Columna de Camilo Feres: El posgabrielismo

Mientras los autoflagelantes y la oposición pondrán el acento en lo que el gobierno no logra o no hace, el Socialismo Democrático deberá encontrar rápido un candidato o candidata que ponga en valor el otrora denostado atributo de la gobernabilidad.



Cuando se baje del estrado, habiendo concluido su tercera cuenta píblica, el Presidente Gabriel Boric comenzará a despedirse. Desde ahí en adelante, el factor que determinará la realidad política será la contienda electoral y tras los aplausos -los genuinos y los protocolares- Boric y su gobierno dejarán de ser la “casa común” del oficialismo y pasarán a ser un punto de referencia en la disputa de posicionamiento y diferenciación inherente a todo proceso eleccionario.

El día después de Gabriel, sus coaliciones se debatirán entre el discurso autocomplaciente y el autoflagelante. Los primeros, que intentarán convertir en activo esa normalización de la que algunos hablan y que, aunque tiene base en aspectos económicos e institucionales es, ante todo, una normalización política, condición de borde para la gobernabilidad.

Por el otro lado, en tanto, quiénes ven la mitad del vaso medio vacío intentarán retomar sus banderas, ya sea reivindicando la intención del gobierno de mantenerlas -y culpando a la oposición de torpedearlas- o derechamente convirtiendo al gobierno, e incluso al presidente, en parte del problema. Acá se ubicarán desde las teorías del antigabrielismo, estilo FA, hasta las más conspiranoicas, estilo Jadue, sobre poderes en las sombras que operaron de forma orquestada para detener los avances del pueblo.

Y aunque resulte contraintuitivo, éstos últimos, los autoflagelantes, tendrán más fácil la tarea a partir del sábado. Como lo suyo se basa en encontrar culpables y en alumbrar aquellas cosas que no se lograron, el pronunciado declive en la centralidad del gobierno -que comienza con el posdiscurso, continúa con las elecciones y se agudiza una vez que dejen el gabinete de forma voluntaria los que quieran competir al Parlamento- hará más simple la construcción de su hombre de paja.

Para los que construyen su base política en torno a los valores de la gobernabilidad, en tanto, la cosa es un poco más cuesta arriba. Por una parte, su atributo depende del buen funcionamiento del gobierno y de la percepción ciudadana de esto como un valor, una tarea siempre difícil pero más aún cuando tantos actores, tan disímiles entre sí y por las razones más diversas, tendrán los ojos puestos en lo que el gobierno no hace y lo que no logra.

Por otra parte, la conversión de la gobernabilidad en plataforma política va a requerir de una pronta síntesis de esos valores en una persona. Como el escenario que comienza el sábado es electoral, esa persona deberá tomar la forma de candidata o candidato y, en este punto, los rostros más creíbles son, precisamente, los que deberían seguir gobernando.

Acá se concentrará, probablemente, la presión de los partidos del Socialismo Democrático, en las figuras de su coalición que puedan levantar de forma creíble una oferta de sentido que ponga en valor la gradualidad, la responsabilidad y la sobriedad. Nada menos sexy en un escenario electoral pero vital si se quiere convertir en activo el haber tomado la conducción de un gobierno que llegó al poder poniendo precisamente en duda esos valores. Un liderazgo que no sea ni gabrielista ni antigabrielista, sino posgabrielista.

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