Al joven arquitecto Rodrigo Aguilar no le bastó con apreciar diariamente su entorno en pleno centro, quiso además trasladar esas imágenes al interior, en blancos, negros y grises, a través de un enorme biombo compuesto por cien módulos fotográficos. “Incorporé la imagen del Parque Forestal y el Museo de Arte Contemporáneo como si fuera una ventana más”, dice Rodrigo, mientras prende un cigarro de los muchos que todavía le quedan por fumar.

Llegó hace tres años de Barcelona, donde hizo un máster en arquitectura en la Politécnica de Cataluña, y desde ese momento no ha dejado más su trabajo de docente en las universidades de Chile y Santiago.

Al poco tiempo de aterrizar en Chile encontró este departamento de 73 m2, a pocas cuadras de la Estación Mapocho y frente al puente Recoleta. “Desde acá veo turistas que se acercan al Mercado Central y todos los sábados cruzo el río caminando hacia la Vega en busca de frutas y verduras”, cuenta. Es que vivir en un barrio así de icónico marca el día a día de cualquiera, nutre la existencia, más aun cuando el lugar que se habita se trata de una edificación de los años 40, de los arquitectos Searle y Goldenberg.

Los cambios que Rodrigo le hizo al departamento fueron importantes, sin embargo se mantuvo el espíritu de la época en que fue proyectado. “Aproveché las ventajas de la calidad constructiva de aquella época y me asesoré en la evaluación estructural del edificio”, relata Rodrigo, quien hace dos años fue galardonado por el Colegio de Arquitectos con el Premio Arquitecto Joven. Tal como él lo retrata, los cambios fueron una práctica personal, siguiendo un estilo limpio y depurado, principalmente porque este lugar no sólo sería su hogar, sino además un espacio de trabajo y punto de encuentro de su familia, la que actualmente vive en La Serena y que regularmente lo visita.