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Crítica de libros: Oscuros secretos

Pese a la aparente simpleza de una estructura narrativa que se desarrolla entre el pasado y el presente, Camanchaca, de Diego Zúñiga, dista de ser una novela inocente. La concisión calculada, más ciertos hechos escabrosos explicados a medias, consiguen perturbar al lector.

A los 22 años de edad, Diego Zúñiga es una de las voces más interesantes de la narrativa chilena joven. Su segunda novela, Camanchaca, ganó el concurso Juegos Literarios Gabriela Mistral, mientras que por la primera, Malasia, aún inédita, recibió el Premio Roberto Bolaño 2008. Distinciones aparte, la prosa de Zúñiga resulta atrayente porque el autor ha hecho de la concisión uno de los más vistosos atributos de su estilo. En este sentido, Camanchaca es una novela en que la importancia del párrafo aislado es enorme, pues muchas veces las páginas del libro ofrecen al lector sólo un párrafo.

Desplegar una elocuencia convincente a través de pocas y simples palabras es, por lo general, un ejercicio complejo, pero Zúñiga demuestra tener control absoluto sobre el recurso: Camanchaca es un libro espeso, que no sacrifica densidad en pos de la brevedad calculada. Escrita en primera persona por el narrador, un muchacho gordo de 20 años, la obra está estructurada en una especie de contrapunto entre el presente (un viaje en auto al norte con el padre al volante) y el pasado reciente (la convivencia con la madre).

Las páginas pares del libro, que por lo general son aquellas en que el autor ofrece un solo párrafo breve, son, en su gran mayoría, las destinadas a dibujar la figura materna, mientras que las impares relatan los pormenores de un viaje de Santiago a Iquique, una breve estadía allá y luego otro desplazamiento por el desierto hasta Tacna: "Ahora me dice que debemos ir a Tacna o si no podría perder mis dientes, que él conoce a un dentista que me ayudará a salvarlos". Y en la página siguiente: "Mi mamá perdió todos los dientes. Se tuvo que poner una placa. A veces va a la cocina y abre un cajón, donde guarda la crema especial, da media vuelta y se arregla la dentadura superior".

Camanchaca no es una novela inocente, y la aparente simpleza de la estructura alienta a que dos o tres episodios determinados remezcan la tranquilidad del lector con notoria efectividad. El primero de ellos es un asesinato que habría cometido el padre (la víctima resultó ser su propio hermano, Neno, tío del narrador). El segundo corresponde a una escena de corte sexual (el protagonista comparte un lecho de dos plazas con su madre): "Fue un roce. Luego un movimiento y más roce. Me tomó la mano y la condujo entre sus muslos gordos, blandos. No podía doblar los dedos. No me dejes de hacer cariño, me dijo mientras yo comenzaba a sentir la humedad, los dedos levemente pegajosos. Comenzó a mecerse y yo seguía sin poder doblar los dedos". Un tercer hecho perturbador es la larga agonía de la perrita Coka, la cual transcurre a lo largo de casi toda la novela.

Otro de los aciertos de Camanchaca es el manejo de los tiempos biográficos del narrador dentro del marco presente-pasado que determina la estructura de la novela: cuando el joven regresa con la memoria a algunos pasajes de su infancia lo hace, por lo general, desde el presente, es decir, desde la ciudad de Iquique, lugar donde se encuentra de vacaciones. Ahí viven su padre y la nueva familia de éste, así como también su abuelo, recientemente viudo. Y allí transcurrió su niñez. La búsqueda de personajes de aquella época pretérita (una prima y un amigo) otorgan al relato, y a los recuerdos del autor, una profundidad temporal atractiva, repleta de alcances metafóricos. Y si a ella se le suman ciertas circunstancias escabrosas, no del todo explicadas, tenemos como resultado un libro que no dejará a ningún lector impasible.

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