Por Francisco CorvalánJosé Gabriel Funes, jesuita y astrónomo: “Cuesta entender que en esta época de IA la gente aún piense que la Tierra es plana”
El sacerdote que dirigió el Observatorio Vaticano estuvo en Chile para hablar sobre la convivencia entre fe y ciencia, los dilemas éticos de la inteligencia artificial y las tensiones que persisten dentro y fuera de la Iglesia en torno a estas dos visiones que viven bajo una constante tensión. Dice que hoy "no solamente cuesta hablar de fe, sino también cuesta hablar de ciencia".

A los 6 años, mientras el mundo seguía con asombro la llegada del Apolo 11 a la Luna, José Gabriel Funes descubrió su propia órbita. Hijo de una familia católica de Córdoba, Argentina, creció entre la efervescencia de la carrera espacial y la naturalidad con que en su casa se hablaba de fe. Ese cruce, que para muchos sería una tensión, para él abrió un camino: primero decidió que sería astrónomo, luego que sería jesuita, y finalmente que ambas vocaciones podían convivir sin fricción.
A los 15 años ya lo tenía claro y sus padres no solo lo apoyaron, sino que lo llevaron a conversar con un investigador que terminaría siendo su profesor. Desde entonces, Funes transitó con disciplina entre observatorios y estudios eclesiásticos: se licenció en astronomía en la Universidad Nacional de Córdoba, ingresó a la Compañía de Jesús, completó el noviciado y los estudios de filosofía y teología en Roma, y remató su formación con un doctorado en la Universidad de Padua. Llegó a ser director del Observatorio Vaticano entre 2006 y 2015.
Hoy, a los 62 años, llegó a Chile para participar en el Seminario de Inteligencia Artificial, que organizó la Universidad Alberto Hurtado, una instancia que tendió puentes entre ciencia, tecnología y ética, y donde su propia trayectoria encarnada entre telescopios y espiritualidad ofrece un marco singular para interrogar el futuro.
¿Sentía una especie de doble llamado: el de Dios y de la ciencia?
Muchas veces me preguntan si soy cura o soy científico, o las dos cosas, pero digo que en realidad soy jesuita, en el sentido de lo que me da identidad personal. Y dentro de ser jesuita tengo esta vocación o especialidad de astrónomo. Y que además coincide con la historia de la de mi congregación. Desde el año 1500, por ahí, los jesuitas nos hemos caracterizado por el estudio de astronomía, de la ciencia, en muchos lugares, junto con los colegios que teníamos se tenían observatorios astronómicos.

O sea, para usted nunca fue controversial esto de elegir entre la ciencia o la religión.
No. De hecho, mis padres nunca me dijeron que si estudiaba astronomía iba a perder mi fe. Al contrario, me apoyaron, me facilitaron todo lo que yo pudiera estudiar.
¿Cómo conversa el camino de la religiosidad con el de la ciencia?
Un punto neurálgico de las relaciones entre ciencia y fe, o ciencia e Iglesia, es el caso de Galileo. Hay un cambio de paradigma en la interpretación de la Biblia, porque el mismo Galileo nos ayudó a entender cómo leer correctamente, cómo interpretar el texto bíblico. Ahora vivimos en un momento en el que la autoridad de los científicos también es criticada. A mí me cuesta entender mucho que en esta época de la inteligencia artificial, de tanto avance tecnológico, hay gente que todavía piense que la Tierra es plana. No solamente cuesta hablar de fe, sino también cuesta hablar de ciencia.

¿Cómo es la recepción de los feligreses en la misa al saber que es astrónomo?
No doy una clase de teología o de cosmología en la misa. Tengo apenas diez minutos en la homilía para hablar, y cada vez tenemos menos atención. Pero, por ejemplo, hace unos días fue la fiesta de “Jesucristo rey del universo”. La gente sabe que soy astrónomo, y muchas veces he hecho referencia a los planetas, a las galaxias. Y, generalmente, mi experiencia es que a la gente le gusta que haga referencia a los conocimientos de ciencia. Me han criticado por otras cosas, pero no por esto.
Y de la Iglesia como institución, ¿cómo analiza su visión de este tipo de disciplinas científicas?
El Papa Juan Pablo II era más filósofo, el Papa Benedicto XVI era más teólogo, y Francisco era más pastoral. Mi experiencia es que de estos últimos papas ha sido muy positivo, y también si nos remontamos atrás, por ejemplo, a Pío XII le interesaba mucho la astronomía. En esa época era el tema de la astrofísica, y El Observatorio Vaticano, junto con la Academia Pontificia, organizaron un congreso para tratar este tema. Hasta en algún momento estaba muy entusiasmado con el Big Bang. No eran anticiencia, no eran terraplanistas los papas.
Pero hasta dentro del Vaticano hay fuerzas políticas, algunas más conservadoras que otras.
Y gracias a Dios, así que ha hecho tensiones. Tenemos que aprender a vivir, y lo que en la Iglesia Católica, para los católicos, es muy importante el magisterio de los papas. Lo que yo decía para la ciencia también puede valer para la Iglesia. Ahora mismo el Papa León XIV insiste mucho sobre la paz, pero también entre los desafíos que él ve está la inteligencia artificial.
¿Cree que la inteligencia artificial es realmente inteligente?
He aprendido que en realidad inteligencia artificial no es el mejor modo de llamarla. Nosotros tenemos que hablar de inteligencia simulada, porque se basa en redes neuronales que simulan un cerebro, así como los que estudian galaxias simulan una mediante modelos reducidos y saben su comportamiento a través de un algoritmo.
¿Es posible, por ejemplo, que en el día de mañana se pueda establecer un “alma artificial”?
Es todo un tema. Cuando vinieron los europeos a Latinoamérica y se encontraron con los pueblos originarios, pensaban que no tenían alma. Era un gran debate. Y si nos encontramos con extraterrestres, nos puede llegar a pasar lo mismo, o al revés, ellos con nosotros. Pero eso ya forma parte de la teología-ficción.
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