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Oasis para crecer en familia

Un lugar con historia, con memoria, apartado de la bulla citadina y conectado con la naturaleza fue el sitio elegido por el arquitecto Antonio Lipthay y su mujer, la artista y gestora cultural Justine Graham.

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Se los dijo el tiempo: este era el lugar donde tenían que armar su vida en familia. En plena precordillera capitalina, arriba, en Peñalolén. “Esta casa era de mis abuelos: Pedro León y Soledad Arrieta. Mi abuela materna creció aquí con sus 12 hermanos y venían del centro de Santiago hasta acá. Partió como una cabaña de fin de semana, fuera de Santiago, a la que se accedía por un camino de tierra”, cuenta Antonio Lipthay.

“Esta casa era una cabaña de madera con living- comedor, dos habitaciones y un baño, y cuando corrían los años 70 dejaron de vivir en el centro y se vinieron a establecer aquí. Aunque ya se había urbanizado más todo, esto seguía siendo bastante remoto y rural”, suma el arquitecto. Peñalolén se crea como comuna en los 80, pero como comunidad existe desde mucho antes, primero como fundo y luego como una zona de expansión natural de gente que llegaba del campo y tenía que vivir alrededor de la capital.

El arquitecto Antonio Lipthay creció aquí. “Conozco cada uno de los árboles que se plantaron, todas las generaciones de perros que han pasado, todas las sequías”. Por parte de madre es hijo único, por parte de padre son seis. Después de estudiar arquitectura en la Universidad Católica se fue en 2000 a estudiar un posgrado en urbanismo a Inglaterra, donde conoció a Justine Graham, la artista visual y gestora cultural de origen norteamericano-francés. “Cuando nos conocimos nos dimos cuenta de que ya nos habíamos encontrado antes; cuando ella estuvo en Chile en el 95 vino a una fiesta que hice en la piscina de esta casa, a la que invité a 50 personas pero llegaron 200, entre todas ellas estaba Justine”, cuenta Antonio.

Una foto de cómo era originalmente la cabaña está hoy en el living de la casa, que a lo largo de las décadas fue ampliándose constantemente. “Lo que han hecho las sucesivas operaciones sobre esta casa es mantener la puerta de entrada con un eje central que es el pasillo. Ese pasillo ha estado en la misma posición siempre”, cuenta el matrimonio. Lo demás tuvo varios cambios hasta que en un momento se tomó una decisión radical de consolidar la propiedad y se dio un salto en materialidad y espacialidad de la casa, “manteniendo el eje central crecimos hacia adelante, hacia arriba, hacia los lados, pero mantuvimos la estructura principal”, cuentan.

Cuando aparecieron los niños pensaron en no tener una casa grande, más bien compacta y sí aprovechar el terreno. “La casa está pensada para nuestro clima, cosa de poder vivir el 80% del tiempo afuera, y en relación con el exterior”, dice Antonio.

La última gran modificación fue poner la cocina por delante para poder mirar la ciudad con perspectiva. Es el lugar que más ocupan con sus dos hijos y sus amigos. “Le dimos calidez y homogeneidad cuando decidimos unificar toda la materialidad.  Cuando recién llegamos todo era más precario, no había calefacción y para calentar los espacios tenías que ir afuera a buscar la madera. Era como echar a andar un submarino pero de la Primera Guerra Mundial. Ahora tenemos una calefacción a pellets y es un verdadero lujo”, cuenta Justine.

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Aún quedan cosas pendientes por hacer, pero la casa responde al sentido común: buena aislación de la cubierta, termopaneles, calefacción eficiente de pellets, con las ventajas de la inercia térmica por radiadores, agua de la vertiente y ventilación cruzada. “Es una vida bien rural dentro de Santiago. Un oasis que vale la pena”, concluyen.

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