
Ausencia de sensatez
La más de las veces con decepción, sigo el debate político en estos momentos de campaña electoral.
En él se producen cosas inevitables en una situación de campaña política. Es desagradable pero habitual que se endurezcan los tonos, que ocupen el escenario acusaciones dirigidas a denigrar al competidor, que se desarrollen ataques malévolos e incluso maniobras indecentes sustentadas en la base tecnológico- comunicacional de nuestro tiempo.
Se desarrolla un doble debate; uno es el debate abierto de cuerpo presente y otro se desarrolla en el “dark- internet” de manera subrepticia y realizado por expertos mercaderes que buscan la destrucción del adversario a través de las redes sociales.
Es algo que ha jugado un papel importante también en otros lugares del mundo en el reforzamiento de los populismos autoritarios con base electoral.
Trump, Orbán, Putin -que lo hace también en elecciones fuera de Rusia-, Farage en Gran Bretaña, operador del Brexit, Bolsonaro en Brasil, en fin, un amplio número de amigos de José Antonio Kast son grandes usuarios de esas prácticas, aun cuando lo hacen con modales más ordinarios y un lenguaje más duro.
Para llevarlo a cabo se requiere de muchos datos, estudio de nichos electorales y personalización del elector, se trata de mucho dinero para manipular sobre todo al voto menos informado, más lejano de la política, aquel donde predominan las emociones, las respuestas simples y categóricas, el deseo de identificarse con un candidato.
Se trata de electores convencidos de que quienes hacen política lo hacen como una actividad rentable llena de privilegios, y ocupan gracias a ello un lugar en la sociedad que jamás habrían obtenido con buenas artes. En muchos casos se trata de un juicio injusto, en otros es lamentablemente cercano a la verdad.
En la actual confrontación para ocupar la Presidencia de la República y elegir representantes en el Congreso, estas formas inevitables de disputa aparecen agrandadas por un fortalecimiento de las posiciones más radicales, tanto en la izquierda como en la derecha, y por una caída electoral de los sectores reformistas y moderados que constituyen la mayor defensa de una conducción democrática y de la construcción de una adversariedad lejana a la visión de Carl Schmitt de la contraposición amigo/enemigo, que tensiona las instituciones democráticas e impide una negociación donde quienes la hacen entienden que no son poseedores de toda la verdad, que los cambios y las soluciones de los problemas son siempre complejos y requieren acuerdos que no satisfagan enteramente a nadie, pero que sean capaces de lograr entendimientos que son en parte aceptables por todos o al menos por una gran mayoría pluralmente conformada.
Los datos que hoy tenemos nos muestran un cuadro desfavorable para tal espacio democrático.
Lo curioso es que Chile ya pasó por este trance en las elecciones presidenciales pasadas.
Hoy, cuando ya ha casi transcurrido el período del Presidente Boric, es posible señalar que el resultado no es bueno. Si bien no llevó el país a la catástrofe pues el intento refundador expresado en el proyecto de Constitución que produjo la Convención Constitucional, que contenía elementos peligrosos para la democracia, recibió un portazo en las narices por parte de la ciudadanía, y viejos tercios de la Concertación generaron el oxígeno que salvó no pocos muebles en el gobierno permitiendo concluir esta experiencia en una medianía maluca.
El Chile de hoy sigue su serena decadencia, crece demasiado poco, con problemas sociales que parecían extintos como la miseria de los campamentos que han resurgido, la criminalidad organizada es una realidad consolidada, la corrupción se ha extendido y las instituciones se han deteriorado.
Si lo planteado es más o menos así, parecería razonable que la gente quisiera salir de este incordio y retomar, adecuándolo a los desafíos actuales, un camino reformador capaz de combinar el crecimiento económico y el bienestar social extendido que tuvimos progresivamente por casi dos décadas hace tan solo 15 años y así poder enfrentar los nuevos problemas, desde la criminalidad al cambio climático, desde la educación a la salud, con ideas eficaces, sólidas y realizables, dejando de lado el simplismo amenazante de la extrema derecha y el simbolismo ideologizado e inepto de la izquierda radical.
Sin embargo, las cosas no parecen ir en esa dirección, la razón ha sido opacada por la angustia y un reformismo orientado hacia el progreso no parece estar a la orden del día. Este fue capaz de realizar gobiernos que pusieron a Chile donde nunca había estado en su progreso, pero fracasó como fuerza de representación política en algún punto del camino.
Como Dante en “La Divina Comedia”, abandonó la “dritta via” (el recto camino), y en ese abandono hay pesadas responsabilidades que tienen nombre y apellido.
Ese espacio lo ocupó ahora nominalmente Jeannette Jara con una suerte de centroizquierda en el papel, pero sigue vacío; ella representa otra orientación y más allá de sus virtudes personales, si ella llegara a gobernar, su gobierno no sería muy distinto al actual; difícilmente podría encarnar el impulso propulsivo que se requiere.
Recordemos que ella adhiere, por lo demás, a una organización política dirigida por personajes algo rústicos, que piensan seriamente encarnar la ciencia de la revolución y que tiene una historia a nivel mundial llena de oscuridades insondables, completamente documentada en su relación con la democracia.
No olvidemos el famoso dicho de Borges sobre los peronistas, que cae como anillo al dedo en esta ocasión: “los peronistas no son ni buenos ni malos son incorregibles”.
La vida política del siglo XXI es vertiginosa y sorpresiva pero no alentadora; además de las dificultades internas, Chile enfrentará una situación mundial que le exigirá altos niveles de unidad y en lo nacional no podremos retomar nuestros éxitos pasados si no se tiene un contrato básico sobre el crecimiento y un mayor bienestar.
No podremos derrotar la inseguridad y los niveles actuales de miedo ciudadano si no hacemos un esfuerzo conjunto por sobre nuestras legítimas diferencias.
¡En fin, nada más ni nada menos que mucha sensatez! b
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