajos técnicos y el colegio (2H, por ejemplo, es más claro y H o HB más oscuro).

La B (black) será más blanda, suave, y mientras más alto su número, por ejemplo 5B, más oscuro será el trazo y la variación de su intensidad, por lo que se utilizan principalmente para  dibujo, sobre todo sus  formatos más gruesos.

¡QUÉ MINOS!
No necesitas sacarles punta, porque se recargan una y otra vez; entregan un buen equilibrio, porque no varían jamás de peso y tamaño como sus colegas de madera -que se acortan con el uso- y sus trazos serán siempre del mismo grosor. O sea, ideales para el dibujo.

Algunos portaminas presentan una superficie rugosa para obtener un mejor agarre para escribir por horas. Aquellos con la punta cónica suelen ser para escritura, mientras los de dibujo técnico tienen la punta más delgada, para no tapar la visión y poder posarse con precisión cuando trabajas con una regla.

Libros y sitios Web:

"Yo, el lápiz", Leonard Read
"The Pencil: A History", Henry Petroski
"Simplejidad", Jeffrey Kluger
Museo virtual del lápiz
Cultpens

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